Lo que comenzó como una manera de enseñar a los hijos el valor de dar, se transformó en una tradición familiar que involucra a varias generaciones, amigos y sobrinos. Con disfraces, pelucas y bolsas llenas de regalos visitan a niños hospitalizados, viviendo una Navidad donde “la felicidad va del que da al que recibe”.

Sole cuenta en esta entrevista cómo surgió y se vive esta Navidad en el Hospital.
¿Cómo nació esta iniciativa familiar de celebrar la Navidad en el Hospital Roberto del Río?
Como familia, antes construíamos mediaguas (casas de madera para familias sin techo). Lo hicimos tres o cuatro años: las levantábamos, las pintábamos, les poníamos adornos, plantas… Era precioso. Pero sentíamos que a los niños les costaba participar realmente en esa experiencia de dar y desprenderse.
Entonces se nos ocurrió comenzar a ir a hospitales. Primero fuimos al Hospital del Cáncer, y también a hogares de ancianos. Hace ya varios años que vamos al Roberto del Río, porque ahí hay niños con distintas enfermedades, y el 25 es un día en que algunos están más solos. También están sus papás y las enfermeras, así que les llevamos regalos a todos.

¿Por qué quisieron dar un sentido distinto a los regalos de Navidad?
Queríamos que los regalos dejaran de ser el centro para nosotros. En nuestra casa los niños recibían muchas cosas… incluso algunas que ni necesitaban. Entonces, ¿cómo explicarles que hay otros niños para los que esa noche puede ser triste?
Ahí surgió la idea de poner junto al pesebre, el 24 en la noche, regalos destinados al hospital. Cada niño elegía algo suyo, o compraba algo con sus ahorros, o algo que comprábamos los papás. El pesebre se llenaba entero… y lo más lindo es que los niños sabían perfectamente que ninguno de esos regalos era para ellos.
¿Cómo viven los 25 de diciembre?
Partimos temprano, todos un poco trasnochados por la cena de la noche anterior. Pero la juventud engancha increíble. Vamos con niños de todas las edades. Recorremos pieza por pieza del hospital.
Es impresionante ver cómo cada niño entrega personalmente el regalo que eligió, muchas veces uno que era suyo. Entregamos también regalitos a los papás que están acompañando y a las enfermeras. La verdad es que la escena es muy impactante.
Algunas salas requieren mascarilla y muchos cuidados, porque son niños muy delicados. Pero la alegría de ellos… eso no se olvida nunca.

¿Qué rol juega la fe en todo esto?
La fe es lo que nos mueve. Sabemos lo que celebramos: nace el Niño Dios, y su llegada es pura alegría. Los regalos representan esa alegría. Entonces queríamos que esta fiesta no se transformara solo en comer rico y recibir, sino también en dar, en acercarnos al que más lo necesita y hacer feliz a otro. Ese es el corazón de nuestra Navidad.
En lo personal, siento que he recibido tanto del Opus Dei, que una forma de devolver esto es con iniciativas con un sello social. Durante el año, junto a otras personas que participan en actividades de formación en la Obra, tenemos desde hace cuatro años un taller que se llama "Antullanca en tu barrio", con más de 50 señoras del Cerro 18 de Lo Barnechea, en que van con sus hijas.

Llevan 24 años. ¿Cómo ha marcado esto a la familia?
Muchísimo. Los que tenían 4 ó 5 años cuando empezamos hoy tienen 25 ó 30… y siguen yendo. Algunos sobrinos que se han alejado un poco de la práctica de la fe lo hacen igual, año a año. Es muy bonito.
Todos los años decimos “¿lo hacemos nuevamente?” Y tras un milímetro de duda, de inmediato todos responden “¡de todas maneras!”. Es una verdadera fiesta familiar. Vamos disfrazados, con pelucas, cosas colorinches. Lo pasamos increíble.

¿Cómo se organizan?
Yo empiezo meses antes a mandar WhatsApp a amigas, pidiendo juguetes nuevos o en buen estado, libros, juegos... Me los llevan en bolsas transparentes con una cinta para poder clasificar. Juntamos cantidades impresionantes. Varias veces me han dicho: “gracias por pedirme, me diste la oportunidad de ayudar”.
El 25 en la mañana pasamos a saludar a mi papá. Mi mamá murió hace tres años, pero siempre era parte de esto. Él ya no puede ir, pero vive la iniciativa intensamente. Después partimos al hospital.
Una sobrina es la encargada de, todos los años, pedir los permisos necesarios porque no se puede llegar así nomás. Hay horarios, límite de personas, se requiere coordinación.
Los regalos son de todo tipo y, además, llevamos cosas ricas para las enfermeras: cremas, colonias, pinches, billeteras, anteojos… Y siempre tenemos algo para los papás también.
¿Qué momentos personales te han marcado más?
Ver a los niños de la familia de 4 ó 5 años entregarle un juguete propio a otro niño que está en la cama del hospital. Ver la cara del niño enfermo cuando lo abre es una escena que derrite.

Ver a los adolescentes con pelucas y disfraces, arrodillados al lado de la cama para estar a la altura de un niño… Eso te toca el alma.

A veces encontramos niños que están muy malitos, que apenas pueden mostrar su alegría. Ese contraste es fuerte, muy fuerte. Pero también es algo que les queda grabado para siempre.

¿Cómo ha transformado a la familia esta experiencia?
Nos ha hecho ver cuánta gente sufre, cuánta soledad hay, cuán poco tienen muchos. Y cómo un gesto chico puede cambiarles el día. Pero, sobre todo, nos ha unido. Reímos, gozamos, hacemos el ridículo juntos… es pura complicidad. Es una fiesta. Y todos, cada año, terminamos más felices que los que reciben los regalos.

Antullanca es una casa de retiro y convivencia en Santiago en la que también se realizan actividades de formación para familias del sector.

