El soplo del Espíritu que nos hace verdaderamente libres

En su catequesis semanal, el Papa Francisco ha hablado de los nombres de la Biblia con los que se menciona al Espíritu Santo y de cómo nos hace libres y nos libra de las ataduras del egoísmo.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la catequesis de hoy quisiera reflexionar con vosotros sobre el nombre con el que se llama al Espíritu Santo en la Biblia.

Lo primero que conocemos de una persona es el nombre. Por él lo llamamos, lo distinguimos y lo recordamos. La tercera persona de la Trinidad también tiene un nombre: se llama Espíritu Santo. Pero "Espíritu" es la versión latinizada. El nombre del Espíritu, aquel por el que lo conocieron los primeros destinatarios de la revelación, por el que lo invocaron los profetas, los salmistas, María, Jesús y los Apóstoles, es Ruach, que significa soplo, viento, aliento.

En la Biblia, el nombre es tan importante que casi se identifica con la persona misma. Santificar el nombre de Dios es santificar y honrar a Dios mismo. Nunca es un apelativo meramente convencional: siempre dice algo sobre la persona, su origen, su misión. Lo mismo ocurre con el nombre Ruach. Contiene la primera revelación fundamental sobre la persona y la función del Espíritu Santo.

Fue precisamente observando el viento y sus manifestaciones como los escritores bíblicos fueron guiados por Dios para descubrir un "viento" de otra naturaleza. No fue casualidad que en Pentecostés el Espíritu Santo descendiera sobre los Apóstoles acompañado del "estruendo de un viento impetuoso" (cf. Hch 2,2). Era como si el Espíritu Santo quisiera poner su firma a lo que estaba sucediendo.

¿Qué nos dice, pues, su nombre Ruach sobre el Espíritu Santo? La imagen del viento sirve en primer lugar para expresar la fuerza del Espíritu Santo. "Espíritu y poder", o "poder del Espíritu" es una combinación recurrente a lo largo de la Biblia. Porque el viento es una fuerza arrolladora, una fuerza indomable, capaz incluso de mover océanos.
Una vez más, sin embargo, para descubrir el pleno significado de las realidades bíblicas, no hay que detenerse en el Antiguo Testamento, sino llegar a Jesús. Junto a la fuerza, Jesús destacará otra característica del viento, la de su libertad. A Nicodemo, que le visita por la noche, Jesús le dice solemnemente: "El viento sopla donde quiere, y oís su voz, pero no sabéis de dónde viene ni a dónde va: así es todo el que ha nacido del Espíritu" (Jn 3,8).

El viento es lo único que no se puede aprovechar en absoluto, no se puede "embotellar" ni encajonar. Intentamos "embotellar" o encajonar el viento: no es posible, es libre. Intentar encerrar al Espíritu Santo en conceptos, definiciones, tesis o tratados, como a veces ha intentado hacer el racionalismo moderno, es perderlo, anularlo, reducirlo a un espíritu puramente humano, a un simple espíritu. Pero una tentación semejante existe también en el campo eclesiástico, y es la de querer encerrar al Espíritu Santo en cánones, instituciones, definiciones. El Espíritu crea y anima instituciones, pero Él mismo no puede ser "institucionalizado", "cosificado". 

El viento sopla "donde quiere", así el Espíritu distribuye sus dones "como quiere" (1 Co 12,11). San Pablo hará de esto la ley fundamental de la acción cristiana: "Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad" (2 Co 3,17), dice. Una persona libre, un cristiano libre, es aquel que tiene el Espíritu del Señor. Se trata de una libertad muy especial, muy distinta de la que se entiende comúnmente. No es libertad para hacer lo que uno quiere, sino libertad para hacer libremente lo que Dios quiere. No libertad para hacer el bien o el mal, sino libertad para hacer el bien y hacerlo libremente, es decir, por atracción, no por coacción. En otras palabras, libertad de hijos, no de esclavos.

San Pablo es muy consciente del abuso o malentendido que puede hacerse de esta libertad; a los gálatas les escribe: "Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad. Pero que esta libertad no se convierta en un pretexto para la carne, sino que, por el contrario, os sirváis por amor los unos a los otros" (Ga 5,13). Es una libertad que se expresa en lo que parece su contrario, se expresa en el servicio, y en el servicio está la verdadera libertad.

Sabemos bien cuándo esta libertad se convierte en un "pretexto para la carne". Pablo da una lista siempre actual: "Fornicación, inmundicia, desenfreno, idolatría, hechicerías, enemistades, discordias, celos, disensiones, divisiones, facciones, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes" (Ga 5,19-21). Pero también lo es la libertad que permite a los ricos explotar a los pobres, es una libertad fea, la que permite a los fuertes explotar a los débiles, y a todos explotar impunemente el entorno. Y ésta es una libertad fea, no es la libertad del Espíritu.

Hermanos y hermanas, ¿de dónde sacamos esta libertad del Espíritu, tan contraria a la libertad del egoísmo? La respuesta está en las palabras que Jesús dirigió un día a sus oyentes: "Si el Hijo os hace libres, seréis verdaderamente libres" (Jn 8, 36). La libertad que Jesús nos da. Pedimos a Jesús que nos haga, por medio de su Espíritu Santo, hombres y mujeres verdaderamente libres. Libres para servir, en el amor y la alegría. Gracias.

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