El Opus Dei en mi vida ha supuesto miles de cosas buenas, tantas que, si las enumerara una por una, no terminaría. Acabo de cumplir 25 años de conocer esta maravilla, y no cambio por nada el momento en que mi mamá me habló de la Obra.
A lo largo de estos años he aprendido a valorar las dificultades, a servir a los demás, y lo más importante, a “vivir con Dios”, no sólo estando cerca de una iglesia o capilla, sino a vivir con Dios en el corazón. En todo lo que hago sé que Él me ve y me oye; si hay dificultades, se las cuento, aunque Él las sabe, pero así lo trato como al mejor amigo y Él me ayuda a solucionar las cosas, porque sé que me quiere mucho… y los proyectos, la vida familiar, la amistad con otras personas, no los vivo yo sola: sé que Dios está allí, y le pregunto cómo puedo ayudar a los demás y valorarlo a Él por encima de todo.
Otro punto, pienso, es darle valor a cada cosa, sin exagerar los problemas –que además los permite Dios–, aprovecharlos para crecer por dentro… Por ejemplo, aprender a sonreír ante una contrariedad, ver la mano de Dios en todo, o como solía decir San Josemaría, ver con los ojos de Dios. Así, la vida cobra un sentido de eternidad; es vivir en el cielo y en la Tierra.
Finalmente, pienso que el mejor modo de agradecer esta maravilla es buscar otros corazones que empiecen a vivir el espíritu del Opus Dei, de manera que llegue a todos los rincones este estupendo mensaje.