Un relato desde el fin del mundo

Luis ha participado en varias expediciones a la Antártida desde el Perú. En el siguiente relato comenta cómo sacó adelante el “plan de vida” (unas prácticas de piedad propias de la vida cristiana) en este continente, donde las condiciones climáticas son muy cambiantes, situación más difícil que una cuarentena.

Camino sobre el borde del Glaciar Znosko hacia la cumbre del Cerro Pachatusan.

El 2014 partí por primera vez a la Antártida. Ese año había asistido un par de veces a un centro de la Obra en la ciudad del Cusco (Perú), a invitación de un sacerdote, aunque poco antes tenía muchas dudas e interrogantes sobre el Opus Dei.

Sin embargo, antes de viajar pude asistir a un retiro mensual y se me quedó grabado una frase que el sacerdote había comentado en la meditación: “¿Cuánto conoces a san Josemaría?” Y la verdad, que no lo conocía, y me dio curiosidad por saber quién era realmente el fundador del Opus Dei.

Para saber un poco más llevé a la Antártida como lectura complementaria una breve biografía de san Josemaría. Realmente, sentí mucha tranquilidad en ese viaje; no había nada alrededor, solo los compañeros de viaje, además de los pingüinos, focas y ballenas, propios del paisaje del Polo Sur. Tampoco había señal de celular o internet; estábamos literalmente en el fin del mundo y sin conexión a nada, así que pude aprovechar los ratos libres conociendo un poco más de san Josemaría y de la Obra.

Grupo de pingüinos sobre un pequeño iceberg en la Bahía Esperanza. Península Antártica.

Al retorno de aquel primer viaje, empecé a cuestionarme mucho los prejuicios que tenía contra el Opus Dei. Comencé a asistir con mayor frecuencia a un centro. Una de las cosas que más me sorprendió fue descubrir el plan de vida. Nunca había hecho algo así. Poco a poco fui conociendo y adaptándome a esas normas de piedad y siento que es una lucha diaria cumplirlas, pero también siento que avivan mi fe y mi cercanía a Dios.

Descubriendo la “misa seca”

Tiempo después retorné a la Antártida antes de Navidad. Previo al viaje, uno de la Obra me comentó sobre la “misa seca”, término del que nunca había oído hablar. Mi duda era: ¿cómo participar de una misa sin estar presente? Sin sospechar que, tiempo después, la pandemia ha ocasionado que se haya vuelto tan común esta situación para millones de cristianos, tan dolorosa y real en los cinco continentes.

si en la Antártida no hay sacerdotes, la idea de una “misa seca”, quedó rondando en mi mente

Más aún, si en la Antártida no hay sacerdotes, la idea de una “misa seca”, quedó rondando en mi mente, con más dudas que certezas.

Descubrí que san Josemaría durante la guerra civil española, cuando había prohibición de cualquier actividad religiosa con peligro de muerte, y estando escondido en diversos lugares de Madrid, revivía de memoria la Misa, sin tener la consagración, que reemplazaba por una comunión espiritual. A esa manera de fomentar su piedad eucarística, junto con algunos fieles del Opus Dei, la llamó con sentido del humor la “Misa seca”.

Oración que san Josemaría recitaba como comunión espiritual.

Llegamos a la Antártida, un 23 de diciembre. Hubo muchos retrasos por el mal tiempo. Cuando al fin llegamos, tuvimos que quedarnos en la base chilena, hasta que las condiciones mejorasen para llegar a nuestra base. A pesar de una tormenta que duró dos días pudimos celebrar Navidad.

Al día siguiente, cuando mejoraron las condiciones, salí a caminar. En la Isla Rey Jorge donde está la base que nos acogió temporalmente, hay dos iglesias: una Ortodoxa Rusa y otra católica. Me dirigí a la católica a rezar un poco. Mi sorpresa fue grande cuando al lado de una imagen de la Virgen del Carmen, encontré una estampa de san Josemaría. Recordé lo que me habían comentado en Lima, de la “misa seca”. Abrí mi misal y empecé a seguir la Misa, casi como acto reflejo.

Debido a las condiciones climáticas muy cambiantes, durante el día se debe aprovechar el tiempo al máximo, no solo para poder cumplir con todas las tareas programadas sino también para poder acomodar el plan de vida. Durante las reuniones diarias de planificación de cada noche daban los pronósticos del tiempo para el día siguiente. Eso me permitía organizar mi plan de vida entre las labores que implicaban tareas repetitivas (hacer zanjas, recoger cables o simplemente caminatas de reconocimiento de terreno) para poder tener un rato de oración y rezar el santo Rosario.

Vista del Glaciar Lange que llega hasta las aguas del mar de la Antártida, en Bahía Almirantazgo.

El mayor reto fue vivir la “misa seca”, buscar un lugar y tiempo adecuado para poder estar con Nuestro Señor, así que opté por buscar un tiempo en la tarde-noche, que es donde no se puede salir fuera del campamento base para poder leer la Santa Misa.

40 días en un buque

Este año volví a la Antártida en una expedición en buque durante cuarenta días.

En tierra la ventaja es que sabes que al final de la tarde tendrás un espacio de tranquilidad antes de la cena y tener un momento de recogimiento con el Señor. En cambio, dentro del barco en altamar, se trabaja las 24 horas, las condiciones son mucho más cambiantes, por lo que tuve que ponerme un poco más flexible con la planificación de las normas y horarios.

Vista del Buque Científico peruano anclado frente a la Estación Científica Peruana Machu Picchu. En primer plano, restos de una ballena

Esta vez tocó esforzarse un poco más, las condiciones de encierro en el barco, sobre todo cuando tienes que pasar de tres a cuatro días esperando que la tormenta se calme y puedas seguir navegando y con poco espacio donde circular, tienen cierta similitud a las condiciones actuales de cuarentena debido a la pandemia.

Durante esos cuarenta días me ayudó mucho el procurar la presencia de Dios, así como estar de buen humor y ofrecer el trabajo. No solo me hizo bien a mí, sino también a los demás.

Vista de Punta Crepín, donde se encuentra la Estación Científica Peruana Machu Picchu, en Bahía Almirantazgo. Isla Rey Jorge.

Rezar a Nuestra Madre para que nos proteja en el viaje, a nuestra familia que está lejos, y que el trabajo se haga de la mejor manera, a pesar de las circunstancias y adversidades, hacen que uno no solo se sienta mejor, sino que poder santificarlo nos ayuda a realizarnos como hijos de Dios y de María. Encomendarme al Ángel custodio para mantener la serenidad fue la clave.

Todas estas iniciativas en el ámbito espiritual que procuré vivir durante los cuarenta días que duró el viaje a la Antártida en un buque, las procuro vivir también ahora que estamos en la cuarentena debido a la pandemia del COVID-19.