Marie Hélène estudió en el Colegio Los Andes y en el “mes de la solidaridad” participó en un panel de testimonios de servicio junto a otras ex-alumnas. “El servicio es estar atentos a las necesidades y saber responder con dedicación y calidad”, señaló.
Antes de empezar su relato de sus ya 10 años de trabajo en la cárcel, habla de su formación cristiana, que permea toda su vida: “Mis padres nos transmitieron la fe y nos enseñaron a preguntarnos ‘qué necesita el otro’. Al mismo tiempo, siempre he estado vinculada al Opus Dei, formándome y participando en círculos de cooperadoras. Escuché al prelado del Opus Dei, mons. Fernando Ocáriz, decir en Chile que siempre y en todo lo primero es rezar. Ahora me doy cuenta de que es muy distinto cuando vamos a la cárcel y hemos rezado en el camino en comparación con cuando no lo hacemos”.
Marie Hélène ha involucrado a muchas personas en sus campañas solidarias para las internas, y, desde luego, a su marido Carlos, a sus hijos y a sus amigas con sus hijas. Después de 20 años trabajando como ingeniera comercial, el año 2014 se encontró con la cárcel. Y se enamoró.
Este es el relato de su trabajo en la cárcel de mujeres de San Joaquín.
INDICE
- Cuando pedí ir a la cárcel, me dijeron que no
- Se necesita mucha plata: según mi marido, cuando llegue al cielo me van a devolver para que pague las deudas
- Se lo escuché a d. Fernando Ocáriz en Chile: lo primero, la oración
- Este es un trabajo profesional: no es turismo de ir a ver a las presas
- El Papa en la cárcel: cada interna se sintió acogida
- Lazos profundos: del minuto millonario al funeral de una interna
- No puedo decirles que Dios las quiere cuando ellas han sido violentadas
- ¿Cuándo una mujer hace clic y dice “voy a cambiar”? Cuando dice, lo voy a hacer por mis hijos
- Mi ahijada de confirmación salió de la cárcel: le va a ir bien
- Las campañas de Marie Hélène en estos 10 años
- Mis sueños: que tengan trabajo al salir y un Chile con menos cárceles
1. Cuando pedí ir a la cárcel, me dijeron que no
Conocí a la hermana Nelly León, capellana de la cárcel de mujeres de San Joaquín, en una charla de formación en la que dio a conocer lo que se hacía en la cárcel. En esa época yo trabajaba para un hogar del Sename y enganché altiro con todo lo que contó. Le dije: – 'Quiero estar ahí'. Pero me dijo que no.
Lo que la hermana Nelly no sabía es que me encanta cuando me dicen que no y seguí insistiendo. Para conocerme más, me pidió ayuda en conseguir útiles de aseo para 50 mujeres. Yo preparé sesenta packs con todos los champús iguales, con escobillas de pelo, con cremas. Después de eso fui a la cárcel: era el Día de la Mujer, en que se junta toda la población penal. Alguien pensaría que iba a salir arrancando, pero no: me encantó el ambiente.
Seguí insistiendo hasta que me dejaron empezar a ir, pero con una condición: ‘sin faltar nunca, ni siquiera en el verano’. Me asignaron a dos mujeres para hacerles acompañamiento espiritual. Tenía permiso para entrar sólo para estar una hora con cada una; nada más. Pero siendo como soy, que me encanta conversar, me quedaba más rato. Me habían dado muchas instrucciones: qué les podía decir y qué no, y que les tenía que enseñar a rezar. Pero me fui dando cuenta de que necesitaban muchas cosas antes de aprender a rezar.
Me involucré cada día más con ellas y pude darme cuenta de otras cosas que faltaban; me empecé a meter, a meter, y a insistir en que quería hacerme cargo de esas otras necesidades. Me dijeron que podía estar a cargo de la bodega, lo que significó no solo repartir útiles de aseo, sino conseguirlos. Empecé a pedir donaciones hasta que me di cuenta de que era mejor conseguir plata porque era mucho más eficiente comprar todo a granel, y aquí envasarlo y repartirlo.
Comprendí que no era sólo champú y jabón lo que les estaba entregando, sino mucho más: las mujeres se sentían acompañadas porque notaban que alguien veía sus necesidades y estaba preocupada de ellas. Empecé entregando packs a 100 mujeres, después 150, 200… Trabajé durante 6 años solo con la ayuda de unas adultas mayores, internas. Y en paralelo, a medida que veía otras necesidades, empezaron las campañas de navidad, de la toalla, en la pandemia...

2. Se necesita mucha plata: según mi marido, cuando llegue al cielo me van a devolver para que pague las deudas
Para todas estas cosas –y las campañas que han ido surgiendo– yo necesito mucha ayuda. Monetaria, pero también manos. Hay quienes me dicen ‘a mí no me gusta ir a la cárcel, pero sí te puedo ayudar en conseguir fondos, en ir a buscar cosas, comprar juguetes para la Navidad, envolverlos’. Porque envolvemos todos los juguetes, que son de excelente calidad, los mismos que regalo a mis nietos, que mis amigas jóvenes regalan a sus hijos. Recurrimos a mucha gente, ¡hasta a los futbolistas para que nos den buenas pelotas de fútbol!
Según mi marido, el día que yo me muera no voy a poder llegar al cielo porque me van a decir: tiene demasiadas deudas pendientes, devuélvase a pagarlas.
Actualmente –además de los que consiguen fondos y ayudan en campañas específicas– trabajamos un grupo de ocho mujeres: no somos una fundación, no somos una corporación; somos un grupo que en las mañanas envasamos los champús, los jabones… y hacemos las bolsas que repartimos en los patios. En la tarde tenemos asignado un patio de internas. Entre estas ocho hay una que está encargada de las que tienen guagua y les enseña a hacer cosas manuales. Hay otra que hace un taller de costura. Y otras que estamos encargadas de “nuestras viejas”, como les decimos, que son las internas mayores.

Tenemos distintas actividades según la época del año –el día del Niño, el día de la Madre, el día de lo que sea– porque celebramos todo. Este septiembre les hicimos un almuerzo con anticuchos y empanadas a las internas que tenemos asignadas, así como a las profesionales que trabajan ahí, asistentes sociales, psicólogas… y a las internas que nos van a ayudar a envasar. Eso es muy importante porque nos asignan a distintas mujeres para ayudarnos a envasar y organizar los útiles de aseo y así podemos conversar con ellas. Mientras uno está trabajando salen muchas cosas.
3. Se lo escuché a d. Fernando Ocáriz en Chile: lo primero, la oración
Yo estuve en el Encuentro que tuvo en Chile el prelado del Opus Dei con las familias y repitió una cosa súper importante que me marcó mucho y que lo he tratado de decir a quien me quiera oír: que lo primero que tenemos que hacer ante cualquier dificultad es rezar. Eso fue lo que dijo al responder cada una de las preguntas que le hicieron.
Lo primero que tengo que hacer es rezar, por las internas, rezar por la cárcel, rezar por los gendarmes, rezar por la gente que va. Rezar por las autoridades que para que nos den los permisos para funcionar. Es lo más importante y eso nos ha ayudado mucho.
Ahora me doy cuenta de que es muy distinto cuando vamos a la cárcel y hemos rezado en el camino, en comparación con cuando no lo hacemos.
Además, en las tardes rezamos con las mujeres y cantamos. Agradecemos a Dios, le pedimos. A mí lo que más me impacta es que es mucho más lo que agradecen que lo que piden. Yo he aprendido mucho de ellas, del cariño que te entregan, de cómo te escuchan.

4. Este es un trabajo profesional: no es turismo de ir a ver a las presas
Hemos profesionalizado harto este trabajo. Si bien es voluntario, hay que hacerlo bien, profesionalmente. Algunas somos exalumnas del Colegio Los Andes y aprendimos la importancia del trabajo bien hecho. Nos preocupamos especialmente por las más necesitadas: ¿quiénes son? Las que no recibieron visitas, las que no tuvieron una encomienda, las que no están recibiendo sueldo en la cárcel. Por lo tanto, no tienen plata para comprarse el champú. También nos fijamos de no entregar a la que acaba de pedir...
ESTO NO ES TURISMO DE IR A VER A LAS PRESAS. HAY VECES QUE EL SERVICIO ES IR A COMPRAR ELÁSTICOS PARA UN TALLER
Este es un trabajo que no es pagado. Esos son los voluntariados: un trabajo que se hace voluntariamente, pero de una manera profesional. Hay que hacerlo bien. Eso yo lo aprendí en el colegio y en mi casa. No es un algo que hacemos cuando tenemos ganas. Hay un compromiso: los martes no se pide hora para ir al doctor y si te invitan a un almuerzo entretenido, no puedes ir. Porque no podemos dejarlas esperando. Ya las ha dejado esperando todo el mundo.

5. El Papa en la cárcel: cada interna se sintió acogida
La venida del Papa fue muy emocionante. Trabajamos mucho. Mi hija y sus amigas hicieron grullas para decorar el gimnasio que era ‘indecorable’. Quedó precioso. El día antes de que fuera el Papa a la cárcel, nos avisaron que las voluntarias no podríamos ir porque iría la presidenta y su comitiva y no había espacio. Pero yo tuve fe de que iba a resultar y recé, recé, y me llamaron a las nueve de la noche para decirme que, si quería ir, tenía que estar a las cuatro de la mañana. Fue increíble. La visita del Papa fue muy linda porque cada interna se sintió acogida por él. Francisco le habló a cada una, miró a cada una, las escuchó. Hacían 38º de calor y cantamos, cantamos, cantamos, pero era un canto en oración. Fue precioso. Hay un antes y un después de la venida del Papa. A todas nos marcó lo que les dijo: 'A ustedes les han quitado la libertad, pero nadie puede quitarles la dignidad'.
Después, durante la pandemia, el Papa hizo un Vía Crucis con presos y personas relacionadas con el mundo de la delincuencia, con gendarmes, con padres a los que les habían matado a un hijo… Fue muy bonito. Me gusta verlo para aprender de lo que dice. El Papa es muy querido en la cárcel y he aprendido que lo que más tenemos que hacer es acoger: acoger, acoger, acoger, acoger. Y para eso hay que estar e ir bien dispuestas y prepararse. Por eso todos los lunes nos juntamos para ver qué haremos: si vamos a pintar galletas de Navidad o les contaremos sobre san José. Si vamos a conversar, que sea de algo que ha pasado y que les pueda servir.
6. Lazos profundos: del minuto millonario al funeral de una interna
Con las distintas internas he ido formando lazos profundos. Con algunas que ya han salido, seguimos en contacto. ¡Hasta con las del patio de las ‘súper difíciles’! Con el permiso de una gendarme de la que me hice amiga, les hacía “el minuto millonario”, durante el cual, a través de las rejas, les pasaba los 20 cigarrillos que traía. Hasta el día de hoy algunas de ellas me dicen “yo estaba triste y usted me regaló un cigarro”. Desde entonces siempre echo cuatro “Chokitas” en mi cartera porque si veo a alguna triste, altiro le doy un chocolate. Porque eso es lo que a mí me gustaría que me dieran si estoy triste.
La mujer en la cárcel lo que más necesita es a alguien que la oiga. No confían en nadie: no confían en los gendarmes, no confían en sus compañeras, no hay amigas en la cárcel, no hay amistad. Eso es lo primero que ellas te dicen. Por eso que alguien hable con ellas y las escuche es muy importante. Así, me he hecho amiga de algunas con delitos muy graves, como una contrabandista, hasta de otras que han tenido problemas más leves. Una interna muy amiga mía se murió de un cáncer fulminante en una semana y sus hijas me convidaron al funeral. Para mí fue lo más emotivo que hay porque me dijeron que su mamá lo había querido. Éramos amigas en verdad. Recuerdo que después de la pandemia me vio y me dijo ¡te alimentaste bien! (Yo había subido 14 kg). Nos reímos porque éramos tan amigas como para que me pudiera decir eso.
7. No puedo decirles que Dios las quiere cuando ellas han sido violentadas
La mayoría de las internas han sido violentadas o no han sido queridas en sus vidas, por su papá o por su mamá, por sus parejas, por su barrio... O las han tratado pésimo, les han pegado y, más encima, ahora están presas y no pueden ver a sus niños. Me decían mucho que había que hablarles de Dios. Pero yo no podía decirles que hay un Dios que las quiere, que las ama sobre todas las cosas, porque su reacción era: ¿y por qué me tiene aquí? Pero tras meses de percibir cariño y, además, de recibir útiles de aseo de personas que no las conocen, se van dando cuenta de que hay gente que se preocupa de ellas: de una mujer que está en la cárcel. ‘Hay alguien que no me conoce y que me quiere’. Ellas no saben de gratuidad. Recién entonces, cuando una de ellas experimenta ese amor gratuito, yo le puedo decir que hay un Dios que la quiere.
Nunca les pregunto qué hicieron, muchas me cuentan, pero otras no. Si me cuentan, trato que después se me olvide porque no puedo estar pensando esta es la que hizo esto o lo otro. Es importante que para mí sean todas iguales.
En el fondo, lo importante es oírlas. Necesitan ser escuchadas. Y para eso tienes que estar ahí, hay que estar. Si alguien me pregunta ¿hay pega mañana? yo respondo, la pega es estar. Es estar para la que llegue, para la que llega llorando, para la que está triste porque su hijo no fue a verla y para la que está muy feliz porque su hijo fue a verla después de 4 años. Y conversar: a ellas les interesa todo: ven televisión, saben lo que pasa, les gusta la moda, no quieren los pantalones rotos que alguien desechó o las zapatillas con hoyos. Tenemos que entregar dignidad.
8. ¿Cuándo una mujer hace clic y dice “voy a cambiar”? Cuando dice, lo voy a hacer por mis hijos.
Cuando una interna ve que su hijo está amenazado o que va a caer, por ejemplo, en la droga o se va a meter en la banda del robo o va a dejar los estudios para irse a una vida que es la que ella ha tenido… ahí es cuando la mujer dice “voy a cambiar”. Y se ponen a estudiar, a trabajar y dicen “todo lo voy a hacer para que mi hijo no caiga en esto”. Por eso, es importante la fiesta de Navidad ya que ese día están con sus hijos.

9. Mi ahijada de confirmación salió de la cárcel: le va a ir bien
Mi ahijada de confirmación –se confirmó adentro de la cárcel– acaba de salir. Hizo todos los cursos de cocina y de pastelería y quiere hacer una cafetería. Hace dos meses tuvimos un evento con la Fundación Mujer Levántate y le pidieron a ella el catering. La felicité: todo estaba bien hecho, todo lindo. Los panes amasados ricos, el pollo bien desmenuzado, unos mini pie de limón, unas mini tartaletas… Le va a ir súper bien. Porque trabajó todo el tiempo en la cárcel para este objetivo y fue a todos los cursos. Aprendió, aprovechó cada minuto. Le va a ir bien porque es una mujer que es muy trabajadora. Pero tenemos que conseguir más empresas que confíen en ellas cuando salen a buscar trabajo.

10. Las campañas de Marie Hélène en estos años

- Las campañas de Navidad
Para la primera Navidad, me di cuenta de que se hacía una fiesta en el patio católico, que no es para internas católicas, sino que se le dice así porque se llama Mandela y está a cargo de la hermana Nelly. Sólo en el patio católico había una gran fiesta de Navidad, mientras que en el resto de los patios, no. Porque se portan mal, porque son drogadictas, etcétera. Entonces dije “quiero hacer una fiesta a todos”. ¡Me miraron como si estuviera loca! Pero conseguí que una interna de un patio bien malo me ayudara. Ella se consiguió un poco de plata y yo el resto y pudimos hacer fiestas de Navidad para todas. Cuando empecé las fiestas de Navidad partí sola, pero como vi que necesitaba muchas manos, pedí ayuda a mi hija, y ella invitó a sus amigas. Ahora las que ayudan son las hijas de amigas. Esto es como una posta. Porque para Navidad no solo van todos los hijos a ver a sus mamás, sino que como los llevan la abuela, la pareja, la vecina, también muchas veces van con más niños. Se dieron cuenta que son fiestas muy protegidas por lo que todos los años vienen más niños. Muchos de ellos solo ven a su mamá en la fiesta de Navidad.
Hacemos seis fiestas de Navidad para las internas y una más para el personal. Compramos regalos a todos los hijos de las internas y ellas se los entregan de su parte. Nos preocupamos de la comida, la bebida, que sea todo rico. Me importa mucho la comida porque es una forma de acoger.




- La campaña en pandemia: 60.000 mascarillas a cárceles de todo Chile
Cuando llegó la pandemia no nos dejaron ir a la cárcel y durante un año trabajamos desde las casas. Al principio no había mascarillas desechables, sólo las de género y, por supuesto, en la cárcel no había. Además, todos pensábamos que nos íbamos a morir y más aún en la cárcel en que viven hacinadas. Nos pusimos en campaña y conseguimos mascarillas para todo Chile. Entregamos más de 60.000 mascarillas hechas por amigas que cosen. Unas consiguieron género, otras los elásticos –que en esa época se agotaban–, otras cosían… Las mandamos a cárceles en todo Chile, de hombres y mujeres. Primero mandamos una, después una segunda para que las pudieran lavar. También a los gendarmes. Fue muy importante porque había mucho miedo. La hermana Nelly se fue a vivir a la cárcel, se internó con ellas, y en esa época le mandábamos comida preparada porque no tenía nada y estaba a cargo de todo.
- La campaña “regala una toalla”: había olor a humedad porque 4 internas usaban la misma toalla que no se alcanzaba a secar.
Terminada esa campaña empezaron a salir otras: un día me di cuenta de que en un patio había mucho olor a humedad y era por las toallas que no se secaban porque cuatro mujeres usaban una toalla para secarse. Encontré insólito que no tuviera cada una su toalla; hicimos la campaña “regala una toalla” y fueron tantas las que nos donaron que también llevamos a la cárcel de San Miguel. Podemos decir que todas las internas que había en Santiago en ese momento tuvieron su toalla. La gran mayoría eran nuevas y algunas usadas, pero en perfecto estado: nada roto, nada manchado. Fueron tantas que cuando una nueva interna llegaba a la cárcel, teníamos una toalla para darle.

- La campaña de las camas: siempre junto a una carta, Coca Cola y bon o bon.
Con la pandemia mandaron a 100 internas a sus casas porque había que disminuir la población penal ya que tenían que mantener la distancia por el contagio. Cuando llegaron a sus casas, ese mismo día les “devolvieron” a sus niños: al que tenía la madrina, la tía, la mamá, la abuelita… El problema es que no tenían dónde dormir. Entonces, nueva campaña: conseguimos más de setenta camas, cada una con su colchón, frazada, sábanas, cubrecama, toallas. Un chofer amigo, y que también es ahora el mejor amigo de la cárcel, fue a dejar lo que conseguíamos a distintas partes de Santiago. Si a alguna no lo dejaban entrar, iba a las 6:00 de la mañana porque era más seguro. Les dejaba las camas armadas, con los colchones, con todo lo que nos habían pedido, y les entregaba unas Coca Colas y una caja de bon o bon (bombón de chocolate) que les mandábamos junto a una carta para que ese día disfrutaran del inicio de una vida afuera de la cárcel. Era súper poco para lo que ellas necesitaban –una casa, un trabajo–, pero era partir con un lugar digno donde dormir. Fue una campaña muy significativa.

11. Mis sueños: Que tengan trabajo al salir y un Chile con menos cárceles
Lo que más quiero es que cuando salgan, tengan trabajo. Para eso tienen los talleres que se hacen en la cárcel, pero que lamentablemente no alcanzan para todas porque no hay recursos para tantas. Pero, además, tienen que aprender habilidades sociales y tener una formación humana que no se da en una sala de clases, sino en el día a día, conversando con unas y con otras. Les enseñamos a hacer los trabajos bien hechos y con cariño. Vieron, por ejemplo, que para el día la Madre les pusimos una tarjeta muy linda a cada una en la bolsa de útiles que les entregamos. Les importó tanto la tarjeta que desde entonces todos los meses les escribimos una, a mano, personalizada. Sería más fácil hacerlas impresas, pero no sería la de una persona que le dice que espera que ese mes esté mejor, o que afuera hay alguien que se preocupa por ella. Lo primero que buscan, antes de ver de qué es el champú, es la tarjeta.
Sueño con un mundo de menos cárceles. Y para eso se necesita más intervención previa, mucha educación. Ellas lo tienen muy claro y creo que dentro de la cárcel lo que más hay que dar es educación y capacitación. Para que sean mejores mujeres: para su familia y para la sociedad.