Este día fue la tertulia con la gente joven. Una de las preguntas a don Álvaro fue:
Padre, ante el ambiente actual de corrupción, ¿cómo vivir bien la virtud de la pureza y la Confesión frecuente?
“Muy bien. Son dos preguntas muy interesantes. Nosotros tenemos la capacidad de levantar nuestra alma a Dios y decirle: Señor, te quiero servir, te amo. Y entonces el Señor nos dice: sé más limpio, no manches tu alma. Porque en nuestra alma en gracia inhabita el Espíritu Santo, el Padre y el Hijo.
Si pecamos –por impureza, por soberbia, o por cualquier otro pecado grave-, echamos a Dios de nuestra alma y nos quedamos solos. Pero el Señor, que nos ha creado, sabe de qué barro estamos formados: un barro frágil que se rompe fácilmente, con la menor tentación, sobre todo si no ponemos los medios para huir de las ocasiones, si no cuidamos la vista, si vamos mirando cualquier cosa… ¿Comprendéis? Los ojos son como las ventanas del alma. Si no mortificamos la vista, nos ponemos en ocasión de pecar, de manchar nuestra alma”.
Don Álvaro habló entonces del Sacramento de la Penitencia, que es el remedio adecuado para nuestra debilidad.
“-Os lo decía que son santos, y llegan al Cielo, no los que no han pecado nunca, sino los que después de pecar han tenido la humildad de pedir perdón a Dios y levantarse. Nuestra vida es caer y levantarse continuamente; y para entrar en el Cielo, hemos de llegar de pie al último instante de nuestra vida terrena. Nadie conoce cuál será ese momento, hijos míos, porque la muerte viene sicut fur, como un ladrón, dice la Escritura. De modo que hay que estar preparados, viviendo siempre en gracia de Dios, y acudiendo con urgencia a la Confesión siempre que sea necesario”.