El fundador del Opus Dei hace un milagro en Puerto Rico

Tengo la certeza de que esta curación milagrosa la conseguí a través de la intercesión del beato Josemaría, y en señal de agradecimiento he querido darla a conocer en este aniversario de su marcha al cielo para que aumente todavía más, aquí en Puerto Rico, la devoción al beato Josemaría Escrivá.

El lunes 26 de junio se cumplen 25 años del fallecimiento del beato Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei. Murió en Roma, en su habitación de trabajo, como él quería, trabajando hasta el último día de su vida. El 17 de mayo de 1992 fue beatificado en Roma por Su Santidad Juan Pablo II ante una multitud de 300,000 personas procedentes de los cinco continentes. Tuve la suerte de asistir a este solemne acto con un grupo de puertorriqueños; éramos alrededor de 400 personas entre las que se encontraban el cardenal Luis Aponte Martínez y Mons. Fremiot Torres Oliver, obispo de Ponce.

Para beatificar a una persona, es necesario que – entre otras cosas – se haya producido un milagro a través de su intercesión. En esa ocasión, cuando oí hablar del milagro con el cual se concedió la beatificación, no podía imaginarme que menos de dos años después yo iba a ser beneficiado por un milagro obtenido gracias a la intercesión del beato Josemaría. Tuve un grave accidente, perdí el movimiento de mi mano izquierda y, contra todo pronóstico, lo recuperé de un día para otro, como explicaré más adelante.

A lo largo de estos 25 años desde su marcha al cielo, la devoción al beato Josemaría se ha extendido a gentes de todas las condiciones sociales en todo el mundo. Los puertorriqueños no nos hemos quedado atrás y gracias a la intercesión del beato Josemaría hemos obtenido innumerables favores de los que sólo una pequeña parte son conocidos. Unos de tipo espiritual y otros de tipo material, unos grandes y otros pequeños, pero todos gracias a la oración llena de fe en su capacidad de intercesión ante Dios. Durante este tiempo, aquí en Puerto Rico, se han recibido 1,282 narraciones de favores. Entre éstas se encuentra la mía, que más que un favor es un milagro atestiguado por la ciencia, ya que varios médicos están de acuerdo en afirmar que mi curación no se puede explicar por causas naturales.

Cuando escribí a la Prelatura del Opus Dei para comunicár mi curación, me pidieron que tratara de conseguir todo el historial médico. Lo conseguí y posteriormente se envió a la Oficina para las Causas de los Santos de la Prelatura del Opus Dei en Roma. Ahí también los médicos que lo han estudiado concuerdan en afirmar que la curación de mi mano izquierda no es científicamente explicable.

Los detalles del accidente, atención médica y curación, gracias a la intercesión del beato Josemaría, son los siguientes: el domingo 1 de agosto de 1993, me encontraba viajando en carro con un amigo para ir a jugar tenis. Conversábamos tranquilamente mientras transitábamos por una vía principal, cuando de momento sentimos un golpe violentísimo en el automóvil con un ruido ensordecedor. A raíz del golpe – fue una guagua 4x4 la que nos impactó – terminamos estrellándonos contra un poste de energia eléctrica, quedándonos pillados dentro del carro.

En un primer momento me sentí aturdido y la vista la tenía nublada. Inmediatamente traté de ver cómo estaba mi amigo y noté que yacía inconsciente encima del volante, su rostro estaba desfigurado y del mismo emanaba mucha sangre. Sufrí mucho al verlo así, pero luego me tranquilicé un poco una vez que me percaté que estaba respirando. En el instante que traté de incorporarme para ayudar a mi amigo, sentí un dolor horrible en mi brazo izquierdo, como si me lo hubieran machacado, de tal forma que tuve que dejarlo quieto y no moverme del asiento, al mismo tiempo notaba cómo el brazo se hinchaba rápidamente desde la mano hasta el hombro. Estuvimos atrapados dentro del carro por espacio de hora y media en lo que llegaban los bomberos con los instrumentos adecuados para forzar las puertas del carro, de manera que los paramédicos pudieran sacarnos y llevarnos al hospital. Estando en el hospital, me dieron la buena noticia de que el estado de mi amigo no era grave. En cuanto a mí, me diagnosticaron una fractura con minuta, es decir, con astillas en el húmero izquierdo.

Durante un tiempo me atendieron dos ortopedas, los doctores Alejandro Román y Carlos Colón, pero dos meses y medio después del accidente, mi mano izquierda seguía sin movimiento aunque la fractura se había curado.

Me refirieron entonces al fisiatra, me atendió el doctor Rafael Oms, quien ha escrito lo siguiente: "Le vi por primera vez el 22 de octubre de 1993, para valorar y tratar la persistente parálisis y la consiguiente falta de función de la mano y de la extremidad superior izquierda, junto con el dolor y la inflamación de la mano.

Para evaluar su entidad, practicamos una electromiografía el 27 de octubre de 1993 y estudios de seguimiento el 2 de febrero de 1994. Durante ambas evaluaciones se evidenció un severo daño axonal, sin potenciales activos motores en los músculos correspondientes a la distribución del nervio radial. Estos hallazgos eran indicativos de un mal pronóstico en cuanto a la recuperación de la capacidad funcional".

El fisiatra determinó en el segundo estudio – electromiografía del 2 de febrero de 1994 – que el nervio estaba seriamente dañado, y que no iba a recobrar ya el movimiento en la mano. En el récord médico, deja constancia de que, a pesar de haberse concluido el ciclo de tratamiento, el paciente "persiste aún afectado y sin mejoría".

El 24 de noviembre de 1993 fui operado por el doctor Rafael del Prado, quien realizó una decompresión del nervio radial. No obstante, la liberación del nervio radial no produjo ninguna mejoría de las funciones sensitivas y motoras del nervio. El doctor del Prado escribió lo siguiente: "Fue sometido a decompresión del nervio radial y nos refirió que seguía el programa de fisioterapia dirigido a incrementar la sensibilidad, la fuerza y la funcionalidad de la extremidad superior. (...) Sin embargo, hasta este momento (16 de febrero de 1994) no se ha conseguido ninguna recuperación de la función motora y persiste la caída de la mano".

Yo estaba muy preocupado por el pronóstico que me habían dado los médicos. Un sacerdote amigo mío viajó a Roma y me trajo una estampa con reliquia del beato Josemaría. Inmediatamente comencé a rezarla y al cabo de aproximadamente diez días, hacia finales de febrero de 1994, una noche, mientras dormía, sentí unas molestias en la mano a las que, por estar cansado, no presté atención. A la mañana siguiente, quise mover la mano e increíblemente respondió perfectamente.

Pasaron unos días y fui a ver al fisiatra que atendió mi caso. Con toda la intención iba con el "brace" puesto en la mano curada. Lo saludé y me preguntó cómo estaba la mano izquierda. Le dije que estaba teniendo alguna mejoría. Sorprendido me dijo que me quitara el "brace" y le mostrara la mano. Así lo hice, y cuando comencé a mover la mano, el doctor Oms se llevó las manos a la cabeza y exclamó: "Alberto, esto es increíble, esto es un milagro. El nervio radial de tu mano izquierda estaba prácticamente muerto".

Tengo la certeza de que esta curación milagrosa la conseguí a través de la intercesión del beato Josemaría, y en señal de agradecimiento he querido darla a conocer en este aniversario de su marcha al cielo para que aumente todavía más, aquí en Puerto Rico, la devoción al beato Josemaría Escrivá.

Alberto J. Castro Laboy // El Nuevo Día (Puerto Rico)