Mons. Fernando Ocáriz comenzó agradeciendo a Dios la vida y la fidelidad del fundador del Opus Dei e invitó a considerar que “todo aniversario, todo cumpleaños, nos habla de que hay que aprovechar el tiempo, no basta con que solo pase”. Recordó: “Precisamente en esta misma iglesia, el 9 de enero de 1968, san Josemaría celebró la santa Misa y, en la homilía, afirmó que los años por sí solos no dan la sabiduría ni la santidad. Y se preguntaba: '¿Cuál es el modo de aprovechar el tiempo? ¿De qué tenemos, Señor, que llenar nuestros días para que sean realmente aprovechados, y vayan dando sabiduría y santidad? Lo sabemos bien –añadió–: hemos de llenar nuestros días de amor a Dios'”.
Lo sabemos bien: hemos de llenar nuestros días de amor a Dios
A raíz de estas consideraciones, Mons. Ocáriz alentó a imitar a san Josemaría, quien quería que se le pudiera definir como un hombre que sabía querer. “En primer lugar, ¡cómo quería al Señor! Tenía muchos detalles sencillos, pero constantes, con el Señor presente en la Eucaristía. Con qué devoción se preparaba para asistir y celebrar la santa Misa. Así querríamos quererte, Señor, a ti; que, como a san Josemaría, se nos vaya el alma al sagrario muchas veces al día, si no físicamente, por lo menos con el corazón”.
“Cómo quería a la Iglesia y al Papa. Quería tanto a la Iglesia, porque quería mucho a Jesucristo, y veía en el Papa al vicario de Cristo”. Y continuó: “Cómo quería a sus hijas y a sus hijos”. Y añadió: “Era un cariño humano y sobrenatural a la vez. Que nosotros, Señor, por intercesión de san Josemaría, seamos personas que saben querer; se trata de una decisión firme de buscar el bien de los demás, de gastarse por los demás, de servir a los demás, acompañe o no el sentimiento”.
La filiación divina nos lleva a una oración confiada
Este cariño es consecuencia de ver a Cristo en los demás. Por eso, Mons. Ocáriz hizo referencia a la primera lectura de la Misa, el pasaje de la epístola de san Pablo a los Romanos, que dice: “Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y vosotros no habéis recibido un espíritu de esclavos para caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir, ¡Padre!”. Invitó a considerar “cómo el Señor quiso imprimir en el corazón de san Josemaría el sentido de la filiación divina, que es saberse y sentirse vivamente hijo de Dios. Nosotros no queremos tener miedo a nada ni a nadie, porque somos hijas e hijos de Dios. La filiación divina nos lleva a una oración confiada, en la que la experiencia misma de nuestros límites, de nuestros defectos, –e incluso de nuestros pecados–, no nos quita la paz, porque nos mueve a volver a la Casa del Padre con alegría, como el hijo pródigo. Nos lleva a descansar en el Señor, cuando nos sentimos preocupados”.
Mons. Fernando Ocáriz terminó invocando a la Santísima Virgen, causa de nuestra alegría, “para que seamos personas alegres, sembradores de paz y de alegría”.