Presentación del documental sobre Guadalupe Ortiz de Landázuri

El pasado 20 de octubre se presentó en el edificio del CSIC de la calle Serrano el documental "Guadalupe Ortiz de Landázuri". Incluimos algunas declaraciones de los ponentes del acto y 2 fragmentos de la biografía de Guadalupe escrita Mercedes Eguíbar.

La sede del CSIC fue el escenario elegido para la presentación del DVD Guadalupe Ortiz de Landázuri, un reportaje sobre la vida de esta química madrileña, en proceso de canonización, que fue una de las primeras mujeres del Opus Dei.

Al acto acudieron numerosas personas que habían conocido a Guadalupe, entre otras, Piedad de la Cierva que, además de ser la primera mujer que trabajó en el CSIC, dirigió la tesis doctoral de Ortiz de Landázuri.

El profesor de Investigación del CSIC, Víctor Manuel Fernández, destacó la faceta investigadora de esta química, que decidió estudiar una carrera científica en unos momentos difíciles, especialmente para las mujeres “Era una persona —señaló Fernández— de una gran claridad de ideas que eligió unos estudios poco frecuentes para una mujer en aquel momento. Después, a lo largo de su vida, siempre se preocupó por actualizar sus conocimientos. De hecho, sorprende que su línea de investigación —relacionada con el ahorro energético y el uso de materiales reciclables— enlace directamente con los campos de interés de la investigación actual”.

Uno de los momentos más emotivos del acto tuvo lugar cuando Víctor Manuel Fernández leyó algunos párrafos de la introducción de la tesis doctoral de Guadalupe Ortiz de Landázuri, donde se percibían las dificultades que tuvo que afrontar para llevar a cabo su investigación científica.

Andrés Barbé, productor ejecutivo del documental

El productor del DVD, Andrés Barbé, señaló que fue al leer una biografía de Guadalupe cuando descubrió que "en su vida había materia suficiente para hacer, no una, sino varias películas. Es una existencia llena de aventura, dedicada a los demás, y había que reflejarla audiovisualmente. De ahí surgió la idea de proponer a la oficina de las causas de los santos de la prelatura del Opus Dei, hacer un relato que, como su persona, tiene una gran fuerza".

Cerró el acto la periodista y escritora Mercedes Eguíbar, que además de conocer personalmente a Guadalupe, es autora de su biografía. Eguíbar la definió como "una mujer pionera en la promoción social del mundo rural mexicano". Al señalar algunas de sus cualidades humanas, afirmó que Guadalupe fue "una persona comprometida con su tiempo e incluso adelantada a él en muchos aspectos.

Tenía una moderna mentalidad, que la llevaba a soñar despierta con un futuro mejor, poniendo, al mismo tiempo todos los medios para conseguirlo, a través de su trabajo y su gran espíritu de servicio".

La biógrafa también abordó algunos aspectos de la honda vida cristiana de esta investigadora: "La vida de Guadalupe transcurrió en una permanente relación con Dios, gracias a esto supo transformar las dificultades, el dolor, en alegría aunque fuera, a veces, una alegría que tenía raíces en forma de cruz. En verdad su vida fue sal y luz".

Incluimos a continuación 2 textos extraídos de la biografía de Guadalupe escrita por Mercedes Eguíbar y publicada por Ediciones Palabra (capítulos 3 y 11 respectivamente).

Encuentro con San Josemaría

El 25 de enero de enero de 1944, Guadalupe acudió a su cita con el Fundador del Opus Dei, en un pequeño chalé de la Colonia del Viso, en la calle Jorge Manrique, número 19.

Seguramente no lo sabía pero aquel era el primer centro de mujeres que había sido inaugurado hacía un año y medio, en el día de la Porciúncula —Nuestra Señora de los Ángeles— de 1942.

Es lógico pensar que Guadalupe acudiera un poco nerviosa y subiera los escalones de la entrada con cierta timidez. La pasaron a una salita amplia con la sillería tapizada de color rosa y le llamó especialmente la atención un cuadro con la imagen de la Virgen de Guadalupe, de la que siempre había pensado que le gustaría tener una estampa o una buena fotografía. Hasta entonces se había tenido que contentar con una imagen recortada de un periódico.

Don Josemaría Escrivá de Balaguer era un sacerdote joven aún, de cuarenta y dos años, más bien grueso, con una sonrisa abierta que denotaba profunda alegría y una extraordinaria viveza de palabra y de movimiento que no ocultaba, sin embargo, su recogimiento interior.

Guadalupe se sintió impresionada y atraída de modo que enseguida se abrió en confidencia: ¿Qué tengo que hacer con mi vida?

Guadalupe siempre recordaría aquella conversación como esclarecedora, el encuentro con lo que andaba buscando. Supo que aquél iba a ser para ella el padre que había perdido unos pocos años antes porque —así lo repitió en muchas ocasiones—, en aquel momento, vio claramente su camino.

El sacerdote, sin embargo, le dejó abierto el horizonte de su libertad. Era ella la que debía tomar la decisión sin más motivo que el amor a Dios y sin más fuerza que su gracia. Al terminar, don Josemaría la invitó a asistir a un Curso de retiro que iba a comenzar unos días después.

Guadalupe y México

La llegada a México no es para ser descrita. Parece que ha estado años fuera. Todas le preguntan y no paran. Y ella cuenta y tampoco para. Lo primero que ha hecho es buscar el lugar idóneo para la imagen de la Virgen que el Padre le ha dado.

Tiene la sensación de que ha crecido la labor apostólica y madurado las que han ido llegando en este año 1951, a punto de terminar. Se siente marcada por el fuerte deseo de poner en práctica todas las orientaciones que ha recibido durante su estancia en Madrid y en Roma. Tiene proyectos apostólicos nuevos.

Empieza el 1952, un año de rápida expansión para la Obra en México, que se extiende no sólo en el Distrito Federal, sino que señala el inicio en nuevas ciudades del país.

Hasta entonces el apostolado se había dirigido hacia las estudiantes universitarias principalmente. Llegaba la hora de tener en cuenta otros campos.

En primer lugar, se puso en marcha la atención a otras mujeres mayores que generalmente estaban casadas. Conocían y trataban ya a las que don Pedro les había presentado al llegar, normalmente esposas de conocidos suyos. Este grupo era numeroso y habían prestado ayuda generosa en la instalación de la residencia Copenhague. Ahora se trata de organizar los medios de formación necesarios para las futuras cooperadoras. La residencia se ensanchaba o encogía de acuerdo con las necesidades apostólicas.

El primer medio de formación que se les ofreció fueron los retiros mensuales. Así, además de la personal reflexión, se les facilitaba el apostolado, porque podían invitar a otras amigas. Hacia fines de marzo, tuvo lugar ya un primer curso de retiro. Pronto hubo muchas mujeres que comprendieron el impresionante panorama que se les abría, al comprobar que ellas podían también sentirse llamadas por Dios a la santidad con su fidelidad a las exigencias matrimoniales, como esposas y madres.

Ante ellas se iluminaba sobrenaturalmente su camino. Vieron, de forma práctica, que el seguimiento al Señor no era algo exclusivo de las que se habían comprometido a vivir en el celibato o la virginidad, sino que todas debían considerarse plenamente enroladas en la llamada que habían recibido en el bautismo. San Josemaría Escrivá de Balaguer había escrito hacía ya muchos años: Se creía que la perfección no fuese cosa asequible a las almas que se quedan en el mundo (...). Ahora ha vuelto a sonar la voz de Jesús que dice a todos: estote ergo vos perfecti, sicut et Pater vester caelestis perfectus est; sed pues vosotros perfectos, así como vuestro Padre celestial es perfecto (Mateo 5, 48).

Estaban descubriendo, por lo tanto, lo que el Señor había mostrado al fundador del Opus Dei: Yo veo esta gran selección actuante —así decía—: hombres y mujeres de empresa y obreros; mentes claras de la universidad, inteligencias cumbres de la investigación, mineros y campesinos; aristocracia —de la sangre, del ejército, de la banca, de las letras— y pueblo, con su mentalidad más rudimentaria: todos, cada uno sabiéndose escogido por Dios para lograr su santidad personal en medio del mundo, precisamente en el lugar que en el mundo ocupa, con una piedad sólida e ilustrada, de cara al cumplimiento gustoso —aunque cueste— del deber de cada momento.

Lo que había visto san Josemaría hacía tantos años, ahora lo contemplaban aquellas mexicanas como una gran novedad y se dispusieron a servir a toda la sociedad en sus diversos estratos y, sobre todo, a renovar con ilusión su vocación matrimonial y familiar.

Guadalupe pudo constatar muy pronto que la labor se multiplicaba y cómo podía ir contando con grupos de mujeres, supernumerarias o cooperadoras, en las que apoyarse. Eran personas que se responsabilizaban de abrir nuevos campos de apostolado y, con múltiples actividades, facilitar los medios económicos imprescindibles para el sostenimiento de las actividades.

Textos tomados de: Mercedes Eguíbar Galarza, Guadalupe Ortiz de Landázuri. Trabajo, amistad y buen humor, Madrid, Ediciones Palabra.