Artículo extraído del sitio web del periódico La Patría, en: https://www.lapatria.com
Mi formación básica, primaria y secundaria, la recibí en establecimientos regentados por religiosos. En Santa Rosa de Cabal, colegio de Jesús, con los Hermanos Maristas y en San Luis Gonzaga, Manizales, con los jesuitas, respectivamente. Tengo, en consecuencia, una profunda formación espiritual. Además de tener un hogar paterno donde la religión católica era de riguroso acatamiento. Cuando pequeño, recuerdo con nitidez, a la edad de los siete años, quise ser sacerdote. Por tal motivo, le pedí de regalo al Niño Dios una sotana, la que obviamente me trajo y que yo corría a ponerme cuando llegaba a mi casa alguna visita. Lo hacía con mucho orgullo, el que también tenían mis padres.
Hasta los primeros años de bachillerato me duró el deseo de convertirme en un ministro de Cristo. Quiso la providencia que el sacerdote de mi familia fuese uno de mis hermanos menores: José Gerardo. Cuando ingresé a la universidad mi búsqueda espiritual empezó a auscultar otros caminos: la Meditación Trascendental. Luego, ya profesional, he recorrido otros senderos: el yoga, el Tai Chi, la Sanación Pránica, pero nunca me he alejado de mi religión católica.
Antes de terminar bachillerato, en 1971, estuve en “La Ceja”, Antioquia, en unos “Retiros espirituales”. Y hace poco, en el puente del 23 al 26 de mayo pasado, después de 37 años, he tenido la dicha de realizar, por segunda vez en mi vida, unos nuevos “Ejercicios espirituales”, en el Centro de Eventos “Cafetales”, del Opus Dei, bajo las estupendas y acogedoras orientaciones del padre Iván Palacio y del arquitecto Leonel Ospina, ambos de esta prelatura personal. ¡Qué ejemplares cristianos son estas dos personas!
¿Qué son unos Ejercicios o Retiros espirituales? Es un espacio de tiempo de varios días que dedicamos al silencio, la oración y a la reflexión en torno a la doctrina cristiana. Es realizar un examen de conciencia, sobre la forma como llevamos nuestra relación con Dios. Es alejarnos del mundanal ruido para realizar unos cambios en nuestra vida espiritual y adquirir unos compromisos de mayor conocimiento y de mejor vivencia de la religión católica. Es apaciguar nuestras pasiones y pensamientos, y con lecturas especialmente seleccionadas y conferencias sobre temas específicos, además de la Eucaristía, reorientar nuestro rumbo en el ámbito diario de nuestras vidas. Es fortalecer nuestros músculos interiores y nuestras virtudes para revitalizar el alma.
Hacía muchos años no vivía una experiencia tan extraordinaria como la que tuve en estos cuatro días de paz y armonía interior. ¡Qué grande es nuestro Dios que se hizo hombre, con Jesús, para limpiar nuestros pecados y garantizarnos, así, la vida eterna, permitiendo que su hijo muriese en una cruz para redención nuestra! Si la Iglesia Católica no tuviera un fundamento divino, si fuese un invento humano, ¿hubiese resistido tantas persecuciones, tanta autodestrucción, tantos cismas? ¡Claro que no! Dios siempre ha estado vigilante, preservándola, cuidándola, fortaleciéndola y mandándole salvadores providenciales para cada época de crisis y de naufragio.
Nosotros, los católicos, somos tímidos en nuestros compromisos espirituales. Nos contentamos, muchas veces, con ir a misa los domingos y cumplir, si mucho, algunos de los mandamientos que nos legó Moisés. Desconocemos, por ejemplo, el “Catecismo de la Iglesia Católica”, escrito por una comisión de doce cardenales, presidida por Joseph Ratzinger, el actual papa Benedicto XVI, asesorada por otros siete obispos, expertos en teología y catequesis, quienes, por orden del papa Juan Pablo II, desde 1986 a 1992, estuvieron estudiando y redactando un documento que debería estar en nuestros hogares y ser un libro de consulta permanente para ejercer mejor nuestras obligaciones de hijos de Dios. Muchas de las falencias actuales de fe se deben a la pereza mental para buscar la verdad.
Narciso Yepes (1927-1997), famoso guitarrista clásico español, en una entrevista concedida a la periodista Pilar Urbano, publicada por la revista “Época”, en enero de 1988, afirmó: “…Además de creer en Dios…, yo le amo. Y lo que es incomparablemente más afortunado para mí: Dios me ama. ¡Cambiaría tanto la vida de los hombres si cayesen en cuenta de esta espléndida realidad! … Es tremendo que el hombre, por cuatro cachivaches técnicos que ha conseguido empalmar, se haya creído que puede prescindir de Dios y trate de arreglar esta vida con su solo esfuerzo… Pero ¿qué está consiguiendo? No es más feliz, no tiene más paz, no se siente más seguro, no progresa auténticamente, pierde el respeto a los demás hombres, utiliza mal los recursos creados…, y el mismo es cada vez menos humano”.
Me he reencontrado, gracias a este “Curso de Retiro”, con una religión, la católica, y con un Dios, Cristo, que llenan con creces mis vacíos y mi hambre espiritual. Hoy soy un cristiano más comprometido con mi fe y más consciente de mi responsabilidad ante Dios y ante el mundo. Y soy, obviamente, más feliz con una paz placentera y segura en mi itinerario vital.