El Gordo de Navidad

El 22 de diciembre de 1957 se televisó por vez primera el Sorteo Extraordinario de Navidad en España, aunque la mayoría lo siguieron por la radio porque todavía muy poca gente disponía de ese aparato en casa.

Ese año El Gordo cayó íntegro en Bilbao. Allí se vendieron el primer premio, el tercero y parte del cuarto. El agraciado fue el 53.414, un número que los más viejos y memoriosos aún recuerdan. Pero para Montse Grases, cayó en Barcelona, y fue enterito para ella. Un premio que cambió todo por completo, un premio para compartir… que le abrió las puertas del Cielo. Lo cuenta José Miguel Cejas en su libro Montse Grases, La alegría de la entrega.

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Albert Camus recibe el Premio Nobel de Literatura. La Unión Soviética pone en órbita el Sputnik y más tarde el Sputnik 2 con la perra Laika a bordo; Alemania Occidental, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos firman el Tratado de Roma. En España, el Real Madrid gana su tercera Copa de Europa consecutiva y se construye el Camp Nou en Barcelona.

Termina el año 1957 cuando Montse le dice a su madre, después de barruntarlo durante meses y tras asistir a un curso de retiro:

-"Mamá, me parece que tengo vocación".

-"Pero, ¿te lo has pensado bien Montse?"

-"Sí, sí, sí, mamá. Tengo vocación y quiero pedir la admisión como numeraria".

-"Pero Montse, ¿lo has consultado ya con tu director espiritual?"

-"No, mamá, porque antes quiero estar segura".

-"Pues yo te sugiero que lo hagas, porque él puede ayudarte. ¿Qué te parece si se lo decimos a papá?"

Montse no parecía muy dispuesta. Le insistió:

-"Mira, papá puede ayudarnos a rezar más".

Montse dudó unos instantes. No había contado con esto. Al final aceptó:

-"Bien, hablaremos con él".

Manuel Grases recibió la noticia con su calma habitual, y procuró disimular la alegría que aquello le producía.

-"Mira, Montse -le comentó, con voz serena-, todo lo que yo puedo decirte es esto: la vocación es un don maravilloso que Dios nos da y supone una decisión que hay que meditar muy bien, en la presencia de Dios... Tu madre y yo lo único que podemos hacer en este caso es rezar; y ya que estamos en estas fechas lo que vamos a hacer es encomendárselo los tres al Niño Jesús, para que te haga ver claro cuál es tu vocación.¿Qué te parece?"

Manuel Grases contuvo su emoción como pudo. Sí; aquello era algo por lo que había venido rezando durante toda su vida... Dios le daba -como le había pedido- una nueva vocación entre sus hijos. Pero ahora lo importante no era que se cumpliese su ilusión personal, sino que se cumpliese la Voluntad de Dios.

Veintiún mil setecientoooos. Ochocientasmiiiil pesetaaaaaas... Cuarenta y ocho mil ochocientos noventa y cuatro. Ochocientasmiiiil peseeetaaaaaaas...

Las voces agudas de los niños del Colegio de San Ildefonso horadaban aquella mañana del 22 de diciembre los tímpanos de los sufridos vecinos de aquella casa de la calle París. Se escuchaba, incesante, por todas partes, la cantinela anual de los premios de la lotería. Hacía frío: 9 grados. Por la calle, ateridos tras sus bufandas de lana, se felicitaban los viandantes: "Bon Nadal! Bon Nadal!"

Los Grases fueron a Misa a la parroquia, como de costumbre. A la vuelta sonaba todavía la cantinela del sorteo a través del patio interior de la casa, poniendo en vilo a cada momento a las señoras que preparaban la comida del día. A Manolita no le gustaba "tirar el dinero en esas cosas de la lotería", pero en el edificio, quien más quien menos, guardaba una esperanza lejana en su "decimito", o en su pequeña -o grande- participación en la lotería de Navidad, con la secreta ilusión, nunca confesada -¡a mí, a mí qué me va a caer el gordo!- de que si no el Gordo, al menos cayeran unos duros en la pedrea; o si no, para terminar bien las fiestas, algún "pellizco" en el sorteo del Niño...

...Cincuenta y tres mil setecientos veinticincooo: Seiscientas miiiiil pesetAAaaas. Cinco mil seiscientos setenta y sieteee: Cua-tro- cien-tas-mil peseee-TAAAAaaaaaaaaaaaaas...

Manolita no apartaba la vista de Montse. Aparentemente en la casa se vivía con el ajetreo de cualquier Navidad: los niños estrenaban ruidosamente sus primeros días de vacaciones, alborotaban y jugaban por los pasillos mientras Manuel ponía el Belén... y todo, con la música de fondo de los lloros del pequeño Rafael. Pero Montse...

Montse estaba como... distinta. Contenta, pero inquieta. Y no contribuían a la calma precisamente el eco de los números de la suerte que se escuchaban, "gracias a Radio Nacional de España", como repetía el locutor cada diez minutos. A las doce menos cinco hubo un breve silencio. ¿El gordo? ¿Habrá caído el gordo? Muchas señoras del edificio suspendieron por un momento sus faenas domésticas en la cocina. Hubo una tregua en el trasiego de las cacerolas y agudizaron el oído. Sí, por fin, ahí estaba: ¡El gordo! Se escuchó por la radio una voz grave y metálica que leía, silabeando, con acento solemne:

Cin-cuen-ta-y-tres-mil cua-tro-cien-tos-ca-tor-ce: trein-ta mi-llo- nes de pe-se-tas.

A continuación en muchos hogares se armó un pequeño revuelo en busca de aquel boleto que quizá...quizá... Pero, después de comprobarlo, nada, ni por asomo. Ni siquiera la última cifra. Está bien. Otro año será. Y las bolas de la suerte seguían repartiendo fortunas, dando vueltas dentro del bombo de la lotería...

Montse, mientras tanto, seguía dándole vueltas a su entrega. Ya estaba casi decidida, pero de vez en cuando, surgía de nuevo la duda... Todo cristiano -lo sabía bien- está llamado a la santidad. La vocación a la Obra es una determinación de esa llamada universal; pero... ¿Dios le pedía eso? ¿Y si todo no era nada más que un sueño, un número equivocado de la lotería?

¿Y si...?

¿Y si su verdadero número, su verdadero camino era ése, y estaba a punto de tocarle el regalo más maravilloso que jamás pudo haber soñado?

A las 11 de la mañana del 22 de diciembre la Radio Vaticana difundió el mensaje de Navidad del Papa por todo el mundo. A través de las ondas se escuchó la voz grave y solemne de Pío XII: "Dios ha confiado a los hombres sus designios para que éstos los realicen personal y libremente poniendo a contribución su plena responsabilidad moral, y exigiendo, si fuera necesario, fatigas y sacrificios al servicio de Cristo".

Durante la tarde del día 24, víspera de Navidad, Pepa [Castelló] y Montse volvieron a hablar. "Montse -recuerda Pepa- vino para ayudarme a terminar el Belén. Luego salimos juntas a hacer varias compras y nos acercamos hasta la plaza de la catedral donde estaban los mercadillos en los que se vendían figuras de Belén, panderetas, musgo... Luego fuimos a Monterols, donde estuvo viendo los adornos navideños que había hecho Carmiña Cameselle. Estuvimos hablando de su vocación y me dijo que le dolía la pierna, pero yo no le di mayor importancia. Estaba prácticamente decida”.

……

El 24 de diciembre Montse pidió la admisión en el Opus Dei. Seis meses después el médico comunica a Manuel Grases que su hija padece un sarcoma de Ewing, una enfermedad dura y dolorosa que Montse lleva con gran entereza, alegría y unión con Dios, mientras su familia, médicos y amigos tratan de aliviar. Fallecería el26 de marzo de 1959 e inmediatamente después de su muerte se difundió su fama de santidad por todo el mundo. El 19 de diciembre de 1962 se inició su proceso de beatificación.

En su última Navidad en la tierra, ya muy enferma en cama, Montse celebró el primer aniversario de su vocación. La habitación estaba casi a oscuras, con todas las ventanas entornadas. De pronto exclamó:

-¡Abrid las luces! ¡Y los postigos de las ventanas! ¡Y no habléis en voz baja...! A ver… ¿por qué no cantamos una canción? ¡Un villancico!

Quería que hubiese alegría... y nos pusimos a cantar su villancico preferido".

Soy una mula, mi Niño, mi Niño pero te quiero, te quiero.

Cógeme de las orejas, dame un beso y otro beso, que yo no quiero besarte, que tendrás miedo.

La voz se les ahogaba en la garganta. Pero Montse, seguía, jubilosa:

Niño, móntate a caballo, ven al sendero.

Yo te enseñaré la tierra, enséñame el Cielo...