Evangelio (Lc 8, 1-3)
Después de esto iba él caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del reino de Dios, acompañado por los Doce, y por algunas mujeres, que habían sido curadas de espíritus malos y de enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.
Comentario al Evangelio
Los Doce y las mujeres acompañaban al Señor, de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios: Dios está enamorado de su creación y de cada uno de los hombres y mujeres de este mundo.
Y Él sigue acompañándonos cada día, cada minuto de nuestra vida, incapaz de separarse de nosotros.
Nosotros: pobres y llenos de miserias, pero curados por las manos misericordiosas de Jesús, protegidos por su mirada tierna, animados por su voz amable.
Nosotros: ricos y llenos de gloria, de la riqueza y gloria del Hijo de Dios.
Y así nuestros bienes -nuestro trabajo, nuestros talentos y virtudes, nuestras ilusiones y proyectos, nuestra familia, nuestros amigos- son la materia sobre la que Cristo realiza la redención.
El ejemplo de este grupo de mujeres fieles, que sirven a Jesús con sus bienes, que no le dejarán solo en los peores momentos, son una llamada a nuestra fidelidad.
Nuestra ilusión ha de ser la de servir a Dios y a los demás con generosidad, con visión sobrenatural: servir incluso al que no agradece el servicio que se le presta, aunque esta actitud choque con los criterios humanos. Nos basta entender que cada detalle de cariño hacia los demás es un servicio a Jesucristo; a través de nuestro servicio Él entra en los corazones de los que están a nuestro lado.