Los voluntarios de Desarrollo y Asistencia (DA) tienen pocos elementos en común, salvo la ilusión por contribuir a ayudar a los demás. Se da una gran variedad en cuanto a la edad, lugar de residencia, trabajo y situación socio-económica. Una cuarta parte de los voluntarios (más de 100 personas) se han jubilado y, en general, predominan las mujeres. En DA, el voluntario mayor resulta una "pieza insustituible". Ofrece a los usuarios fidelidad y constancia, aspectos muy valorados en personas que, por lo general, han sufrido abandonos de sus seres queridos. Aunque en la ONG colaboran voluntarios de distintas mentalidades, las tareas que se llevan a cabo nacen de profundas convicciones cristianas. "Tratamos de que esta elevada concepción de la persona, el saber que cada una ha sido creada y es querida por Dios, se refleje en todos nuestros planteamientos”, asegura Mar Garrido, miembro de la Junta Directiva de DA.
En los hospitales
“Los trabajadores sociales, supervisores de planta y enfermeras nos indican a quién tenemos que visitar: saben quién está desanimado o a quién no le visita nadie. Nuestra función es suplir el cariño y la compañía que les pueda faltar”. Así explica José María Sáenz de Tejada, uno de los voluntarios veteranos y presidente de DA, en qué consiste una parte del voluntariado que desarrollan en la actualidad. Todo comenzó hace unos años cuando él empezó a realizar visitas en hospitales militares de Madrid, al dejar de desempeñar el cargo de Jefe del Estado Mayor. En varias ocasiones, hablando con otros amigos, les explicaba su experiencia y las carencias que observaba en el Madrid de finales de los años 90. Varios de ellos conocían el Opus Dei y sabían que su fundador, el beato Josemaría Escrivá de Balaguer, también trabajó en obras de misericordia, contribuyendo con su ministerio sacerdotal a aliviar la situación que décadas antes se padecía en algunas barriadas de la capital.
Siguiendo el ejemplo del fundador del Opus Dei, los pioneros de DA se habían propuesto esta labor de asistencia social como una manifestación práctica de los valores cristianos que intentaban vivir. Su fe ha sido un estímulo para servir a los más desfavorecidos. "A la vuelta de cinco años -afirma su presidente- la ONG cuenta con casi 500 voluntarios, hombres y mujeres, de diferentes edades y convicciones; a mí y a otros muchos que vinieron después nos siguen animando las palabras del beato Josemaría cuando explicaba que la Obra nació y creció entre los pobres y enfermos de Madrid".
El Hospital Clínico San Carlos -con más de mil camas y un total de cinco mil trabajadores- es uno de los mayores de Madrid. En enero de 1996, DA firmó un acuerdo para prestar acompañamiento a los enfermos ingresados. Más tarde el convenio se extendió a tareas de guía e información para las personas que acuden a consultas externas. Se trata de una atención cálida y humana, que no interfiere en la que prestan los profesionales sanitarios. El acompañamiento del voluntario a los pacientes ofrece un respiro a la familia o la sustituye en el caso de que esté ausente o no exista.
Por otro lado, la colaboración que prestan los guías se organiza de manera inmediata. En el vestíbulo central, ataviados con batas blancas y brazaletes, los voluntarios esperan un gesto para orientar al paciente recién llegado. "Esta actuación de los voluntarios es una de las que más aprecia el hospital, porque al personal le resulta imposible acompañar a todos. El voluntario puede enseñarle el camino, decirle unas palabras de ánimo y calmar el nerviosismo de los momentos previos a la consulta”, explica Rafi Santos, médico psiquiatra y vicepresidenta de DA.
En albergues y residencias
Además del Hospital Clínico, los voluntarios de DA colaboran en dos residencias de personas mayores; en un albergue municipal (el Centro de Municipal de Acogida San Isidro) y un centro de educación especial para menores discapacitados en Vallecas. Hay también un quinto programa, que es el Servicio de Ayuda a Domicilio en cinco distritos de Madrid, y que cada vez cuenta con más peticiones.
Javier Barandiarán, doctor ingeniero ya retirado, coordina a los voluntarios en el albergue municipal San Isidro. Allí conviven casi trescientas personas, inmigrantes o sin techo, que alternan su estancia con temporadas en la calle o en hospitales. El ambiente es difícil, porque se palpa el deterioro que causan el alcohol y las drogas. "Aun así, el problema mayor es la soledad; algunos están muy callados, recluidos en sí mismos y cualquier cosa que hagas ?el simple hecho de salir a dar un paseo o acompañarles al médico? les anima; por esa dificultad de comunicación valoran la continuidad”, asegura el Dr. Barandiarán.
Por otra parte, en las residencias, la prioridad son los ancianos minusválidos. "Cuando llegamos, entablamos conversación con una señora que estaba en silla de ruedas, para preguntarle si quería que le diéramos un paseo; nos pidió que la lleváramos al piso de abajo, para poder asistir a Misa. Ahora, además de todas las actividades que tengamos que hacer, nunca podemos olvidar este servicio que nos piden varios residentes", asegura Mar Garrido, licenciada en Historia.
El Servicio de Ayuda a Domicilio ha conseguido otros logros también importantes en la vida de algunas señoras mayores. Manolita y Asunción, por ejemplo, han encontrado en los voluntarios de DA un impulso para resolver sus dificultades. Manolita abandonó su idea de pedir plaza en una residencia pública -la solicitaba desde hacía algunos años-, al ver que podía contar con la compañía de los voluntarios algunas tardes y así lo explicó el día que celebró con todos su cumpleaños. El caso de Asunción, que sólo podía desplazarse en silla de ruedas, ha sido todavía de más envergadura. Con la colaboración de los voluntarios y su propia constancia en los ejercicios de movilidad, ha recuperado agilidad necesaria para poder caminar. Asunción ya puede salir de su casa a pasear por el barrio, por esas calles que le traen muchos recuerdos, historias pequeñas o grandes de Madrid.
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