No puedo estar de acuerdo con los que no ven más solución al dolor humano que acabar con la vida de quien lo padece.
Es, sin duda, difícil en la práctica ofrecer un remedio aceptable a los que sufren, pero es un reto que pueden asumir los que, reconociendo la grandeza de la vida humana, no aceptan como solución matar: provocar deliberadamente la muerte del paciente. Esto es la eutanasia; que, siendo, como todo crimen, abominable de suyo, tiene en cambio la “ventaja” de ser una “solución” más fácil y económica que las verdaderas soluciones.
Mientras que la asistencia médica al incurable es uno de los más importantes y nobles deberes profesionales del médico, la eutanasia, por el contrario, apenas requiere ciencia; más aún, podría ser una cómoda actitud por falta de talento o de los debidos conocimientos, o por pasividad profesional.
Desde luego, que la ciencia, por mucha que sea, en determinados casos, no puede devolver la salud. Así como tampoco puede evitar el dolor la sobreabundancia de medios materiales y humanos. Pero, aceptando la muerte y el dolor como realidades ineludibles, sí que se puede ayudar a vivir con dolor y a morir, aplicando en estas tareas toda la ciencia y los medios materiales y humanos de que se pueda disponer, aliviando.
El enfermo terminal y el incurable son pacientes que requieren tratamientos específicos. No deben considerarse como un fracaso para la ciencia ni al margen de la atención sanitaria. Necesitan alivio en su situación y hay ciencia para ello y peculiares atenciones también por parte de sus familias.
Aplicar la ciencia y los cuidados en estas situaciones, no significa llegar al ensañamiento terapéutico. Nadie está obligado a someter al enfermo a tratamientos inútiles o desproporcionados, ni los pacientes tienen por qué soportarlos.
Son cada vez más los centros especializados en medicina paliativa, donde se tratan enfermos, no tanto para curarlos, pues no se prevé curación para ellos, cuanto para ayudarles en esta fase última de su vida. Se reúnen en estos centros equipos multidisciplinares de médicos, enfermeras, psicólogos, sacerdotes; para que los pacientes puedan tener el apoyo científico, técnico y humano; y el espiritual, si lo desean.
Posiblemente, una de las principales tareas con los que sufren, consista en hacerles descubrir el sentido de su situación. Suele suceder que el dolor oscurece los valores e ideales de siempre. De ahí que necesiten esa personas notar la proximidad de los demás, que son valiosos también en esos momentos y objeto del interés y el amor de los que les rodean.
Luis de Moya trabaja como capellán en la Universidad de Navarra (España) y dirige la publicación online www.fluvium.org .