Una labor social de ida y vuelta

Universitarias que asisten a los medios de formación en centros del Opus Dei viajaron a Talcahuano para ofrecer ayuda material y compañía a las víctimas de la catástrofe del 27 de febrero.

La experiencia ayudó a las universitarias a rescatar el sentido cristiano del dolor.

El agua entró a la casa de Georgina hasta un metro y medio. Perdió todo: cocina, refrigerador, ropa, computador, muebles, todo destruido por el  agua salada. Pero lejos de parecer una “víctima”, ella era la delegada de su calle, es decir, se encargaba de organizar entre sus vecinos la ayuda que llegaba y comunicar las noticias que entregaban las autoridades. Fue ella la que llevó a las universitarias y jóvenes profesionales que reciben formación espiritual en algunos centros del Opus Dei, a un albergue con 51 familias para repartir las cajas con comida y utensilios de aseo que habían llevado desde Santiago. Con un entusiasmo ejemplar, Georgina  animaba a todos a no deprimirse  ante las dificultades, haciéndoles ver que lo importante era estar vivos y que las cosas materiales se pueden recuperar.

 “El estado en que quedó el lugar realmente sobrecoge –cuenta  Erica. Todo gris, maloliente y destruido. Nos asombraron la fortaleza y entereza de la gente de Santa Clara frente a sus pérdidas y a todo el trabajo que queda por hacer”.

El objetivo primordial, además de la abundante ayuda material que llevaron las jóvenes,  era poder dar una mano a quienes habían sido víctimas de la catástrofe que azotó a la Región del Bío- Bío las semanas anteriores, llevando  una palabra de aliento y fuerza o simplemente acompañando y escuchando a las víctimas, ayudándoles a dar una mirada desde la fe al momento por el que estaban pasando.

“El estado en que quedó el lugar realmente sobrecoge –cuenta Erica. Todo gris, maloliente y destruido'.

Maca y Tere, estudiantes universitarias, cuentan que “fue una labor social de ida y vuelta, porque la fuerza, el ánimo y el sentido de Dios que tienen las personas a las que visitamos es arrollador, a pesar del panorama: casas destruidas, montones de basura frente a cada puerta; todas las zonas verdes quemadas por el agua salada, peces muertos y otros desechos que obligaron a las autoridades a decretar emergencia sanitaria en el lugar. Después de estar ahí y conocer a las personas, sentimos que eran ellas las que nos habían ayudado a nosotras”.

Volver la mirada hacia lo importante

El ejemplo de Georgina no fue el único que encontraron las jóvenes que se desplegaron por la población Santa Clara, en Talcahuano, y sus alrededores, ofreciendo ayuda o algún servicio, como ir a buscar agua al camión aljibe, limpiar ropa embarrada, barrer escombros.

Elsa perdió a su marido carpintero hace algunos meses. Tiene seis hijos y la menor estaba a punto de entrar a la universidad cuando sucedió el cataclismo. La casa y los muebles los había hecho su esposo. “El agua se llevó los recuerdos, cuenta, pero todo lo sucedido lo permite el Señor para hacernos volver la mirada hacia lo verdaderamente importante: la familia, las personas y sobretodo Dios. Esta sociedad estaba muy materialista: las personas estudiaban y trabajaban para tener, pero sin preocuparse de lo que verdaderamente importa”.

Además de entregar ayuda material, el objetivo era acompañar y dar aliento desde la fe a las víctimas de la catástrofe.

Otro caso es el de Iván, padre de familia que había invertido todos sus ahorros y esfuerzos para construir su casa, salir de las poblaciones y poder darle una mejor educación a sus hijos; él y parte de su familia tuvieron que pasar cerca de 3 horas en el techo de la casa hasta que el agua se retirara y poder refugiarse en un cerro cercano la noche del terremoto y posterior tsunami el 27 de febrero.

Las universitarias cuentan que lo encontraron con una sonrisa y dispuesto “a volver a empezar de cero con la ayuda de Dios y gente como ustedes, de buen corazón, que dan de su tiempo a quienes más lo necesitan”.

Para las universitarias y jóvenes profesionales, la experiencia no solo valió la pena por la ayuda que pudieron entregar, sino que a ellas mismas les sirvió para poder rescatar el verdadero sentido cristiano del dolor y el sufrimiento llevados con fe y en la compañía de Dios.