Ana Mª Álvarez es leonesa de nacimiento, aunque lleva desde los nueve años en Sevilla. Ha sido, hasta este año, jefa de la Unidad de Oncología Pediátrica del Hospital Universitario Virgen del Rocío, profesora de la Facultad de Medicina y académico correspondiente de la Real Academia de Medicina de Sevilla. Además es agregada del Opus Dei y, actualmente, vicepresidenta de Andex.
-¿Qué le llevó a decidirse por la medicina y, en concreto, por la oncología pediátrica?
Con catorce o quince años ya quería hacer Medicina. En la carrera había pocas mujeres, así que fuimos más avanzadas. Lo que nunca quise hacer es oncología pediátrica. En aquel momento, la mayoría de los niños con cáncer se morían. A mí me horrorizaba el dolor y no quería sufrir tanto.
Sin embargo, mis expectativas dieron un giro cuando acudió a mi hospital Mª Luisa Guardiola, la actual presidenta de la Asociación de Padres de Niños Oncológicos de Andalucia (Andex), con su hija enferma de cáncer. El director quiso que la tratara yo directamente. La puse en contacto con el mejor centro que entonces existía en Europa, en Villejuif (Paris). Después fui yo quien le hice el seguimiento en Sevilla. Por este motivo viajé a París en varias ocasiones. Allí pude comprobar que había niños que se curaban y empecé a hacerme cargo de los enfermos de mi hospital.
"Inicialmente, no había nada: estaba yo sola y no disponía de ningún espacio. Recuerdo que pasaba consulta en una sala de reuniones"
Inicialmente, no había nada: estaba yo sola y no disponía de ningún espacio. Recuerdo que pasaba consulta en una sala de reuniones. Sin embargo, desde el principio empezó a funcionar un Comité de Tumores. Poco a poco conseguimos tres camas para Oncología; luego siete, después un ala entera, y, al final, la bonita planta de que disponemos ahora. También se fueron incorporando otros médicos y más personal, hasta conseguir el excelente Equipo Multidisciplinar existente en la actualidad.
-¿Cómo surgió la idea de la Asociación de Padres de Niños Oncológicos?
Andex nació en 1985 tras conocer la experiencia estadounidense de una asociación similar. Reuní a una serie de padres y salió a la primera, a pesar de que la mayoría de los compañeros no le veían futuro a la iniciativa.
Al comentarle esta idea a don Álvaro del Portillo, entonces prelado del Opus Dei, me animó y me dijo que haría mucho bien a los niños y a los padres. También han sido muy alentadores mis encuentros con Juan Pablo II. He podido contarle anécdotas de los niños y enseñarle pequeños álbumes de fotografías con las actividades que Andex realiza con ellos. Las miraba detenidamente, pasaba las hojas, y me daba su bendición para los niños, para sus padres y para Andex. Además me han contestado siempre de su parte a las cartas que le he enviado. Puedo decir que el impulso del Papa y de don Álvaro del Portillo me ha ayudado mucho en mi trabajo en la asociación.
-¿Cómo conoció el Opus Dei? ¿Qué fue lo que más le llamó la atención de su mensaje?
En mi formación cristiana influyeron mucho mis padres y también estudiar en un colegio de religiosas. Pronto supe que Dios quería algo de mí, pero no sabía qué. El último año de colegio leí un libro de un sacerdote del Opus Dei (Jesús Urteaga) que me ayudó. Después, leí “Camino”, de San Josemaría Escrivá y su famoso primer punto -“Que tu vida no sea una vida estéril. Sé útil, deja poso…” - se convirtió para mí en un leit motiv pero todavía no conocía la Obra.
En el Instituto donde cursé bachillerato tenía compañeras que iban a un centro del Opus Dei y me invitaron a medios de formación cristiana. Allí descubrí que ese era mi camino. Me atraía mucho la idea de que los cristianos debemos ser como una inyección intravenosa o como una transfusión sanguínea en el torrente circulatorio de la sociedad. Entonces ya estudiaba Medicina.
-¿Qué relación tienen la vocación profesional y la vocación al Opus Dei?
El Opus Dei refuerza la vocación profesional. Es extraordinario hacer lo que a uno le apasiona y saber que te puedes hacer santo con ese trabajo, ofreciéndolo todo a Dios. Este es el meollo del mensaje del Opus Dei.
Lo importante no es el trabajo en sí sino santificarse a través de él. En mi campo concreto, significa dar lo mejor de mí misma a enfermos y familiares: ser una buena profesional y saber comunicarme con ellos, ponerme en su lugar, aliviar, consolar, ayudar. Esto no sólo les ayuda a ellos, sino que también me enriquece a mí.
"Es extraordinario hacer lo que a uno le apasiona y saber que te puedes hacer santo con ese trabajo, ofreciéndolo todo a Dios. Este es el meollo del mensaje del Opus Dei"
El médico debe estar científicamente preparado y además ser humanamente cercano. Con respecto a los colegas, es preciso estar abiertos a otras aportaciones. Ser humildes, consultar a otros… Se necesita dedicar tiempo a estudiar los casos difíciles, profundizar en la investigación y procurar, mediante la docencia, que los colegas que se están formando aprendan. En una ocasión leí que lo ideal para un maestro o para un investigador es que los que le siguen comiencen precisamente donde él ha alcanzado su plenitud. Si todos hiciéramos esto, el mundo iría de otra manera.
-¿Qué puede hacer un buen médico cuando no hay esperanzas de curación?
En primer lugar, dar apoyo y cariño, que es la mejor medicina. Después procurar por todos los medios que el paciente no tenga dolor, algo que hoy en día se puede controlar en casi todos los casos. Respetando siempre la vida, no hay por qué regatear medicación alguna a las personas que física o psíquicamente sufren: analgésicos, ansiolíticos, antidepresivos, etc. De ahí la importancia de una buena formación en Cuidados Paliativos.
-Desde la experiencia que dan todos estos años de profesión, ¿qué diría a los jóvenes que inician sus estudios en Medicina?
Que se entusiasmen con el bien que pueden hacer a la sociedad y a cada persona a través de la profesión. La medicina es un mar sin orillas. Aunque se sufre y se necesita mucha dedicación, uno sale reconfortado, y satisfecho por dentro. Hay que renunciar al propio gusto para pensar en el enfermo y ayudarle a solucionar sus problemas, pero ¡vale la pena!
Que estudien idiomas, que acaben de formarse en el extranjero y dominen la informática. Y por supuesto, que no sean nunca autosuficientes y no tengan miedo a consultar lo que no saben.