Un mundo lleno de sentido

Carta escrita por el pbro. Wenceslao Vial Mena, Sacerdote de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, publicada el día 7 de julio en diario El Mercurio.

La encícilica Laudato si’, Alabado seas, abre un horizonte espléndido a creyentes y no creyentes. Recuerda la necesidad esencial de descubrir el sentido de la vida. Llama a ser responsables, que significa poder dar respuesta, lo que sólo es posible si hay alguien que reciba y merezca esa respuesta: cuánto antes iniciemos la entretenida aventura de encontrarlo será mejor. Vamos a dar los primeros pasos: romper con la indiferencia, volver a admirarnos, cuidar al más necesitado, querer a todos sean como sean y abrirnos a la verdad. Nuestra madre Tierra «clama por el daño que le provocamos, a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes» (2).

Claman también tantos que no poseen lo mínimo necesario. Esto ocurre ante la mirada indiferente de poderosos, ricos, corruptos…, de la de cada uno de nosotros tantas veces, que desde los propios balcones del poder, de la comodidad o la indiferencia no queremos complicarnos la vida. Quien supera la pereza y vence la comodidad puede alcanzar una existencia plena de sentido. Es preciso cambiar el estilo de vida, ser más solidarios, con nuevos «modelos de producción y de consumo» (5) que aspiren a servir; pero sobre todo, abandonar la indolencia, compartir la tierra con hombres y mujeres de toda condición, con los peces, las aves, las plantas… Invitando a cantar «al sol, a la luna y a los más pequeños animales» (11), incluso a las piedras y los minerales. ¡Magnífica riqueza la diversidad de formas, dimensiones, edades, medidas y pensamientos! Hay que abrirse a la magia del mundo.

Como aquel pequeño descrito por Chesterton, que se acerca a una ventana y subido en una silla se pasma porque ¡está saliendo el sol! Señor: ¡lo has hecho de nuevo!, exclama. Quizá cuantos chicos y no tan chicos ante este tipo de espectáculos podrían decir hoy solamente: vaya, esto ya lo he visto en la web. La vida es más alegre cuando se sale de uno mismo y de las redes, si se cambian algunos clicks por la belleza verdadera, por el descanso en la naturaleza off line. Abrirse a los demás facilita renunciar «a convertir la realidad en mero objeto de uso y de dominio» (11) sin nadie que exija responsabilidad, que espere una respuesta; y reconocer «la naturaleza como un espléndido libro» (12). Y, al admirar en sus páginas los montes nevados, los ríos caudalosos, las brillantes estrellas… asombrarse especialmente ante el ser humano, libre, capaz de amar y de darse. Cada persona, con un sentido único e irrepetible, nos hace revelarnos ante la cultura del descarte. Los primeros excluidos son los que aún no han nacido, los enfermos, los niños, los ancianos, los trabajadores precarios, quienes no poseen una casa, los que huyen de la guerra o de la miseria.

Con su dignidad infinita, caen en el vacío cósmico que producen tantas leyes hechas sólo para ricos y sanos. Cuántos políticos cierran las puertas de la casa común a quienes en apariencia no son útiles. Así se expresa el Papa: «no parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos e inoportunos, si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades» (120). Si podemos cantar a las bellezas del mundo, es porque reconocemos que la vida humana «es un don que debe ser protegido de diversas formas de degradación» (5). Es injusto excluir a alguien de la casa común, «culpar al aumento de la población y no al consumo extremo y selectivo de algunos» (50). Es injusto imponer el control de la natalidad, promover la pornografía, una sexualidad cerrada en sí misma y utilitaria, difundir la prostitución y el abuso de menores, en la danza en torno al cerdo de oro, como decía Frankl. A toda persona de buena voluntad corresponde velar por «el ambiente, la familia, la sexualidad» (6), apreciar al ser humano «en su masculinidad o femineidad»; no dejar que adoctrinen a los niños sin el consentimiento de sus padres o lesionen su identidad, y respetar los significados del cuerpo.

El cuidado del planeta y de la naturaleza humana exige dejar de lado las necesidades egoístas. Si queremos mejorar el mundo, hemos de «pasar del consumo al sacrificio» (9). Abandonar la mentalidad de patrón único, que manipula al mundo y a las personas a su antojo. Pero la aventura no puede ser ciencia ficción. Para transformar el espacio interestelar, o la selva amazónica, comencemos por el jardín, por la «ecología dela vida de cada día», «en nuestra casa, en nuestro lugar de trabajo, en nuestro barrio» (147), ¡en la familia!, donde se acoge la vida.

En ella «se aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir gracias como expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos (…), a pedir perdón cuando hacemos algún daño» (213). Quien busca la verdad sobre sí mismo y el universo está en condiciones de vivir el poder como servicio, de acoger a todos. En cada página de su vida encontrará al otro, al más necesitado que le implora una respuesta, y por ese camino, si no lo ha hecho todavía, quizá en una vuelta de hoja tenga la fortuna de encontrar a Dios.

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