Durante unos días les acompañarán imaginando que son futbolistas, tenderos, artistas, cocineros o dentistas. Les columpiarán y bailarán con ellos. Les acunarán y les darán de comer. A los autistas, a los paralíticos cerebrales o a los hijos de uniones irregulares, que en Marruecos son repudiados por sus padres a las pocas horas de nacer.
A La Crèche, de hecho, llegan bebés con apenas unos días de vida, procedentes de los hospitales de la zona, donde son abandonados por sus madres. “Al entrar en el cuarto, la primera imagen eran unas treinta o cuarenta cunas dispuestas a lo largo de toda la pared. A medida que entrabas el olor era cada vez más intenso: una mezcla de pañal sucio, leche, y ese olor a bebé recién levantado de la siesta. Los llantos eran constantes, y solo con la mirada, nos pedían que les cogiéramos en brazos. Pero eso no está permitido y a mí se me partía el alma”, recordaba Patricia, una de las voluntarias, días después de la experiencia.
Ninguno de estos bebés llega a los dos años. Más de uno tenía la pulserita del hospital con el nombre de su madre escrito en ella. La voluntaria comenta: “De cuna en cuna intentando calmarles me iba dando cuenta de que lo más valioso que tengo es el amor que recibo cada día de mi familia y de la gente que más me quiere. Yo recibo ese cariño cada mañana, cada noche, cada vez que me equivoco, cada vez que consigo lo que me propongo después de haber luchado por ello y, en general siempre. Ellos en cambio iban a crecer con un vacío”.
“Les faltaba un padre y una madre. Muchos, la mayoría, no podían contar con unos hermanos con los que pelearse y reconciliarse, unos hermanos a los que proteger en el colegio, a los que prestar los apuntes, ayudar con los deberes o chinchar cuando estuvieran aburridos. Todo esto que yo siempre he considerado algo normal, es en realidad una suerte con un valor incondicional y son esos niños los que desde sus cunas me lo han hecho ver”, continuaba la voluntaria.
Crecer en un orfanato
Algunos de estos niños tienen la suerte de ser adoptados por unos padres que puedan ofrecerles una vida de oportunidades. Otros siguen allí mientras pasan los años. El edificio de la asociación, sufragado por el Gobierno de Marruecos e inaugurado hace apenas unos meses, es su única casa. El personal que allí trabaja, su única familia.
Es el caso de Medji, un niño 4 años ciego de nacimiento. O el de Aya, de 5, que no puede hablar pero agita los bracitos desde su silla de ruedas y ríe al ver acercarse a Águeda, una de las voluntarias llegadas en el mes de junio, gracias al proyecto desarrollado por Cooperación Internacional junto al colegio Valverde y la asociación Traina.
Además del trabajo en el orfanato, el grupo lleva a cabo talleres y juegos con los hijos de inmigrantes que llegan a Tánger desde los países del África subsahariana, buscando una oportunidad de saltar al continente europeo. La Catedral católica se ha convertido en el hogar para muchos de ellos, que incluso duermen en el recinto, con la autorización de la Diócesis.
Cada mañana, padres procedentes de Mali, Costa de Marfil, Congo o Togo, acuden a dejar a sus niños a la Catedral, donde las voluntarias les ofrecen juegos, música y bailes o deporte. Los padres, mientras, pueden trabajar para ganar unos dírhams con los que salir adelante. Francisca, Sofía, Andi, David o Daniel son algunos de los niños de estos matrimonios que participan en los talleres y juegos en la Catedral.
“Yo no era consciente de lo importante que puede llegar a ser un rato de juegos. Lo que hemos hecho cientos de veces con nuestros hermanos o sobrinos en nuestro país sin darle la menor importancia es lo que aquí aportamos, con lo que podemos hacer felices a unos niños o a una familia necesitada de ayuda”, considera Teresa, una de las voluntarias.
Acompañar, balancear, reír, bailar, lavar, dar el biberón, acunar, pintar, amasar, resoplar, correr, limpiar, consolar, son algunos de los verbos que han conjugado este verano los y las voluntarias de Cooperación Internacional en la ciudad de Tánger. Todos esos verbos han servido para jugar a un juego que ha llenado de vida por unas semanas a decenas de niños.