“La santidad se obra en las acciones concretas, sencillas, humildes de cada día”.

El sábado 28 se celebró en la Catedral Metropolitana de Santiago una misa con motivo de la festividad de san Josemaría y se conmemoró los 40 años de su visita a Chile. Presidió la Eucaristía el Nuncio Apostólico Ivo Scapolo y en su homilía destacó el legado espiritual del fundador del Opus Dei, así como el mensaje, cercanía y ejemplo de vida, que tocó el corazón de muchos chilenos en su paso por esta tierra.

El Nuncio Apostólico, Ivo Scapolo, presidió la misa en honor a San Josemaría en la Catedral de Santiago.

“Con esta celebración eucarística, además de celebrar solemnemente los días después de la fiesta litúrgica dedicada por la Iglesia en memoria de san Josemaría Escrivá de Balaguer, recordamos también una fecha particular, hacemos memoria de un día como hoy, cuando hace 40 años el sacerdote padre Josemaría Escrivá de Balaguer, llegaba por primera vez a Chile junto a otro sacerdote, el padre Álvaro del Portillo, quién será después su sucesor y quién será proclamado beato en septiembre próximo.

Portada de la Hoja Informativa, cuyo número se repartió a los fieles que asistieron a las diversas misas en las que se celebró a San Josemaría.

El motivo de aquel viaje no era otro que el de testimoniar a Jesucristo. Su agenda estuvo muy apretada. De los 12 días que duró su visita por tierras chilenas, hubo cientos de actividades, se encontró con innumerables personas, y visitó también como peregrino el Santuario de Lo Vásquez. Por su mensaje, cercanía y sobre todo por su ejemplo de vida, llegó a tocar el corazón de muchas personas. Algunos de ustedes recordarán aquellos días tan especiales. Desde entonces, ha pasado mucho tiempo: 40 años y ya han acontecido muchas cosas a nivel personal, social, eclesial. Entre otras, cabe destacar que el padre Josemaría ha sido proclamado santo por la Iglesia. Es decir, que ciertamente está junto a Dios y es propuesto a toda la Iglesia como modelo a imitar. En la oración colecta de esta santa misa hemos rezado: ‘Oh Dios, que has suscitado en la Iglesia a san Josemaría, sacerdote, para proclamar la vocación universal a la santidad y al apostolado, concédenos por su intercesión y su ejemplo, en el ejercicio del trabajo ordinario, nos configuremos al mismo Jesucristo y sirvamos con ardiente amor a la obra de la redención.’ En esta oración se encuentra una síntesis muy eficaz del carisma de san Josemaría: la vocación universal a la santidad, la vocación universal al apostolado.

"La santidad se obra en las acciones concretas, sencillas, humildes de cada día"

Todos estamos llamados a la santidad en medio de las circunstancias que nos toca vivir. Es aquí y ahora que se está obrando nuestra salvación y caminando hacia la santidad. Además, en esta misma oración, pedimos a Dios a través de la intercesión de san Josemaría para que en el trabajo de cada día vayamos conformándonos a Jesús, y de esta forma, colaboremos en la obra de la redención.

La santidad se obra en las acciones concretas, sencillas, humildes de cada día, pues en ellas se está haciendo presente a Cristo, colaboramos con Él en la obra de la redención, creando una nueva humanidad formada por los hijos de Dios redimidos y santificados por los medios de la muerte y resurrección de Cristo. Se trata de una verdad contenida en la palabra de Dios, la que acabamos de escuchar. De hecho, en la primera lectura tomada del Libro del Génesis, hemos escuchado el pasaje de la creación del hombre. Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz un soplo de vida, el hombre se convirtió en ser vivo. Dios sopló para que la materia inerte tuviese vida. El soplo de Dios es presentado por la Sagrada Escritura como el origen de la vida. Sin el soplo divino todo estaría muerto. Dar vida es una acción creadora y sólo Dios puede hacerlo porque Él es el Creador.

Cada ser, y sobre todo cada ser humano, es creado expresamente por Dios, quién ha querido, por propia voluntad, llamar a la existencia a esa creatura específica. Es propiedad suya, obra de sus manos, aliento de su propio ser. Esta verdad es muy importante recordarla y también defenderla en una sociedad en la cual el hombre pretende disponer cómo quiere de la vida humana. Este texto de la Escritura ilumina nuestro entendimiento para defender la vida humana como un don divino, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural. Cada ser humano es un ser irrepetible, imagen de Dios, y querido por Él. Durante toda la existencia, llevamos el soplo de Dios en los hombros. Somos una prolongación de su vida en el seno de su santidad. Cuando quitamos a Dios del lugar que le corresponde para ponernos nosotros, se originan toda clase de males. Entre otros, el quitarle el respeto a la vida como don de Dios, se vulnera el favor de la familia, del matrimonio, que está ordenado al bien de los esposos, a la procreación y a la educación de los hijos. Siendo la comunidad familiar, la cédula original de la vida social. El matrimonio es una vocación muy bella, que tiene una tarea muy apasionante, de máxima responsabilidad: es parte del plan divino, como instrumento en sus manos, para generar nueva vida, para formarla y educarla, contribuyendo así a crear a imagen de Dios una comunidad.

El evangelio de San Lucas, que hemos escuchado, se nos presenta la vocación de Pedro, lo mismo la de los otros apóstoles, los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan. Ellos eran hombres rudos, de poca cultura pero de corazón grande, se encontraban en un lugar concreto: el lago de Genezaret. Allí Jesús se les encontró: pasaron de ser hombres de mar a pescadores de hombres, dejándolo todo lo siguieron. ¿Cómo pudo obrarse este cambio repentino y replicarlo en sus vidas? El Papa Francisco afirma: ‘Jesús los llamó por un nombre, para que permanezcan con Él y para mandarlos a predicar. Esto fue lo que impresionó a Pedro y a Andrés, a Santiago y a Juan: cada uno era único e irrepetible, no sólo en la vida natural dada por Dios, sino que también en la misión que les encomendaba. Los llamó por su nombre para una tarea concreta en común.’ De este encuentro con Jesús nace en ellos la fe y la confianza en Jesús. En la carta Encíclica Lumen Fidei, el Papa Francisco, afirma que: “La fe es la respuesta a una palabra que interpela personalmente, a un Tú que nos llama por nuestro nombre.’ Los discípulos confiaron en Jesús, porque fueron llamados personalmente por su nombre. También aquí se observan los efectos maravillosos de la obra creadora de Dios. No somos una masa amorfa de hombres o una colectividad, sino que somos únicos e irrepetibles en el plan de salvación. Lo mismo que hemos sido creados por deseo de Dios, somos también llamados a una tarea específica dentro de la Iglesia por su propio querer. Al obrar nuestra vocación no lo hacemos de forma independiente y autónoma, sino en comunión con todo el Cuerpo de Cristo, guiados por el Espíritu de Dios.

"Cristo nos ha llamado por nuestro nombre para una tarea cooncreta: construir su Reino"

Queridos hermanos en Cristo: Hoy también Jesús nos llama, sale a nuestro encuentro en la vida cotidiana, pasa delante de nosotros aquí y ahora. Nos llama para estar con Él, para trabajar en la edificación de su reino, en el mundo que nos ha tocado vivir. Nos ha llamado por nuestro nombre para una tarea concreta: construir Su Reino. Esto se hace realidad de muchas formas a través de los distintos ministerios y funciones dentro de la Iglesia. Así todos, como hijos de Dios hemos de colaborar para que la obra de la creación que se realiza en nuestro ser y en el mundo que nos circunda sea para la gloria de su nombre. Al celebrar la memoria litúrgica de san Josemaría y el cuadragésimo aniversario de su venida a Chile, es un momento propicio para reflexionar sobre la presencia del Opus Dei en este país. Sobre el bien que se ha realizado y todo lo que queda aún por hacer. Asimismo, es ocasión para renovar nuestra vocación de entrega a Dios, y seguir colaborando en la construcción de su reino entre los hombres. Pidamos la intercesión de san Josemaría para que Dios nos conceda la gracia de ser impulsores auténticos del evangelio y defensores fuertes y valientes de la vida humana y de la familia. Que Dios nos permita también alcanzar la santidad en medio de las circunstancias que nos toca vivir, colaborando así con Él, en la construcción del Reino de Dios. Amén.