El mundo, el demonio y la carne son unos aventureros que, aprovechándose de la debilidad del salvaje que llevas dentro, quieren que, a cambio del pobre espejuelo de un placer -que nada vale-, les entregues el oro fino y las perlas y los brillantes y rubíes empapados en la sangre viva y redentora de tu Dios, que son el precio y el tesoro de tu eternidad. (Camino, 708)
Otra caída... y ¡qué caída!... ¿Desesperarte?... No: humillarte y acudir, por María, tu Madre, al Amor Misericordioso de Jesús. -Un "miserere" y ¡arriba ese corazón! -A comenzar de nuevo. (Camino, 711)
¡Muy honda es tu caída! -Comienza los cimientos desde ahí abajo. -Sé humilde. -"Cor contritum et humiliatum, Deus, non despicies". -No despreciará Dios un corazón contrito y humillado. (Camino, 712)
Tú no vas contra Dios. -Tus caídas son de fragilidad. -Conforme: pero ¡son tan frecuentes esas fragilidades! -no sabes evitarlas- que, si no quieres que te tenga por malo, habré de tenerte por malo y por tonto. (Camino, 713)