La propuesta fue vivir el Triduo Pascual en familia

“Salgamos renovados en la esperanza, la alegría, la fe y el buen humor”: padre Jorge Mario Jaramillo, Vicario del Opus Dei en Colombia.

Desde hace algunos años durante la Semana Santa, el Gimnasio de Los Cerros, organiza para sus familias y amigos, la celebración de los oficios, por eso este año propuso a toda la comunidad del Colegio, que vivir ese Triduo, se convirtiera en un plan para vivir en familia. El Vicario de la Obra para Colombia y Ecuador, invitado por el Colegio, que es Obra Corporativa del Opus Dei, quiso unirse presidiendo las ceremonias los tres días.

El Triduo Pascual es el centro de la vida de la Iglesia, y el Domingo de Pascua es el corazón del triduo. Se trata de tres días en que se celebra un gran misterio: la muerte y resurrección de Jesús, por nosotros, para salvarnos.

En esta ocasión durante la celebración del triduo pascual, que recuerda los misterios centrales de la vida de Cristo, el del Jueves Santo, haciendo memoria de lo que sucedió en la última cena, del Viernes Santo, recordando lo que ocurrió en la Cruz y del sábado por la noche, anunciando la Resurrección que dio al domingo su forma definitiva como «día del Señor», el padre Jorge Mario Jaramillo, presidió las tres ceremonias en el Gimnasio de Los Cerros, al norte de Bogotá.

Con la participación de un nutrido número de alumnos, padres de familia, profesores, amigos y vecinos del plantel, el padre Jorge Mario reflexionó con sus homilías diarias sobre aquellos momentos que vivió el Señor durante la Semana de Pasión, en su paso por la tierra, evocando los mensajes del Evangelio y dando también un mensaje de esperanza a los participantes.

Fueron momentos también para pedir por las intenciones de la Iglesia, por la salud del Papa Francisco, los trabajos apostólicos del Opus Dei, las familias y los deseos personales de cada uno de los asistentes.

El Gimnasio de Los Cerros recibió también a decenas de familias que acudieron a participar en las ceremonias o a realizar la vela al Santísimo, qué es un acto de adoración y oración al Santísimo Sacramento, la presencia real de Cristo en la Eucaristía, el Jueves Santo, lo mismo que a permanecer en vigilia esa noche con turnos para no dejarle solo.

Decenas de personas acudieron también al sacramento de la confesión. Tres sacerdotes repartieron la Sagrada Comunión a los asistentes cada día.

Misa del Jueves Santo

El padre Jorge Mario centró su mensaje especialmente en el Amor que profesa cada día Jesucristo.

¿Con qué sentimientos llegó Cristo a este momento? Nos lo dice San Lucas, que pone en boca de Jesús estas palabras: Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer (Lc 22, 15). ¿Por qué ese ardor? Porque el Señor sabía que era el último momento de intimidad con sus discípulos. Como cuando uno tiene una despedida con alguien que se va del país, o lo visita en el hospital y ese encuentro tiene sabor de última vez. Es la última cena de Pascua con ellos, es el último encuentro familiar en esta tierra, es el último rato de paz porque luego todo se va a volver turbulento. Podríamos intentar vivir así nuestras eucaristías, cuando vamos a Misa. Vivirlas, como dice aquella frase que aparece en algunas sacristías recordándole al sacerdote que va a celebrar la Eucaristía: vívela como si fuera la primera, como si fuera la última, como si fuera la única. Hoy Pablo González Casilimas va a hacer su primera comunión: todos lo acompañamos en el deseo de vivir este momento como cuando lo vivimos por primera vez”, dijo.

Y continuó “El amor de Cristo se expresó también de una manera que nos parece entrañable: abriendo su intimidad al grupo que lo acompañaba. Cuando uno ama a alguien, le cuenta lo que lleva por dentro. Es más, las cosas más íntimas solamente las conocen los más cercanos. No vamos abriendo el corazón sino a quien nos puede comprender, porque nos quiere. En esa noche, en esa cena, Jesús les reveló lo más interior que tenía: su amor al Padre y la existencia del Espíritu Santo. Esto ocurrió en ese rato de sobremesa, en esa tertulia maravillosa que tuvieron después de cenar. El que me ha visto a mí ha visto al Padre (…) Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí (…) y yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros siempre (Jn 14, 9.11.15).

Esas muestras de amor —y muchas otras que no hemos recordado, como la promesa de la Resurrección y de la vida eterna— se dieron en una atmósfera de paz y de intimidad, pero también de tristeza y, por qué no decirlo, de angustia. En efecto, después de lavar los pies a los discípulos, Jesús se conmovió en su espíritu, y declaró: —En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar (Jn 13, 20). En esta tarde estamos recordando la alegría de la última cena y de lo que ella implica para nosotros. Pero al terminar esta ceremonia y hasta el sábado por la noche, nuestra alma estará participando en la angustia y la tristeza de Cristo. Es una forma de entender que, en toda vida, incluso en la más feliz, esos sentimientos hacen parte de la condición humana.

Cuando nos venga la tristeza, con ocasión de las dificultades, acordémonos del amor que Dios nos tiene. Traigamos a nuestra mente las promesas de Cristo en la última cena, y revivirá nuestra fe. Vivamos esta Semana Santa teniendo presentes las palabras del Señor: Como el Padre me amó, así os he amado yo. Permaneced en mi amor (Jn 15, 9).”

En la celebración de la Pasión del Señor

El padre Jorge Mario profundizó en esta homilía aquellos sentimientos de tristeza que padeció el Señor durante esos días de pasión y exhortó a la unión de los cristianos para pensar en esos momentos.

“La tristeza, el abandono, la angustia de Jesús en esta noche nos lleva a pensar que también nosotros podemos sentirnos así alguna vez. Y en esos momentos podemos unirnos a la Cruz de Cristo, al mismo tiempo que mantenemos la seguridad de la victoria. No es incompatible ese sentimiento interior con la alegría profunda que dan la fe, la esperanza y el amor de Dios.

Otro de los sentimientos agudísimos de tristeza se dio al comprobar el abandono de los suyos, de los más queridos: de Judas, a quien había querido igual que a todos y cuyo corazón no pudo salvar. De Pedro, el primero entre los apóstoles, que estaba llamado a ser roca y lo negó tres veces. De los demás apóstoles, que salieron huyendo cuando Cristo fue apresado. Esos abandonos le dolieron más que cualquier otra ofensa.

Y pensemos en la tristeza que le suponía ver a su madre sufriendo, viviendo una pasión paralela, clavada de otra manera en la Cruz. Todo ese dolor se hizo presente de un golpe cuando oraba en el huerto de los olivos. Por eso sufrió tanto allí, y por eso el Padre tuvo un gesto para sostenerlo.

En esta noche nos llevamos una profunda impresión de todo lo que vivió Jesús, lo que sintió Jesús. Y además de procurar sentirlo en estos días, queremos hacer de eso una lección para cuando no sepamos cómo afrontar las propias contradicciones. Porque a todos nos llega la Cruz, todos estamos llamados a afrontar el dolor como parte de la existencia humana después del pecado. Queremos afrontarla con fe, apoyados en Cristo, sabiendo que eso no es una tortura, sino que puede llegar a ser un camino de amor.

En ese camino encontraremos a María, que nos acompaña y nos consuela en los momentos de tristeza. A ella acudimos en esta hora. Como dice San Josemaría en su Vía Crucis: ¡La necesitamos!... En la oscuridad de la noche, cuando un niño pequeño tiene miedo, grita: ¡mamá! Así tengo yo que clamar muchas veces con el corazón: ¡Madre!, ¡mamá!, no me dejes.

Homilía en la Vigilia Pascual

En su mensaje del Sábado Santo, el padre Jorge Mario recordó que “si en algún momento pareció que tanto sufrimiento era absurdo, hoy vemos que ese acto de infinito amor fue recibido por el Padre y se le cambió el signo al dolor: ahora representa una victoria y se convierte en paz y en alegría”.

En esta noche de alegría, en la que Jesús se nos ha aparecido vivo de nuevo, nuestro corazón se llena también de fe. Consideremos que, a partir de la resurrección, los apóstoles perdieron el miedo a la persecución, al qué dirán, a la pobreza, al martirio… ¡a todo! Después de ese momento, y a partir de la venida del Espíritu Santo, comenzó la expansión de la Iglesia, la palabra de Dios llegó hasta el último rincón del mundo. Doce personas sencillas —pescadores, la mayoría— esparcieron la semilla del cristianismo que aún hoy perdura.

La Pascua es, por tanto, tiempo de esperanza, de alegría y de fe. Para nosotros, a quienes la fe muchas veces nos flaquea, éste es un momento de seguridad, de confirmación de ir por el camino correcto. No hay dificultad que no podamos superar con la fuerza de Jesús resucitado. Eso sí, con esfuerzo. Porque no olvidemos que el Cristo que resucitó es el mismo que fue crucificado. Cuando lo vemos resucitado, aparece ante nosotros con sus llagas y las heridas que le causaron los suplicios de la pasión. Pero esas heridas son parte de su gloria. Nuestras heridas, cuando son superadas, hacen parte de nuestras medallas, de nuestras alegrías.

Otra de las actitudes que acompañaron a Jesús resucitado, junto con la alegría, fue el buen humor. Nos parece estar viendo al Señor jugando un poco con los apóstoles, que no lo reconocen. Como su cuerpo glorioso no está ahora sujeto a las mismas leyes de la materia, se les aparece en el cenáculo aun estando las puertas cerradas. Los sorprende y los apóstoles sienten miedo. Tampoco lo reconocen en la segunda pesca milagrosa, cuando se les aparece en el lago y les dice que tiren la red a la derecha. Y en el último encuentro, se va al Cielo dejándolos atónitos.

Al Señor le gusta sorprendernos, desconcertarnos. No por maldad, sino porque el buen humor hace parte de la existencia cristiana. La misma Escritura dice que Dios juega con el orbe de la tierra, se deleita con los hijos Adán (cfr. Prov 8, 31). En este tiempo de Pascua aprendamos de ese sentido del humor de Jesús resucitado. No nos tomemos tan en serio, quitémosles importancia a las cosas que a veces nos parece que son una tragedia, y no lo son”.

“Al concluir este Triduo Pascual, en el que nos hemos procurado llenar de los sentimientos del corazón de Cristo, vayamos a cumplir nuestra misión de apóstoles. Lo que el Señor les encargó fue esto: Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y acompañó esa misión con una promesa: sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 19-20). Nosotros salimos encendidos con ese sentido de misión, renovados en la esperanza, la alegría, la fe y el buen humor.

Dirigimos un pensamiento a la Virgen santísima, que está radiante en esta noche. Ella es la que más había esperado este momento, y por eso su corazón se vio totalmente colmado al ver a su Hijo vivo. Como a los apóstoles después de la resurrección, que la sonrisa de María nos acompañe durante todo el tiempo de Pascua.”

Después de tres días intensos por los oficios de Semana Santa, el Domingo de Resurrección, el mundo pudo ver al Papa Francisco enfermo, pero al frente de la Iglesia, acompañando a los peregrinos en la Plaza de San Pedro y desde todo el mundo a los que lo vimos por la televisión. El lunes conocimos de su partida al cielo. Un gran ejemplo de pastor y fiel servidor de Jesús en la tierra. Iniciamos esta pascua con la triste noticia de su partida, que al mismo tiempo su camino al cielo es la alegría de los hijos de Dios.