Vivió en el mundo llena de Dios

«Guadalupe nos descubre la fuerza que tiene la vida cuando se realiza desde lo que yo llamo cristianismo en explicitud. ¿Qué quiero decir con esta expresión? Que se vive la adhesión a Jesucristo como acción y pasión total de la vida. Ella lo hizo con total testimonio; subordinó todo a esta pasión».

El cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, que concelebró en la ceremonia de beatificación de Guadalupe Ortiz de Landázuri, escribió este artículo el 18 de mayo.

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Hoy será beatificada en Madrid Guadalupe Ortiz de Landázuri, la primera mujer y la primera persona laica del Opus Dei que llega a los altares. María Guadalupe nació en Madrid en 1916 y entregó su vida a Dios en 1975. Estudió Ciencias Químicas en la Universidad Complutense en tiempos en los que la presencia de la mujer en la universidad era muy minoritaria. Terminada su carrera, impartió clases en colegios e institutos, realizando la tesis doctoral en su especialidad.

En 1944 conoció al fundador del Opus Dei, quien le encomendó diversos encargos tanto en España como en México y Roma. Supo compatibilizar su carrera profesional y estas tareas con un espíritu de servicio y disponibilidad. Fueron muchas personas las que se acercaron a su vida; en todas, y así dan testimonio muchas de ellas, dejó una impronta fuerte de la presencia de Dios. Con su espíritu de alegría, de entrega incondicional, de amor desinteresado, contagiaba tal presencia de Dios que ayudó a muchos a acercarse a Él.

Fue en México donde Guadalupe Ortiz de Landázuri comenzó la labor apostólica del Opus Dei con mujeres. La llamada universal a la santidad que san Josemaría retoma del Evangelio para pregonarla en nuestro tiempo, con esa fuerza siempre nueva que tiene y que nunca se agota, se hizo inteligible, asequible y acogida con todas las consecuencias, como una propuesta clara, que tomó cuerpo en la persona de Guadalupe. Son muy numerosos los testimonios de su entrega a todos los que se encontraba y, de un modo especial, a los más desfavorecidos. Su entrega por Jesucristo la llevó a vivir la creatividad de la caridad, impulsando un centro de promoción humana y profesional para campesinas, así como creando residencias universitarias donde las jóvenes recibían una formación integral.

Guadalupe tenía muy claro que el Señor nos elige, nos llama e incorpora a la Iglesia para hacer verdad esas palabras del apóstol san Pablo: «Para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor» (Ef 1,4). Por otra parte, en los procesos de beatificación, como es el caso de esta mujer excepcional, los signos de heroicidad en el ejercicio de las virtudes, el ofrecimiento de la propia vida hasta la muerte, son tenidos muy en cuenta. A mí me gusta ver la santidad en esta mujer paciente en la que se ve su buen humor mantenido constantemente, una alegría que transmitía y que brotaba de un manantial que es el mismo Jesucristo, la absoluta confianza en Él en todas las circunstancias, una vocación cristiana vivida con fuerza en el camino que ella encontró en el Opus Dei…

¡Qué belleza tienen algunos pasajes de las cartas que dirige a san Josemaría! Ahí podemos constatar la personalidad de esta mujer recia y sencilla, que transmitía confianza y seguridad, se conocía bien a sí misma y asumió con humildad y con un profundo agradecimiento a Dios lo que en verdad era y vivía, tomando siempre una decisión de absoluta entrega a Dios y al prójimo que pasaba por su vida, en todas las situaciones. En su santidad, ella refleja ese genio femenino de una mujer normal, de su tiempo, con los pies en la tierra, trabajadora incansable y exigente, con muchas ilusiones profesionales y humanas siempre encaminadas al servicio de los otros. Ella representa a esos «santos de la puerta de al lado» de los que nos habla el Papa Francisco y que el Espíritu Santo suscita en todos los tiempos. Guadalupe, en lo más profundo de su persona, con su manera de ser y de vivir, siempre provocó fascinación: todos se encontraban a gusto con ella porque su alegría nacía de una fuente inagotable y siempre era renovada, aunque cualquier dificultad llegase a su vida.

Guadalupe tenía muy claro que para un cristiano no es posible pensar en la propia misión en la tierra sin concebirla como un camino de santidad. Nos hizo ver que esa misión que somos todos los cristianos tiene su sentido pleno en Cristo y solamente se entiende desde Él. Por eso ella vivió en unión con los misterios de la vida de Cristo, se asoció de una manera única al Señor, de tal modo que incluso reprodujo en su propia existencia algunos aspectos de la vida de Señor. Su vida estuvo llena de sentido humano y divino. Rebosaba de humanidad y, al tiempo, de vida divina, que la hacía más humana y más cercana a todos los que encontró en su vida.

Quisiera expresar con estas pinceladas una vida que se pone ante la nuestra, para llenarnos de esperanza y de deseos de recorrer el camino de Cristo:

Guadalupe nos descubre la fuerza que tiene la vida cuando se realiza desde lo que yo llamo cristianismo en explicitud. ¿Qué quiero decir con esta expresión? Que se vive la adhesión a Jesucristo como acción y pasión total de la vida. Ella lo hizo con total testimonio; subordinó todo a esta pasión.

Ante tantas melodías que hay en este mundo con las que los hombres quieren acompañar su ser, hacer y quehacer, Guadalupe supo mantener de fondo la de Jesucristo, que ha de ser soporte de toda la vida y de todas las cosas. Para ella fue centro de atracción y de todos los caminos que emprendía.

Guadalupe nos invita a vivir la vida ante la persona de Jesucristo y oferta esta Persona a los demás con su vida, desde su libertad, apertura y comunicación. Sabía que para abrirse a los demás es necesario aprenderlo de quien se abrió a todos y dio todo. Un día oyó «ven y sígueme» y no esperó más.

Guadalupe ofreció a Jesucristo lo que era; una bendita osadía y nos hace benditos a nosotros cuando encontramos personas así, que no se conforman con dar cosas, sino que acogen esas palabras de la Virgen María desde la que formulan su vida: «Hágase en mi según tu Palabra».

Los criterios de su vida no fueron la eficacia, la rentabilidad y la producción, sino que encontró tiempo para contemplar a Jesucristo en el trabajo diario, teniendo como centro y culmen la Santa Misa, queriendo desde esa comunión con Cristo, mostrar su rostro, aportando al mundo oxígeno, luz, fuerza interior, razones para vivir, sentido de la vida y esperanza. Con su vida entregó la belleza de Dios a este mundo.

Carlos Osoro, cardenal arzobispo de Madrid

Carlos Osoro

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