Desde Villoalle, en cuanto pudieron organizarse, prepararon una expedición para llevar ayuda a la zona más dañada.
Una familia de Supernumerarios de la Obra les ofreció su casa que se convertiría en el lugar de operaciones. A través de Felipe Rojas, un estudiante viñamarino, algunas universidades les facilitaron abundante material, agradeciéndoles lo que pudieran hacer para distribuir la ropa y los alimentos no perecibles. Otra persona les facilitó cascos, buzos de trabajo y guantes, indispensables para la labor que se disponían a realizar. Después de cargar tres camionetas, diecinueve colegiales y universitarios se trasladaron al área más damnificada.
Aurelio Fernández, alumno de Ingeniería Civil Industrial, de la Universidad Católica de Valparaíso, señala que visitaron a una familia conocida que vivía cerca de donde se alojaron y les dejaron varios paquetes con alimentos, para los vecinos que necesitaban ayuda.
“Al llegar a la localidad de Teno, nos pusimos en contacto con las autoridades para coordinar nuestro trabajo. Sin perder tiempo, fuimos desescombrando un hogar de ancianos que se había visto seriamente dañado. Los vecinos nos hacían ver su confianza en Dios, a pesar de la desgracia. Nos agradecían sinceramente nuestra colaboración, atendiendo a lo que habíamos conseguido hacer contra el tiempo”.
Desde la radio local, le pidieron al grupo de voluntarios que transmitiera un mensaje de esperanza. Y no les fue difícil ya que en la mañana habían observado la autopista norte-sur convertida en una auténtica avalancha de convoyes con ayuda solidaria.
El segundo día se habían propuesto llegar a las localidades más dañadas, las que habían perdido casas, enseres y vidas humanas. Fueron al pueblo de Curepto, donde se encontraron con que sólo 400 de las 1.700 casas estaban habitables. A Vicente Tapia le llamó la atención cómo “las personas nos pedían que les hiciésemos llegar los víveres a vecinos que estaban más necesitados, aunque era patente que a ellos no les sobraba”. Unas palabras de saludo bastaban para entablar una animada conversación a la que se sumaban los vecinos, mientras les entregaban ropa, bolsas con raciones de alimentos, dulces para los más chicos… y estampas y trípticos de San Josemaría. La labor de demolición de murallas dañadas continuaba por todas partes.
“El último día –resume Aurelio Fernández– descubrimos casas que, por encontrarse en las afueras de los pueblos, aún no habían recibido ninguna ayuda y seguían sin agua. En realidad eran montones de escombros, lo único que quedaba de lo que había sido la casa de familias con niños que tenían que soportar a la intemperie esos días y noches. Humberto, Chiqui y Tono querían prolongar todo lo posible su colaboración viendo la necesidad de esas personas”.
Una vez que agotaron su tiempo y la ayuda que llevaban, al caer la tarde regresaron tan cansados como felices a la casa de Viloalle.