El 11 de septiembre de 2013, D. Geraldo Morujão, sacerdote de la diócesis de Viseu (Portugal) acompañaba a una peregrinación a Tierra Santa. Había puesto ese viaje bajo la protección del beato Álvaro del Portillo, al que tenía mucha devoción.
Habiendo dormido poco en el avión, y cansado por la emoción y las actividades de ese primer día, decidió nadar un poco en la piscina del hotel. Estaba a punto de cumplir 83 años y la natación era su deporte habitual. Pensó que sería una buena forma de descansar antes de la cena.
Minutos después, lo vieron inerte y boca abajo en el agua. Inmediatamente lo sacaron de la piscina: estaba azul. No despertó, ni siguiera cuando 15 minutos después llegó la ambulancia y le realizaron un masaje cardíaco. Inicialmente fue declarado muerto. Sin prisas, fue conducido al hospital.
El monitor de ritmo cardíaco mostraba una línea plana. El Dr. Yonathan Hasin, médico de cardiología que se encargó de su caso en el hospital, dijo que su corazón había dejado de latir y que estaba en coma. El neurólogo le dijo a Salama Gasan, el jefe de las enfermeras, que no había nada que hacer.
Con todo, intentaron reanimarle de nuevo. Bajaron su temperatura corporal a 34 grados y decidieron mantenerlo conectado a la máquina durante cuatro días porque, como dijo el Dr. Hasin, en estas situaciones una de cada mil personas se despierta, aunque quedan a menudo con graves secuelas. El tiempo sin oxigenación cerebral había sido largo.
A medida que la noticia del accidente en la piscina se extendía, creció la cadena de oraciones para pedir a Dios por la curación del sacerdote.
Intubado e incapaz de hablar, hizo un gesto con el que pedía algo para escribir
Manuel, hermano de D. Geraldo y también sacerdote, recibió una llamada telefónica y se preparó para lo peor. Los preparativos para el traslado a Portugal estaban comenzando. En la embajada querían saber la fecha del funeral.
Mientras, en la unidad de cuidados intensivos, las enfermeras hablaban en hebreo en voz baja. En algún momento del sábado 14 por la mañana, don Geraldo abrió los ojos: intubado e incapaz de hablar, hizo un gesto con el que pedía algo para escribir. Como es un gran conocedor de la lengua hebrea, escribió en un papel: איפה אני? (¿Dónde estoy?)
No sabía qué había pasado, pero estaba vivo. Se encontraba en el Hospital de Tiberíades y supo que el obispo de Mgar, una población situada a 30 km de distancia, le había administrado la unción de los enfermos. Le dijeron también que el jeque musulmán de la mezquita había venido a rezar por él.
La enfermera Wissam, no creyente, respondió a la pregunta que le había hecho por escrito con mucho entusiasmo: "¡Dios te ha bendecido!". La palabra milagro comenzó a escucharse en muchos lugares. El conductor de la ambulancia vino a visitarlo, sin creer que estuviera despierto. Al día siguiente le quitaron los tubos.
El Dr. Hasin dijo: “Se recuperó de una situación en la que es muy difícil sobrevivir. Las estadísticas no le favorecían, pero tuvo esta secuencia de eventos... y todo le fue bien”. Y el jefe de enfermeros añadió: “Somos médicos y enfermeras, y creemos en la medicina. Pero en este caso hay un milagro”.
D. Geraldo atribuye esta gracia a la intercesión del beato Álvaro del Portillo, obispo -fallecido el 23 de marzo de 1994 y beatificado el 27 de septiembre de 2014-, que fue prelado del Opus Dei, después de haber sido el gran apoyo del fundador de la Obra, san Josemaría Escrivá. El mismo día del accidente, como en muchas otras ocasiones, el padre Geraldo había rezado la oración para pedirle ayuda. La fiesta del Beato Álvaro se celebra el 12 de mayo.
Mi amistad con el beato Álvaro del Portillo
D. Geraldo conoció al beato Álvaro del Portillo, a quien atribuye su recuperación. Estos párrafos resumen sus recuerdos:
La primera vez que hablé con don Álvaro fue en la casa de convivencias de Enxomil, cuando san Josemaría vino de visita a Portugal en 1967; el 10 de mayo, miércoles, saludé a don Álvaro y le dije que mi obispo quería que yo me fuera de capellán de emigrantes en Alemania. Días después, el 12, viernes, le encontré de nuevo en Viseu, en la calle Alexandre Lobo, saliendo del antiguo Café Satélite, con san Josemaría. Les saludé y inmediatamente don Álvaro preguntó: “¿Cuando viajarás a Alemania?”. Esa pregunta demostraba no sólo una memoria colosal, sino también un gran interés por mí. En esa ocasión pude también saludar a san Josemaría, quien estaba sentado en un coche.
Escribí a don Álvaro en marzo de 1968 desde Pamplona para felicitarle por su cumpleaños. Me contestó con una carta escrita en portugués: “Também eu te encomendo diariamente e peço à Santíssima Virgem de Fátima que te acompanhe e ajude sempre, nos estudos que estás a realizar na Universidade de Navarra”.
Después de su elección como sucesor de san Josemaría, vino diversas veces a Portugal. En una ocasión, hablamos sobre el valor magisterial de las enseñanzas de Juan Pablo II.
En 1979, me escribió para felicitarme por las Bodas de Plata de mi ordenación sacerdotal. Poco después, pude viajar a Roma y al verme me dijo: “25 años de servicio al Señor. ¡Vale la pena, vale la pena!”.
En 21 de agosto de 1982 me contestó a una carta que le había escrito desde Tierra Santa, y me decía: “Me ha dado alegría ver tu amor grande a nuestro Señor y a su Santísima Madre; y tu emoción, por tanto, al recorrer los Lugares Santos, reviviendo los años que el Hijo de Dios pasó en esta tierra para realizar la obra de nuestra Redención. […] yo rezo con mucho cariño por ti y por toda tu labor sacerdotal”.
Después de su fallecimiento, comencé a rezarle frecuentemente y he animado a muchas personas a acudir a él. Ahora, junto al comprobante de mi marcapasos que siempre debo llevar conmigo, tengo la estampa del beato Álvaro, para que me proteja.