“Ojala seas como un viejo sillar oculto”

No quieras ser como aquella veleta dorada del gran edificio: por mucho que brille y por alta que esté, no importa para la solidez de la obra. –Ojalá seas como un viejo sillar oculto en los cimientos, bajo tierra, donde nadie te vea: por ti no se derrumbará la casa. (Camino, 590)

Déjame que te recuerde, entre otras, algunas señales evidentes de falta de humildad:

––pensar que lo que haces o dices está mejor hecho o dicho que lo de los demás; ––querer salirte siempre con la tuya; –disputar sin razón o –cuando la tienes– insistir con tozudez y de mala manera;

—dar tu parecer sin que te lo pidan, ni lo exija la caridad; —despreciar el punto de vista de los demás;

—no mirar todos tus dones y cualidades como prestados;

—no reconocer que eres indigno de toda honra y estima, incluso de la tierra que pisas y de las cosas que posees; —citarte a ti mismo como ejemplo en las conversaciones;

—hablar mal de ti mismo, para que formen un buen juicio de ti o te contradigan; —excusarte cuando se te reprende;

—encubrir al Director algunas faltas humillantes, para que no pierda el concepto que de ti tiene; —oír con complacencia que te alaben, o alegrarte de que hayan hablado bien de ti;

—dolerte de que otros sean más estimados que tú;

—negarte a desempeñar oficios inferiores;

—buscar o desear singularizarte;

—insinuar en la conversación palabras de alabanza propia o que dan a entender tu honradez, tu ingenio o destreza, tu prestigio profesional...;

—avergonzarte porque careces de ciertos bienes... (Surco, 263)

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