Una catequesis en el campo... cerca de la ciudad

Llegar a La Calera no deja de ser impresionante. Sobre todo porque es difícil hacerse a la idea de que cerca de una ciudad tan grande como Bogotá pueda haber una población tan mayoritariamente rural.

Algunos asistentes a la catequesis, y Luis Miguel.

Y es ese el lugar al que acuden todos los sábados los jóvenes que participan de las actividades del Centro Cultural Hontanar para preparar a los niños de aquel sitio para su primera comunión. Esta labor social se desarrolla desde hace muchos años, pero en este sitio concreto –la vereda El Hato, del municipio de La Calera- comenzó hace seis meses.

El año pasado, doce niños entre los diez y los catorce años asistieron puntualmente todos los sábados en la mañana a las clases de catequesis. Y el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción, recibieron por primera vez a Jesucristo en la Eucaristía.

La jornada sabatina está dividida en tres partes: una primera hora, en la que cada profesor imparte la respectiva lección a un grupo de tres o cuatro niños; un recreo de media hora, en el que no puede faltar, el partido de fútbol en el que los niños hacen gala de sus notables cualidades en este deporte; y finalmente una reunión en la que se congregan todos los alumnos y profesores y hacen un repaso de lo aprendido en el día, para dar las indicaciones correspondientes –y por supuesto, la tarea- para la siguiente lección.

Las clases tienen siempre gran variedad de actividades: canciones relacionadas con vida de Cristo, lectura de algún pasaje de la Escritura que haga alusión al tema que se está tratando –la confesión, la amistad, la Eucaristía, la Virgen María- y concursos con sopas de letras, crucigramas y demás actividades lúdicas que los niños gozan sin par.

Muchos de esos muchachos –todos de escasos recursos- deben caminar más de cuarenta minutos desde sus casas hasta la vereda para llegar a las clases. Sin embargo, lo hacen con la mejor disposición y sin quejarse nunca. Verlos llegar tan sonrientes como cansados es una muestra de lo mucho que desean aprender de la vida de Cristo para estar mejor preparados cuando lo reciban por primera vez.

Durante una de las sesiones.

Otro punto notable es la forma en que llevan la ropa. Aunque muchos de ellos no tienen demasiadas posibilidades de llevar prendas distintas todas las semanas, se esmeran por llegar siempre lo mejor vestidos y más limpios posibles. Es una demostración más de la ilusión que ponen para su preparación previa a la primera comunión.

La catequesis es, sobre todo un medio de formación para los profesores. Además del tiempo que les dedican a los niños, viajar todos los sábados en la mañana a La Calera implica un esfuerzo importante: hacer un plan más moderado el viernes para poder madrugar al día siguiente y estar en plena forma para atender a los niños, preparar debidamente las clases para asegurarse de que todo salga muy bien, diseñar alguna actividad lúdica para hacer más interesantes las clases, etc. Pero estas “exigencias” siempre tienen como retribución toda la ilusión que ponen los estudiantes en cada una de las clases.

Uno de los más asiduos asistentes a la catequesis es Carlos, estudiante de Ingeniería Industrial de la Universidad de Los Andes. Además de su simpatía, sus buenas presentaciones en el fútbol han hecho que se integre muy bien con los muchachos. Para él, “lo más gratificante de las clases es ver los progresos que hacen los niños a medida que avanzamos en los temas. Lo que más me ha llamado la atención es el especial esmero que ponen en aprender sobre la confesión". Su frase preferida es: Jesús nos perdona.

El esperado partido de fútbol.

Muy pronto comenzará de nuevo la catequesis del Centro Cultural Hontanar en La Calera. Por lo pronto, los profesores –universitarios de diferentes carreras- se preparan para participar en el proceso de formación de aquellos niños. Todo con el objetivo de hacer vida las palabras de San Josemaría: “Para servir, servir”, sabiendo que, como lo dice la Escritura, “hay más alegría en dar que en recibir”. Y en este caso, esas pocas horas dedicadas a unos niños tienen como paga la mejor de las sonrisas. Y seguramente no hay mayor recompensa que ésta.

por Luis Miguel Bravo