Artículo publicado en El Diario del Otún: El Opus Dei en Colombia, 60 años

Presentamos un artículo publicado en El Diario del Otún con ocasión de los 60 años del inicio de la labor apostólica de Opus Dei en Colombia.

La pequeña semilla, que como el grano de mostaza, era entonces algo insignificante y sin relieve para la sociedad de los años cincuenta en Colombia, ha venido a convertirse –como en la parábola (Cf. Mateo 13, 31-32)- en árbol fecundo, colmado de frutos. Desde la Guajira hasta Ipiales, de Santander a Leticia, en ciudades importantes y en lejanas y pequeñas poblaciones se ha escuchado el mensaje de la llamada universal a la santidad, anunciado al fundador desde 1928, predicado y vivido por el Opus Dei desde entonces.

El Opus Dei es una gran catequesis. Sólo tiene esa finalidad: dar formación cristiana, enseñar a vivir el Evangelio con todas sus consecuencias, descubrir el sentido divino de las realidades humanas, pensar en los demás, hacer apostolado: un apostolado discreto, en silencio, persona a persona, sin ruido innecesario.

A través del hilo de la historia de estos sesenta años en Colombia, se podría hacer un seguimiento en cadena desde los primeros que llegaron de España a comenzar la labor (media docena) hasta los cientos de miles que en este tiempo han recibido formación en centros de la Prelatura o en contacto con alguien vinculado a ella.

Los primeros fieles del Opus Dei llegaron el 13 de octubre de 1951. Algo más de dos años después de la llegada del sacerdote Teodoro Ruíz para comenzar con unos pocos más, Aurelio Mota, químico farmaceuta, Ángel Jolín, médico, Luis Borobio, arquitecto, Pepe Albendea, estudiante de derecho …, la labor confiada directamente por Monseñor Escrivá de Balaguer a estos pioneros, en Bogotá y luego en Medellín, ya despuntaban las primeras vocaciones: Ernesto Diego Torres, Nacho Gómez, Octavio Arizmendi…, y las primeras residencias de estudiantes universitarios, como anticipo de lo que hoy es un conjunto abigarrado y multicolor de labores, con un común denominador: afán de apostolado, espíritu de servicio y un fuerte dinamismo de santidad en la familia, en el trabajo cotidiano, en los diversos momentos de la vida ordinaria, que tienen el aliento, lejano en la distancia y entrañablemente cercano en el espíritu a San Josemaría.

Desde Bogotá y Medellín la expansión no se detiene. Manizales, desde mayo del 58; Cali, a partir del año 61; Cartagena, a comienzos del 70; Barranquilla, en el 78; Bucaramanga, en el 81 y Pereira en el 2008. Y desde cada una de estas nuevas ciudades, con un impulso apostólico siempre fresco, en el mayor respeto por la libertad persona, la misión del Opus Dei se extiende por ciudades intermedias. Un obispo que pide a sacerdotes de la Obra ayuda para la formación de su clero; una familia que se instala y remueve el ambiente de sus vecinos; un profesional que se traslada y genera un clima nuevo de espiritualidad en sus colegas; padres que piden colaboración para iniciar un colegio para sus hijos con criterios inspirados en ideas de San Josemaría y solicitan la dirección espiritual de un sacerdote de la Prelatura.

Como una inyección intravenosa en el torrente circulatorio de la sociedad, el espíritu del Fundador va llegando a miles y miles de personas, de la más diversa condición. Pedía el Fundador a sus hijas e hijos: Que seáis sembradores de amor, paz y alegría en los corazones de todos, en el mundo entero.

Para el Opus Dei es igual la importancia de quienes llevan adelante una universidad, del prestigio de la Universidad de la Sabana, como la de quienes enseñan los más elementales deberes familiares a mujeres campesinas en la Ceja, Antioquia y en Silvania, Cundinamarca. No son las cifras que se contabilizan, ni las ciudades o las instituciones educativas o asistenciales, las que definen su labor en estos sesenta años.

Lo verdaderamente valioso es el anuncio del Evangelio que realizan sus miembros, junto con la Asociación de Cooperadores o con los centenares de universitarios que se nutren de su espíritu; el apostolado de amistad y confidencia, persona a persona, con el fin de acercar a Cristo a quienes tienen a su lado. Siempre en estrecha fidelidad de obediencia y amor al Santo Padre y en cercana colaboración con los señores obispos o los párrocos, como fieles corrientes que son todos sus miembros, ciudadanos de un país que amamos y por cuya paz luchamos.

Sesenta años en Colombia son poco para medir la influencia eclesial y social de una Institución que está llamada a pervivir mientras haya hombres y mujeres que trabajen con capacidad para santificar su labor, santificarse en ella y ayudar a otros a encontrar la santidad precisamente en su mismo trabajo y en el ámbito de la propia familia.

Adaptado de artículo publicado en Lecturas Dominicales, El Tiempo

Por Javier Abad Gómez