Meditaciones: miércoles de la 19.ª semana del Tiempo ordinario

Reflexión para meditar el miércoles de la decimonovena semana del Tiempo ordinario. Los temas propuestos son: Dios puso en práctica la corrección fraterna; una prueba de cariño y de confianza; paz y prudencia.

- Dios puso en práctica la corrección fraterna.

- Una prueba de cariño y de confianza.

- Paz y prudencia.


LAS OBRAS de misericordia nos invitan a salir de nosotros mismos para ir con los brazos abiertos al encuentro de nuestros hermanos. En el Catecismo se recuerda que «son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestros prójimos en sus necesidades corporales y espirituales (Is 58,6-8 y Hb 13,3). Instruir, aconsejar, consolar, confortar son obras de misericordia espiritual, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia»[1]. De esta manera, nos enseñan a mirar a los demás con los ojos de Dios, buscando únicamente su bien. Una de estas obras de misericordia espirituales es corregir al que se equivoca. Precisamente porque solo queremos el bien de nuestros hermanos, además de sostenerles, servirles, rezar por ellos, etc., también procuramos ayudarles en la medida de lo posible a apartarse del pecado, o animarles con delicadeza a desarraigar un defecto.

Como se lee en el Antiguo Testamento, el mismo Dios puso en práctica esta costumbre «cada vez que los hombres se empeñaban –y podemos decir, nos empeñamos– en emprender el camino del mal. La historia del Pueblo elegido es una clara manifestación de este cuidado divino. En muchas situaciones, Yavhé podría haberlos soltado de su mano, pero siempre –también a veces con castigos y otras con advertencias de los profetas–, volvía a atraerlos hacia sí, reencaminándolos por las vías de la salvación (...). En el Evangelio, vemos que Jesucristo no se abstiene de reprender, de corregir, a quienes desea llevar por la senda recta; no solo a los fariseos que rechazaban su mensaje, sino también a sus amigos: a Pedro, incluso con dureza, cuando el apóstol le insinúa que debe evitar la Pasión; o a Marta en Betania, con dulzura, por preocuparse en exceso de las tareas de la casa. El Señor sabía utilizar el tono y el lenguaje que más convenía a cada persona»[2]. Podemos pedir a Dios que nos dé una mirada «que ame y corrija, que conozca y reconozca, que discierna y perdone (cfr. Lc 22,61), como ha hecho y hace Dios con cada uno de nosotros»[3].


EN EL MARCO de esta misericordia divina está la costumbre evangélica de la corrección fraterna, que nace de un verdadero interés por la salvación y la santidad de los demás. Ya en el Antiguo Testamento nos encontramos referencias: «Interroga al amigo: quizá no haya hecho nada y si algo ha hecho, para que no lo haga más. Interpela al prójimo: quizás no haya dicho nada, y si algo ha dicho, para que no lo repita. (...) Interpela a tu prójimo antes de reñirle» (Ecl 19,13-4.17). En el contexto de un discurso sobre el servicio a los más pequeños y el perdón sin límites, Jesús establece el cauce por el que discurre esta obra de misericordia: «Si tu hermano peca, vete y corrígele a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano» (Mt 18,15).

A partir de la enseñanza y el ejemplo del Señor, la corrección fraterna es una tradición de la familia cristiana, que brota como una verdadera necesidad, una obligación de amor y de justicia al mismo tiempo. San Ambrosio escribe en el siglo IV: «Si descubres algún defecto en el amigo, corrígele en secreto (...). Las correcciones, en efecto, hacen bien y son de más provecho que una amistad muda. Si el amigo se siente ofendido, corrígelo igualmente; insiste sin temor, aunque el sabor amargo de la corrección le disguste. Está escrito en el libro de los Proverbios que las heridas de un amigo son más tolerables que los besos de los aduladores (Pr 27,6)»[4]. La corrección fraterna es también una expresión concreta de la comunión de los santos: porque formamos un solo cuerpo y no somos indiferentes a lo que les sucede a los demás, siempre que sea posible y prudente ayudamos con nuestros consejos a superar las dificultades o peligros con los que se puedan encontrar. Queremos cuidar a nuestros hermanos como lo hizo Cristo, cooperando a su salvación para que ninguno se pierda (cfr Jn 17,12). San Agustín advierte sobre la grave responsabilidad que supondría omitir esta ayuda: «Peor eres tú callando que él faltando»[5].

La actitud con la que se hace la corrección fraterna es siempre delicada y prudente, utilizando palabras empapadas de verdadero afecto y comprensión, que evitan humillar al que es corregido. Hecha de esta manera, no se verá como un juicio sino como un servicio, «una prueba de sobrenatural cariño y de confianza»[6]. Por este motivo, antes de hacerla es muy conveniente hablar con el Señor en la oración, examinando nuestro propio corazón para caer en la cuenta de que nosotros somos los primeros que necesitamos corrección y, al mismo tiempo, para descubrir si hay junto al deseo de ayudar otras intenciones que no sean tan santas. «La regla suprema de la corrección fraterna es el amor: querer el bien de nuestros hermanos y de nuestras hermanas. Y muchas veces es también tolerar los problemas de los demás, los defectos de los demás en silencio, en la oración para después encontrar el camino correcto para corregirle»[7].


A LA HORA de ejercitar la corrección fraterna, san Josemaría aconsejaba: «Obrad siempre con sencillez, virtud tan propia del buen hijo de Dios. Mostraos naturales en vuestro lenguaje y en vuestra actuación. Llegad al fondo de los problemas; no os quedéis en la superficie. Mirad que hay que contar por anticipado con el disgusto ajeno y con el propio, si deseamos de veras cumplir santamente y con hombría de bien nuestras obligaciones de cristianos»[8].

La corrección fraterna es un gesto de honestidad hacia la otra persona, pues en lugar de criticarla a sus espaldas le decimos cara a cara, con amabilidad, aquello que consideramos que podría cambiar. «Pero, por desgracia, lo primero que se suele crear en torno a quien se equivoca son las habladurías, mediante las que todo el mundo se entera del error, con todos los detalles, ¡menos el interesado! Esto no es justo, hermanos y hermanas, esto no agrada a Dios. No me canso de repetir que los chismes son una plaga en la vida de las personas y de las comunidades, porque traen división, traen sufrimiento, traen escándalo, y nunca ayudan a mejorar, a crecer»[9]. Aunque hacer y recibir la corrección fraterna cuesta, pues implica entrar en la vida de otra persona, puede dar vergüenza e incluso parecer que que el otro en el fondo tendrá sus razones para actuar de un modo determinado, también es cierto que Dios bendice esa ayuda de hermano a hermano, y deja en el corazón un fruto de paz. El que la hace se llena de paz porque en lugar de murmurar ha intentado ayudar a un hermano; y el que recibe sabe que cuenta con la oración y el cariño de alguien a quien le importa su propio bien.

La virtud de la prudencia desempeña un papel importante para discernir el momento adecuado y la forma de hacer y recibir la corrección. Generalmente, la prudencia nos llevará a pedir consejo a alguna persona sensata sobre su oportunidad, y a entender que la corrección debe versar sobre aspectos realmente necesarios e importantes, no sobre pequeñeces o errores ocasionales. Asimismo, movidos por la prudencia no corregiremos con demasiada frecuencia sobre los mismos defectos, porque todos necesitamos tiempo y gracia de Dios para mejorar. Le podemos pedir a María, a quien veneramos como Virgen prudentísima, que sepamos apoyarnos unos a otros en nuestro caminar cristiano, conscientes de que «el hermano ayudado por su hermano, es como una ciudad amurallada» (Pr 18,19).


[1] Catecismo de la Iglesia católica, n. 2447.

[2] Javier Echevarría, podcast Corregir al que se equivoca (en www.opusdei.es).

[3] Benedicto XVI, Mensaje, 3-XI-2011.

[4] San Ambrosio, De officiis ministrorum III, nn. 125-135.

[5] San Agustín, Sermón 82, n. 7.

[6] San Josemaría, Forja, n. 566.

[7] Francisco, Audiencia, 3-XI-2021.

[8] San Josemaría, Amigos de Dios, nn. 160.

[9] Francisco, Ángelus, 10-IX-2023.