Cómo la Palabra de Dios nos habla sobre nuestra vida

El Papa Francisco dedicó la audiencia a desgranar el significado de la Sagrada Escritura en la vida del cristiano. Recomendó dedicar todos los días unos minutos a leer el evangelio y meditarlo.

¡Queridos hermanos y hermanas: buenos días, bienvenidos! 

Continuamos nuestra catequesis sobre el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia hacia Cristo, nuestra esperanza. Él es el guía. La última vez contemplamos la obra del Espíritu en la creación; hoy lo vemos en la revelación de la que la Sagrada Escritura es el testimonio inspirado por Dios y autorizado.

La Segunda Carta de San Pablo a Timoteo contiene esta afirmación: "Toda la Escritura está inspirada por Dios" (3,16). Y otro pasaje del Nuevo Testamento dice: "Movidos por el Espíritu Santo, aquellos hombres hablaron de parte de Dios" (2 Pe 1,21). Esta es la doctrina de la inspiración divina de la Escritura, la que proclamamos como artículo de fe en el Credo, cuando decimos que el Espíritu Santo "habló por medio de los profetas". La inspiración divina de la Biblia.

El Espíritu Santo, que inspiró las Escrituras, es también quien las explica y las hace eternamente vivas y activas. Él las hace inspiradoras. "Las Sagradas Escrituras inspiradas por Dios -dice el Concilio Vaticano II- y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra de Dios mismo y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los profetas y de los apóstoles" (n. 21). 

De este modo, el Espíritu Santo continúa, en la Iglesia, la acción de Jesús resucitado que, después de la Pascua, "abrió la mente de los discípulos a la comprensión de las Escrituras" (cf. Lc 24,45).

Puede suceder, en efecto, que un determinado pasaje de la Escritura, que hemos leído tantas veces sin ninguna emoción particular, un día lo leamos en un clima de fe y de oración, y entonces ese texto se ilumine de repente, nos hable, arroje luz sobre un problema que vivimos, aclare la voluntad de Dios para nosotros en una determinada situación. 

¿A qué se debe este cambio, si no a una iluminación del Espíritu Santo? Las palabras de la Escritura, bajo la acción del Espíritu, se vuelven luminosas; y en esas instancias tocamos con nuestras propias manos cuán cierta es la afirmación de la Carta a los Hebreos: "La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos" (4,12).

Hermanos y hermanas, la Iglesia se alimenta de la lectura espiritual de la Sagrada Escritura, es decir, de la lectura hecha bajo la guía del Espíritu Santo que la ha inspirado. En su centro, como un faro que lo ilumina todo, está el acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo, que realiza el plan de salvación, realiza todas las figuras y profecías, desvela todos los misterios ocultos y ofrece la verdadera clave de lectura de toda la Biblia.La muerte y resurrección de Cristo es el faro que ilumina toda la Biblia, y también ilumina nuestra vida. 

El Apocalipsis lo describe con la imagen del Cordero que rompe los sellos del libro "escrito por dentro y por fuera, pero sellado con siete sellos" (cf. 5,1-9), la Escritura del Antiguo Testamento. La Iglesia, Esposa de Cristo, es la intérprete autorizada del texto inspirado de la Escritura, la Iglesia es la mediadora de su anuncio auténtico. Como la Iglesia está dotada del Espíritu Santo -por eso es intérprete-, es "columna y apoyo de la verdad" (1 Tim 3,15). ¿Por qué? Porque es inspirada, sostenida por el Espíritu Santo. Y la tarea de la Iglesia es ayudar a los fieles y a quienes buscan la verdad a interpretar correctamente los textos bíblicos.

Una forma de hacer lectura espiritual de la Palabra de Dios es lo que se llama lectio divina, palabra que quizá no entendemos lo que significa. Consiste en dedicar un momento del día a la lectura personal y meditada de un pasaje de la Escritura. Y esto es muy importante: cada día dedicar un tiempo a la escucha, a la meditación, a la lectura de un pasaje de la Escritura. Y para ello te recomiendo: ten siempre un Evangelio de bolsillo y llévalo en el bolso, en los bolsillos... Así, cuando estés de viaje o tengas un poco de tiempo libre, lo coges y lees...


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Esto es muy importante para la vida. Coge un Evangelio de bolsillo y durante el día léelo una vez, dos veces, cuando se tercie. Pero la lectura espiritual de la Escritura por excelencia es la lectura comunitaria que se hace en la Liturgia, en la Misa. Allí vemos cómo un acontecimiento o una enseñanza, dados en el Antiguo Testamento, encuentran su pleno cumplimiento en el Evangelio de Cristo.

Y la homilía, ese comentario que hace el celebrante, debe ayudar a trasladar la Palabra de Dios del libro a la vida. Pero para ello la homilía debe ser breve: una imagen, un pensamiento y un sentimiento. La homilía no debe durar más de ocho minutos, porque después de ese tiempo se pierde la atención y la gente se duerme, y tiene razón. Una homilía debe ser así. Y esto es lo que quiero decir a los sacerdotes, que hablan tanto, tantas veces, y no se entiende de qué hablan. 

Una homilía corta: un pensamiento, un sentimiento y una indicación para la acción, para cómo hacerlo. No más de ocho minutos. Porque la homilía debe ayudar a trasladar la Palabra de Dios del libro a la vida. Y entre las muchas palabras de Dios que escuchamos cada día en la Misa o en la Liturgia de las Horas, siempre hay una que está pensada especialmente para nosotros. Algo que toca el corazón. Tomada en serio, puede iluminar nuestra jornada, animar nuestra oración. Se trata de no dejar que caiga en saco roto. Concluyamos con un pensamiento que puede ayudarnos a enamorarnos de la Palabra de Dios. 

Como ciertas piezas musicales, también la Sagrada Escritura tiene una nota de fondo que la acompaña de principio a fin, y esta nota es el amor de Dios. "Toda la Biblia -observa san Agustín- no hace otra cosa que narrar el amor de Dios".

Y san Gregorio Magno llama a la Escritura "una carta de Dios omnipotente a su criatura", como una carta del Esposo a su esposa, y nos exhorta a "aprender a conocer el corazón de Dios en las palabras de Dios". "Por esta revelación -dice el Vaticano II- Dios invisible, en su gran amor, habla a los hombres como a amigos y se entretiene con ellos para invitarlos y admitirlos a la comunión consigo mismo" ( Dei Verbum, 2).

Queridos hermanos y hermanas, ¡manos a la obra con la lectura de la Biblia! Pero no olvidéis el Evangelio de bolsillo: llevadlo en el bolso, en el bolsillo y en algún momento del día leed un pasaje. Esto os acercará mucho al Espíritu Santo que está en la Palabra de Dios. Que el Espíritu Santo, que inspiró las Escrituras y ahora respira desde las Escrituras, nos ayude a captar este amor de Dios en las situaciones concretas de la vida. Gracias.