Más de uno lo veía venir. Después de la fumata negra del miércoles y de la del jueves por la mañana, muchos confiaban en que la tarde traería el desenlace esperado. Los cardenales se reunieron nuevamente a las 16:30. Una hora después, todas las miradas se dirigieron a la pequeña chimenea que corona el techo de la Capilla Sixtina… y hacia las gaviotas que parecían no querer abandonar el lugar, como si ellas también aguardaran el anuncio inminente.
Los más previsores ya estaban en la plaza de San Pedro, junto a decenas de miles de personas. Otros, como tantos en el mundo, seguíamos la transmisión desde casa, con el canal de YouTube del Vaticano en segundo plano, a la espera de la noticia. Y sucedió. A las 18:07 comenzó a elevarse la fumata blanca. Tocaba correr a toda velocidad para presenciar un momento histórico.
A las 19.12h, el cardenal protodiácono hizo su aparición en el balcón de San Pedro para pronunciar la esperada fórmula: Habemus Papam! Robert Francis Prevost, el que fuera prefecto del Dicasterio para los Obispos, será de ahora en adelante León XIV.
Visiblemente emocionado, el nuevo Papa permaneció unos instantes en silencio, con una sonrisa serena, antes de dirigirse por primera vez al mundo como sucesor de Pedro:
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¡La paz esté con ustedes!
Queridos hermanos y hermanas:
Este es el primer saludo del Cristo Resucitado, el buen pastor que dio su vida por el rebaño de Dios. Yo también quisiera que este saludo de paz entrara en sus corazones, alcanzara a sus familias, a todas las personas, dondequiera que se encuentren, a todos los pueblos, a toda la tierra. ¡La paz esté con ustedes!
Esta es la paz de Cristo Resucitado, una paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante. Proviene de Dios, Dios que nos ama a todos incondicionalmente. Todavía conservamos en nuestros oídos esa voz débil pero siempre valiente del Papa Francisco que bendecía a Roma.
El Papa que bendecía a Roma daba su bendición al mundo, al mundo entero, aquella mañana de Pascua. Permítanme continuar con esa misma bendición: Dios nos quiere, Dios los ama a todos, ¡y el mal no prevalecerá! Todos estamos en manos de Dios. Por lo tanto, sin miedo, unidos de la mano con Dios y entre nosotros, sigamos adelante. Somos discípulos de Cristo. Cristo nos precede. El mundo necesita su luz. La humanidad lo necesita como puente para ser alcanzada por Dios y por su amor. Ayúdenos también ustedes, y ayúdense unos a otros a construir puentes, con el diálogo, con el encuentro, uniéndonos todos para ser un solo pueblo siempre en paz. ¡Gracias al papa Francisco!
Quiero dar las gracias también a todos los hermanos cardenales que me han elegido para ser sucesor de Pedro y caminar junto a ustedes, como Iglesia unida, buscando siempre la paz, la justicia, tratando siempre de trabajar como hombres y mujeres fieles a Jesucristo, sin miedo, para proclamar el Evangelio, para ser misioneros.
Soy hijo de san Agustín, agustiniano, que dijo: «Con ustedes soy cristiano y para ustedes obispo». En este sentido, todos podemos caminar juntos hacia la patria que Dios nos ha preparado.
¡Un saludo especial a la Iglesia de Roma! [aplausos]
Debemos buscar juntos cómo ser una Iglesia misionera, una Iglesia que construye puentes, el diálogo, siempre abierta a acoger como esta plaza con los brazos abiertos. A todos, a todos los que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia, el diálogo y el amor.
Y si me permiten también, una palabra, un saludo a todos aquellos y en modo particular a mi querida diócesis de Chiclayo, en el Perú, donde un pueblo fiel ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe y ha dado tanto, tanto para seguir siendo Iglesia fiel de Jesucristo.
A todos ustedes, hermanos y hermanas de Roma, de Italia, de todo el mundo, queremos ser una Iglesia sinodal, una Iglesia que camina, una Iglesia que busca siempre la paz, que busca siempre la caridad, que busca siempre estar cercana especialmente a los que sufren.
Hoy es el día de la Súplica a la Virgen de Pompeya. Nuestra Madre María siempre quiere caminar con nosotros, estar cercana, ayudarnos con su intercesión y su amor.
Por eso, quisiera rezar con ustedes. Recemos juntos por esta nueva misión, por toda la Iglesia, por la paz en el mundo y pidamos esta gracia especial a María, nuestra Madre.
Ave María...»
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Terminadas sus palabras, la plaza lo despidió con una ovación. Algunos comenzaron a corear con entusiasmo: ¡Leone!, ¡Leone!, ¡Leone! a lo que seguía una cadena de palmadas rítmicas. Así comenzó el pontificado de León XIV: con un mensaje de paz desarmada y desarmante, como el que dio Jesús a sus discípulos después de la resurrección.