Quienes lo conocimos desde su juventud encontramos siempre en él una gran firmeza en sus convicciones, proveniente de su fe y de su fidelidad a la vocación que, bien temprano, casi en su adolescencia descubrió mientras estudiaba su bachillerato en Manizales. Pronto comenzó a dar muestras de la seriedad de sus propósitos y del empeño, casi hasta la tozudez, en ser leal con el camino emprendido y hacerse responsable de todas las tareas que, en sus años de estudiante primero y luego en el ejercicio de su ministerio sacerdotal le fueron confiadas. Quienes le trataron le recuerdan en primer lugar por la manera como supo compaginar su alma sacerdotal –otro Cristo- con su mentalidad laical de educador: esto lo hizo enormemente cercano a todos, a la vez que marcó una huella profunda en quienes fueron sus discípulos, sus dirigidos, sus amigos.
“En mis años en Cartagena y Cali –escribió alguien- percibí que las virtudes que caracterizaban al Padre Germán eran la humildad, el olvido de sí y una total entrega a Dios. Su persona desaparecía siempre detrás del sacerdote y educador.Otra de sus grandes virtudes: la paciencia. Las clases de doctrina que daba a mamás del colegio y a otras señoras eran un ultra paciente ejercicio de autodominio, pues anteponía a su propio plan para la clase el deseo de resolver a cabalidad todas las dudas que le proponían. Con tolerancia a veces sobrehumana sabía contestar sus muchas preguntas desordenadas, sin perder ni el buen humor, ni la meta de la clase, ni su deseo de transmitir fielmente solo las enseñanzas de la Iglesia”.
Fue un enamorado de su sacerdocio y amaba también la vida ministerial de sus amigos sacerdotes diocesanos, a quienes les dedicó buena parte de su trabajo pastoral, con esfuerzo, sacrificio y amistad verdadera. Fueron muchas las horas empeñadas en ayudar al crecimiento espiritual del clero en las diócesis en las que trabajó, en contribuir, cuando fue requerido, a la formación de seminaristas y en fomentar con su oración, sus sacrificios y su trato personal, las vocaciones sacerdotales.
En todas las ciudades en las que ejerció su ministerio sacerdotal, con ejemplar perseverancia, en la universidad de la Sabana y en los colegios en los que trabajó como capellán, lo recuerdan con entrañable afecto. Lo encomendaron con especial intensidad durante su enfermedad, ofreciendo oraciones y sacrificios personales por su salud y ahora lo lloran con verdadero dolor, aunque conservan el convencimiento de que su vida tuvo todas las manifestaciones de la santidad y esperan que haya recibido el premio de la vida para siempre.