Este 9 de septiembre se cumplen 25 años de la ordenación sacerdotal del padre Luis Cerón (67), sacerdote numerario del Opus Dei y párroco de la parroquia San Andrés de la Zona Centro de Santiago. “Voy a celebrar especialmente porque yo me ordené con 42 años, entonces los otros 25 no creo que lleguen”, dice un poco en serio y un poco en broma.
"Estos años se me han pasado realmente volando y estos días me he acordado de unas palabras que decía don Álvaro [del Portillo]: gracias, perdón, ayúdame más”, p. Luis Cerón.
Es rancagüino y, al igual que su hermana, estudió en un colegio laico porque sus padres “no querían mucha vinculación con la fe”. Sin embargo, siendo adolescentes ambos se convirtieron y terminaron influyendo en que sus progenitores se acercaran a Cristo. Su hermana también se entregó por entero a Dios como numeraria. Su papá ya partió de este mundo, al igual que un hermano que murió al poco tiempo de nacer.
Mirando hacia atrás, con tono tranquilo y unas cuantas risas, afirma que este cuarto de siglo pasó muy rápido. “Es una buena señal. Estos años se me han pasado realmente volando y estos días me he acordado de unas palabras que decía don Álvaro [del Portillo]: gracias, perdón, ayúdame más”.

“Han sido años de darle muchas gracias a Dios, también de pedirle perdón porque podría haber sido más generoso muchas veces y que me siga ayudando más, hasta donde Él quiera”, explica. Y resume: “Pienso que estos 25 años han sido una aventura, una aventura apasionante”.
Sacerdote a los 40
Luis Cerón hasta los 16 años no iba a misa. “Fue ahí cuando un amigo me invitó a una meditación en una casa del Opus Dei y comenzó mi conversión”, relata. “Encontré un ambiente de chiquillos jóvenes, comunes y corrientes, que rezaban. Y después lo que aprendí fue a empezar a estudiar, porque yo me dedicaba solo a jugar a la pelota antes. Y bueno, haciendo oración, fui viendo que Dios me pedía un poco más, y cada vez más”, detalla.
A los 18 años, estando en cuarto medio, pidió la admisión: “ese día fue el más importante para mí porque me entregué a Dios definitivamente. Ahora, yo no sabía que iba a terminar de sacerdote”. En ese entonces tampoco sabía que iba a ordenarse con quien fuera su alumno, porque eso vendría mucho tiempo después.

Estudió Pedagogía en Historia y Geografía en la Universidad Católica y después fue profesor en los colegios Tabancura y Cordillera. También estuvo a cargo de tareas administrativas de la Obra.
“Para un bautizado, y sobre todo para un sacerdote, la primera necesidad es estar unido a Dios. Cuando Él le pide a Abraham una misión, no le dice cómo lo va a llevar a la tierra prometida, ni si le va a solucionar los problemas, sino que lo envía. Y él tiene que ver cómo llega… pero sí le promete su compañía".
Después de formarse en Roma, el 9 de septiembre del 2000 recibió la ordenación sacerdotal a sus 42 años en la Basílica San Eugenio, junto a otros 20 numerarios del Opus Dei. Era un grupo de diversas edades y países. Entre ellos estaba Jaime Williams, de quien fuera profesor jefe en séptimo básico. Riéndose, el padre Cerón recuerda que incluso salieron en las noticias en España por la coincidencia. Y destaca que de todas formas él no era el mayor del grupo.
De vuelta en Chile tuvo encargos pastorales en Viña del Mar, Temuco, Osorno, Valdivia y Puerto Montt. En 2014 asumió como sacerdote de la Iglesia Rectoral San Josemaría en La Pintana. En ese período fue también capellán de los colegios de la Fundación Nocedal.

“En todos esos encargos he ido poco a poco aprendiendo de los demás. De un niño pequeño que se está preparando para la primera comunión, de una persona que se está preparando para bautizar y que hace un comentario que a uno le ayuda para su vida cristiana”, asegura.
Recuerda que cuando llevaba alrededor de un año en La Pintana, una feligresa le dijo: “padre, esta parroquia está muerta”. “Me remeció. Tuve que ponerme las pilas para poder hacer más de lo que estaba haciendo”, confiesa.
Un sacerdote del Opus Dei en una parroquia del centro de Santiago
En 2018 le pidieron ser párroco de la Iglesia San Andrés, que pertenece al arzobispado de Santiago, y en la que el 90% de sus feligreses son inmigrantes.

“Tienen desafíos, problemas, inquietudes, dolores, no tienen ninguna red de apoyo muchas veces y, en ese sentido, la parroquia se transforma en esa red de apoyo, donde uno los escucha, los atiende. Gracias a Dios, con mucha ayuda, a pesar de que es una parroquia pobre, se reparte más de una tonelada de alimento y ropa al mes. Es un milagro que ocurre todos los meses, porque hasta el año pasado, no había números azules, y esto se está haciendo desde hace ocho años”, revela.
“Dios ha dado su vida por cada uno de nosotros. Está dispuesto a hacer cualquier cosa por amor a nosotros. Por lo tanto, cuando uno se entrega, el que corre el riesgo de la vocación es Dios. Incluso también en el matrimonio..."
Por otro lado, en la parroquia han impulsado el acompañamiento y la formación permanente para matrimonios con cursos de orientación de IFFD: “nuestra prioridad ha sido en estos años la familia. Apoyando al matrimonio sostienes a toda la familia, a los niños y a los abuelos”.
Los laicos son uno de los pilares del apostolado de la parroquia. Él intenta dedicarse a lo que ellos no pueden hacer, como celebrar la misa, administrar sacramentos, entre otros. Sin embargo, cuenta que ha sido muy distinta su labor a cuando no era párroco.

“El sacerdote en la Obra tiene siempre un segundo plano. Uno está para toda la atención espiritual, para la predicación, para la confesión, para el acompañamiento espiritual, y no tiene ninguna responsabilidad administrativa o económica. En cambio, cuando uno pasa a ser párroco le preguntan de todo, desde qué plantas quiere en el jardín o el color de la puerta para barnizar, a qué canciones van a cantar en el coro”, cuenta riéndose.
Al ser interrogado sobre las necesidades que ve en la Iglesia en Chile, responde: “Para un bautizado, y sobre todo para un sacerdote, la primera necesidad es estar unido a Dios. Cuando Él le pide a Abraham una misión, no le dice cómo lo va a llevar a la tierra prometida, ni si le va a solucionar los problemas, sino que lo envía. Y él tiene que ver cómo llega… pero sí le promete su compañía. Y lo mismo se lo dice a Moisés”.

Y agrega: “creo que eso es fundamental para todo bautizado, y para un sacerdote con mayor razón, sentir la compañía de Dios. Y esa compañía de Dios hay que también cultivarla, buscarla, hacer oración todos los días, rezar, visitar al Señor en el oratorio, acompañarle unos minutos, 'perder el tiempo' con Él. Así va saliendo todo. Siempre hay cosas difíciles, pero son mucho más difíciles cuando las enfrenta uno solo. Cuando uno está acompañado, todo se hace más fácil”.
“El riesgo lo corre Dios”
Respecto a su vocación y mirando en retrospectiva sus 25 años de sacerdote y los 50 que cumplirá en 2026 desde que pidió su admisión al Opus Dei, sostiene que él desde un primer momento confió en Dios y el llamado que le hacía. Con los años, se le han acercado jóvenes que le han manifestado miedo a equivocarse al discernir su vocación. A ellos, les dice: “lo más seguro es entregarse a Dios. Porque Él va a ser siempre fiel”.
"La fidelidad es un don de Dios, que hay que pedirlo, y después hay que intentar corresponder con nuestras limitaciones, sin desanimarse”
“Dios ha dado su vida por cada uno de nosotros. Está dispuesto a hacer cualquier cosa por amor a nosotros. Por lo tanto, cuando uno se entrega, el que corre el riesgo de la vocación es Dios. Incluso también en el matrimonio, que es otra vocación. El que corre el riesgo es Jesús, como también lo corrió con Judas Iscariote. Bueno, la idea es ser como Pedro, como Juan, como Santiago, como Andrés... ser fieles”.
Al ser consultado sobre qué hace que un sacerdote pueda mantenerse fiel a lo largo de los años, responde: "la fidelidad es un don de Dios, que hay que pedirlo, y después hay que intentar corresponder con nuestras limitaciones, sin desanimarse”.

“Cuando Dios nos llama a ser sacerdotes, no es que nos seleccione, sino que nos elige. Porque si a uno lo seleccionaran, cada error, cada pecado que uno comete o debilidad que uno tiene, no se sostendría, pero es que Dios no nos elige porque seamos mejores. Dios nos eligió porque quiso. Yo no tengo nada que demostrarle al Señor, porque a mí no me selecciona un head hunter. Lo que tengo que demostrarle es que lo quiero y levantarme todas las veces que me caiga. Y pedirle la fidelidad”, añade.
Concluye: “Y bueno, he sido muy alegre. Pienso que la vida cristiana y la vida de sacerdote es una aventura maravillosa, increíble. No me imagino mi vida sin la vocación que Dios me ha dado. Creo que habría sido una persona buena, pero todos los horizontes que Dios le da a uno son increíbles. Mi vida habría sido muy pequeñita a lo que realmente ahora es”.


