Por: Ximena Delgado
Bogotá está a 2.600 metros sobre el nivel del mar. “Más cerca de las estrellas”, dicen. Pero en realidad es un océano con millones de personas. Por cuestiones administrativas y geográficas la ciudad, la dividieron en dos grandes sectores: norte y sur. En ambos hay diversos problemas, como también infinidad de oportunidades.
La realidad social es que el sector del norte tiene mejores condiciones por antigüedad. Hay facilidad para los servicios públicos, grandes centros comerciales, elegantes edificios y mayores comodidades.
El sur ha sido, por cuestiones históricas, el más golpeado en temas de violencia, inseguridad y recibe a miles de personas por el desplazamiento ocasionado por el conflicto interno del país. En general, la ciudad crece en ambos sectores. De hecho, la construcción del metro ha sido planeada desde el sur hacia el norte.
Hace unos 20 años, un grupo de mujeres, estudiantes universitarias y profesionales, emprendieron la tarea de desarrollar trabajos sociales en el sur de la ciudad donde el campo es extenso, infinito. Visitaron los barrios, conocieron disímiles problemáticas, ayudaron acá y allá, sostuvieron entrevistas con alumnas de planteles educativos de localidades como Bosa, Usme y Ciudad Bolívar.

Así establecieron decenas de amistades con gente muy creativa, emprendedora, deseosa de adelantar estudios, llegar a una universidad, formar un hogar o montar su propia empresa. Claro que valía la pena todo este esfuerzo.
Un buen día sacaron una tarea al tratar de responder una pregunta: ¿Qué hacemos con el tiempo libre de todas estas muchachas estudiantes, jóvenes, deseosas de luchar por la vida?
Era una constante: Sus padres salían muy temprano a sus trabajos, ellas iban al colegio, regresaban después del mediodía y tenían toda una tarde para descansar, bailar, hablar con amigos y en definitiva, pasar horas sin hacer algo productivo, mientras llegaban sus progenitores a las altas horas de la noche, día tras día.

Se comenzaron entonces con unos talleres, cursos de administración, contabilidad y otros, pero se dificulta el viaje de los profesores hasta esos sitios entonces, surgió la donación de una casa en el barrio Techo, en la Localidad de Kennedy, y allí se aprovecharon todos los espacios posibles para adecuar un Centro Cultural donde dictar las clases. Casanueva lo bautizaron.
Comenzaron a llegar estudiantes de distintos colegios y de barrios. “Juventus” fue el nombre que se le dio al programa de ayuda; incluye clases de diferentes asignaturas y también charlas de formación humana, del sentido de la vida, fortalecimiento y armar un propósito en la vida con sentido. Ese programa ya era conocido en los colegios de la zona, pues esa labor hace muchos años se venía desarrollando por personas del Opus Dei, con chicos en idénticas circunstancias. Este nuevo centro, adoptó el nombre e implementó su propio sistema para ejecutarlo.

Algo importante es que con el programa se puedan desarrollar esas capacidades y habilidades humanas e intelectuales de las beneficiarias, buscando que se formen como mujeres líderes, que sean profesionales competentes, ciudadanas ejemplares, que puedan evadir las trampas de la pobreza y puedan hacer propia la siguiente frase de una de aquellas jóvenes que pasó por Juventus y hoy es profesional: “Aprovecha el tiempo libre y cumplirás tus sueños y eso hice”.
Juventus trabaja en la formación humana, los valores y las virtudes. El panorama educativo es amplio desde brindar herramientas académicas a las beneficiarias hasta contribuir con sus proyectos con mentorías.

El programa incluye técnicas de estudio y de investigación, y también clases de inglés. También se ofrece asesoría en algo primordial: el emprendimiento.
Todo tiene su tiempo y un día se vio la necesidad de buscar ayudas para las jóvenes que terminaron su secundaria y deseaban adelantar una carrera universitaria. Entonces se establecieron convenios con varias universidades que brindan aportes para que ellas puedan estudiar. Como no son completas las becas, ellas deben trabajar y contribuir con su estudio.

Primero fueron charlas para que pasaran del colegio a la universidad y luego del paso de la vida estudiantil a laboral. El camino es amplio y llevadero. Pero algo importante también son las convivencias, los retiros espirituales y los cursos que se adelantan en alguna finca de un cooperador o en Torreblanca, una casa de convivencias en Silvania.

Han sido momentos para conocer aún más a esas jóvenes promesas de la vida laboral en Colombia y a buscar el trabajo como medio de santificación personal, con perseverancia y con mucha alegría.

