En Miraflores Boyacá, un tiempo de misión en familia

Existe más alegría en dar que en recibir, es una frase que la he escuchado muchas veces. Creo que en esta actividad hemos podido vivirla, dando algo que no es tangible, la presencia de una familia.

Por: Carlos Gómez

Somos una familia compuesta por mi esposa Mónica y por mis diez hijos, (tres hombres y siete mujeres). También nos acompaña mi cuñado que vive con nosotros hace unos años. Vivimos en Zipaquirá una ciudad pequeña a 45 Km de Bogotá.

En diciembre pasado llegado el tiempo del adviento, Juan José el mayor de los hombres, con 17 años, manifestó su deseo de repetir una experiencia vivida en el año anterior, que consistió en ir en misión con un grupo de jóvenes, convocados por una comunidad religiosa cercana de nuestra casa, llamada CASAF, a una población rural del departamento de Boyacá, con el objetivo de pasar el tiempo de las novenas de preparación para la navidad, ayudando al párroco del lugar en la realización de las actividades dispuestas para esta época.

Con mi esposa vimos que no había inconveniente dejarlo ir, pues la experiencia del año anterior, consideramos que había sido positiva para él. De hecho, por iniciativa de María Inés, una de mis hijas de 14 años, ella nos planteó sumarse a su hermano en esta actividad.

No era fácil tomar esa decisión, pues diciembre es un mes para estar juntos más con la familia, preparar la noche de navidad, aguinaldos, rezar la novena…, en fin, es una de esas épocas en las que el centro de las actividades es precisamente el hogar. Después de darle vueltas a la idea de los chicos, le dije a mi esposa en un momento de sosiego en casa: Y qué tal si lo que podemos hacer como familia en esta Navidad es regalarle al Niño Jesús algo que es escaso para esta época y que seguramente a él le va a agradar: nuestro tiempo y dedicación. Qué tal si, en esta Navidad nos proponemos acompañar a nuestros hijos en la misión que ellos piensan realizar, involucrarnos como familia, para llevar a otros, totalmente ajenos y desconocidos, el mensaje de esperanza que la Iglesia nos propone para el año 2025.

El sí estoy de acuerdo de mi esposa no se hizo esperar. Entonces, manos a la obra. Comuniquemos a la comunidad de Hermanas del Famulato Cristiano CASAF, nuestra inquietud y propósito. Después de algunas averiguaciones, como que el asunto había que tratarlo con el párroco de la población donde se iba a desarrollar la labor, tuvimos el aval para unirnos a esta empresa. Pasada la alegría inicial, vinieron las dudas: Y allá, ¿dónde iremos a dormir? ¿Cómo haremos para los temas de alimentación y demás? ¿Cómo vamos a llegar a un sitio que no conocemos? ¿Qué tendremos que llevar?

Aunque pensé en los evangelios donde se recuerda que “No llevéis nada para el camino, ni capa ni alforja, ni túnica de repuesto, en la casa que los reciban quédense ahí hasta que os marchéis de ahí”, me parecía que había que trastear con la casa para allá, pues todo resultaba necesario.

Al final decidimos llevar lo más mínimo: La ropa en unas mochilas y las ganas de servir. Las hermanitas de CASAF muy amablemente nos reunieron previo al inicio de la misión para explicarnos qué significaba ayudar en esa misión y cuales iban a ser nuestras responsabilidades como participantes. Básicamente se trataba de ayudar a realizar las actividades para que los niños y familias de la parroquia pudiesen preparar adecuadamente la celebración de la llegada de Jesús a este mundo hace dos milenios, dejar claro en la vida de muchos pequeños, por qué, se celebraba la Navidad y de paso visitar familias para conversar con ellas acerca del tiempo de gracia venidero del Año Jubilar y su mensaje de Esperanza para la humanidad, es decir dar catequesis, tarea a la que estamos acostumbrados, porque San Josemaría decía que el Opus Dei es una gran catequesis, y mi esposa y yo, somos supernumerarios del Opus Dei.

En esta ocasión el plan era desplazarse a Miraflores, un pueblo al que se llega luego de cinco horas, por carreteras sin pavimento en largos tramos, entre páramos y montañas, sin señal del móvil y el tránsito por sitios inhóspitos. Fue así que luego de coordinar todo el tema logístico, y de conocer en detalle el plan, decidimos unirnos a esa “misión decembrina”: mi esposa, mi cuñado y siete de nuestros hijos, desde el 15 hasta el 23 de diciembre. Iban con nosotros, otra familia --papá, mamá y tres hijos adolescentes-- que repetían la experiencia, pero se dirigían a un municipio cercano al nuestro.

Fuimos recibidos en la casa cural, el párroco, muy joven, nos acogió con gran cariño y nos explicó las actividades que desarrollaba la parroquia para esta época y cómo íbamos a ayudarlo en este propósito. El día de labor iniciaba en el templo a las 4:30 de la mañana con el rezo del santo rosario, la Eucaristía y el rezo de la novena.

Después un compartir a las 6:00 a.m. con los feligreses, seguido de un rato de oración, luego a desayunar para continuar con las actividades de la jornada: preparación de la Navidad para los niños, perifoneo para realizar las invitaciones a la población, visitas a familias, rezo de las novenas en barrios y empresas, participar en programas de la parroquia en la emisora de radio, acompañar a los sacerdotes en las eucaristías y realizar novenas en veredas y barrios del municipio.

La jornada se extendía durante todo el día hasta la noche, en que nos reuníamos con el párroco y su equipo de trabajo, para comentar lo sucedido durante el día y recibir la programación de actividades del día siguiente.

Debo confesar que no estábamos preparados física y mentalmente para realizar todas las tareas de la labor, pero logramos acoplarnos rápidamente para solventar todas las asignaciones que recibimos. Creo que la frase “la mies es mucha y los obreros pocos” se hizo muy presente en estos pocos días, pues la sentimos en carne propia.

Al hacer un balance de la labor realizada, aprendimos que muchas personas necesitan solo un poco de cariño, representado en un saludo amable, en interesarse por escuchar su historia, compartir un alimento, hacerle saber que, para Dios, él o ella es importante, y que esto tan simple resultaba suficiente para que su actitud y semblante cambiasen positivamente. Se ve que esto fue lo que impactó a nuestro hijo hace un año, y al gustarle tanto ese trato con la gente, quiso repetirlo.

Nos queda en el corazón poder haber visto la alegría e inocencia con que los niños disfrutaban de las actividades dispuestas para ellos y que no tenían ningún reparo en manifestar lo que sentían. Había realidades duras, como que algunos niños nos contaban que el momento más esperado era el del compartir, al finalizar la jornada, porque allí tenían el primer alimento del día. La pobreza material es una dura realidad en muchos lugares.

De igual forma que con los niños, nos sucedió en la visita a una casa de adultos mayores. Compartir unas galleticas y un postre de arroz con leche después de haber rezado la novena y dedicado un pequeño momento a cada uno de ellos para conversar, trajo una revolución tremenda a este lugar y a todos estos ancianitos.

También observé que mis hijos pequeños y adolescentes, tomaron y asumieron la misión con gran responsabilidad y entrega. Unos experimentaron el encuentro con niños de su misma edad para los cuales debían ayudar a coordinar la realización de actividades, asumiendo un papel de hermanos mayores, que me sorprendió gratamente. Ellos lograron rápidamente popularidad y familiaridad con sus pares, tanto que me preguntaban por la calle chicos con los que me cruzaba de improviso, si yo era el papá de aquella o aquel. Creo que mis hijos fueron los que más se divirtieron organizando actividades, compartiendo con otros niños, pero al mismo tiempo sintiéndose como otro más de la comunidad.

Quedaron experiencias. Podemos decir que mirar hacia afuera también nos ha permitido como familia, abandonar por unos días el centrar los pensamientos en las luchas y dificultades propias, para poder sumergirnos en otras realidades, con mayores apremios que los nuestros y en los cuales hemos podido encontrar también la alegría y esperanza que este mundo necesita.

Existe más alegría en dar que en recibir, es una frase que la he escuchado muchas veces. Creo que en esta actividad hemos podido vivirla, dando algo que no es tangible, la presencia de una familia, nuestra compañía, nuestra voz, nuestro tiempo, un abrazo, el canto, las risas, la oración, con otros seres que Dios nos puso en el camino. Todos peregrinos de la Esperanza.