Sonsoles, 2 de mayo de 1935: la primera romería

En mayo de 1935, Josemaría Escrivá y Ricardo Fernández Vallespín realizaron una peregrinación al santuario de la Virgen de Sonsoles, en Ávila. Con aquella peregrinación nació en el Opus Dei la costumbre de la romería de mayo. El historiador Alfredo Méndiz comenta en este episodio algunos detalles de los escritos de los dos protagonistas de esta experiencia.

Méndiz es Doctor en Historia. Actualmente es investigador del Instituto Histórico San Josemaría Escrivá. Es autor de varias publicaciones sobre la historia del Opus Dei y de la Iglesia.


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En el mes de mayo, mes de la Virgen, es tradición en muchos países rezar a Santa María más que el resto del año, o bien poner flores junto a sus imágenes, hacer alguna peregrinación, etc. 

En el Opus Dei, en ese contexto de devoción acrecentada a la Virgen, hay, en el mes de mayo, una costumbre propia: la romería. Por cómo el fundador, san Josemaría, la configuró, es una práctica específica del Opus Dei. Pero en su sustancia, naturalmente, no aporta mucho al fenómeno general de devoción mariana que se vive en todo el mundo en el mes de la Virgen: es un sumarse con un estilo propio a algo que ya existe abundantemente en la vida de la Iglesia con manifestaciones diversas, todas muy buenas.

El objeto último de la romería, como de toda devoción mariana, es el encuentro con Cristo, la identificación con Cristo. La Virgen es solo la facilitadora de ese encuentro con Cristo. Me parece significativo que la homilía de Es Cristo que pasa en la que san Josemaría Escrivá cuenta cómo nació la costumbre de la romería se titule Por María, hacia Jesús. En realidad, esa homilía se publicó por primera vez en una revista femenina que había en España en los años 60-70, Ama, en la que le pusieron un título que les pareció que podía tener cierto gancho: ¡Son soles! Pero san Josemaría no aceptó esa idea. Cuando luego publicó la homilía aparte, como folleto y, en un segundo momento, dentro de Es Cristo que pasa: colocó como título Por María, hacia Jesús. También me parece significativo que el protagonista pasivo de la historia de esa primera romería, Ricardo Fernández Vallespín, fuera precisamente el joven estudiante al que san Josemaría, en 1933, había regalado un libro sobre la Pasión de Cristo en el que había escrito a modo de dedicatoria: «Que busques a Cristo. Que encuentres a Cristo. Que ames a Cristo». La romería, el trato con la Virgen, se nos presenta así como la vía rápida para buscar, encontrar y amar a Cristo.

Nuestra Señora de Sonsoles (Ávila)

La costumbre de la romería nació, sin un proyecto previo, en el mismo momento en que, inventándola sobre la marcha, se hizo la primera romería: concretamente, el 2 de mayo de 1935 en el santuario de Sonsoles, en Ávila. 

Hicieron esa romería tres personas: san Josemaría, que entonces vivía en Madrid, y dos de sus primeros seguidores, Ricardo Fernández Vallespín y José María González Barredo. Sobre ella hay un documento que, junto con otras fuentes secundarias, permite reconstruir bastante ajustadamente lo que sucedió aquel día. Es un documento de catorce cuartillas escrito aquel mismo mes de mayo de 1935 por Ricardo Fernández Vallespín (las tres primeras cuartillas) y por san Josemaría (las once restantes), con una mezcla de relato y de comentario espiritual (esto segundo, sobre todo por parte de san Josemaría). A pesar de la diferencia en el número de cuartillas, las dos partes tienen una longitud semejante: si la parte de san Josemaría ocupa más cuartillas es solo porque está escrita con letra bastante grande. Esas catorce cuartillas, que tienen por título Notas de una romería al santuario de Nuestra Señora de Sonsoles, se conservan en Roma, en el Archivo General de la Prelatura del Opus Dei.

Creo que lo mejor es comenzar el relato de esa primera romería con las palabras con las que Ricardo Fernández Vallespín comienza sus cuartillas: «El motivo [de la romería] fue una promesa que había hecho a la Virgen, hace ya bastante tiempo, antes de pertenecer a la Obra, cuando, en cama, con una enfermedad que me impedía terminar un examen de proyectos en la Escuela de Arquitectura (lo que representaba para mí terminar la carrera un año más tarde), ofrecí a la Señora ir a visitarla en su Santuario de Sonsoles, haciendo a pie el recorrido de Ávila al Santuario, si conseguía el aprobado, lo que humanamente parecía difícil. Pero mis amigos, que se examinaban conmigo, terminaron mi proyecto y conseguí el aprobado».

Esto había sucedido en 1933: en septiembre o en octubre de ese año Ricardo Fernández Vallespín estuvo, en efecto, bastante enfermo. Estudiaba Arquitectura en Madrid, estaba ya en el penúltimo curso, y para pasar al último necesitaba superar ese examen de Proyectos, que era una prueba larga, de un mes, consistente en ir desarrollando un proyecto arquitectónico del que previamente se había hecho un croquis o anteproyecto. Hizo esa promesa a la Virgen, los amigos le ayudaron, la enfermedad fue más breve de lo temido (duró unos quince días, dice el interesado en otro texto), él superó el examen y pasó al último curso. Y en junio del año siguiente, 1934, pudo terminar la carrera.

¿Por qué se le ocurrió peregrinar precisamente a Sonsoles? Seguramente porque aquel verano de 1933 había pasado unos días de vacaciones en Ávila y, entre otras cosas, había hecho una excursión con un grupo de amigos y amigas a Sonsoles, que según dice le impresionó bastante.

Sonsoles está a unos cinco kilómetros de Ávila: o sea, a distancia de excursión, no de paseo. El santuario se encuentra sobre una colina. En relación con la Virgen que allí se venera hay varias tradiciones, algunas muy fantasiosas. Se ha creído incluso que la imagen fue tallada por san Lucas en un taller que tenía en Jerusalén y enviada a san Pedro a Roma, y que luego san Pedro se la entregó a los varones apostólicos para que la llevaran a España. Los varones apostólicos son, según una tradición, los discípulos del apóstol Santiago en España; según otra tradición, son siete varones que san Pedro y san Pablo enviaron desde Roma a evangelizar la Hispania Bética. Uno de ellos sería san Segundo, primer obispo de Ávila, que traería la talla. Más tarde, con la invasión musulmana, los cristianos habrían escondido la Virgen, que se reencontraría tras la reconquista de esas tierras. De nuevo aquí las tradiciones sobre el origen del nombre de Sonsoles se diversifican. A mí me gusta la que refiere san Josemaría en esa homilía de la que antes he hablado, Por María hacia Jesús: «En aquella romería a Sonsoles conocí el origen de esta advocación de la Virgen. Un detalle sin mucha importancia, pero que es una manifestación filial de la gente de aquella tierra. La imagen de Nuestra Señora que se venera en aquel lugar, estuvo escondida durante algún tiempo, en la época de las luchas entre cristianos y musulmanes en España. Al cabo de algunos años, la estatua fue encontrada por unos pastores que –según cuenta la tradición−, al verla comentaron: ¡Qué ojos tan hermosos! ¡Son soles!».

Por desgracia, la arqueología no confirma estas tradiciones. Al parecer, la imagen de la Virgen es del siglo XII como pronto, y los restos que quedan de la ermita primitiva son también de esa época (quedan algunos restos en el presbiterio del actual santuario, del siglo XV). Pero para Ávila la Virgen de Sonsoles es importante: en el año 1934, justamente un año antes de la romería, fue declarada patrona de la diócesis.

La romería de mayo, una costumbre mariana en la Obra

Pero sigamos con la historia de la primera romería, de nuevo con un pasaje del relato de Ricardo Fernández Vallespín. En Madrid, los tres “romeros”, después de la misa, han tomado el tren en dirección a Ávila. Al contarlo, a Ricardo le puede la vena mística y escribe: «Salimos de Madrid… ¡Qué efecto producen en mí los viajes! Que en ellos, cuando los árboles y los postes de telégrafo corren hacia atrás, parece que mi pensamiento sigue el mismo camino…, y vuelven a mí recuerdos de aquellos días pasados, cuando todavía no había encontrado el verdadero camino, y todas mis ansias de ternura y de amor querían encontrar satisfacción en la tierra…, y no conseguía satisfacerlas. Hoy ya sé dónde encontrar lo que busco, pero… siempre se siente nostalgia al recordar lo pasado».

El camino que dice que había encontrado era la vocación al Opus Dei. Había pedido la admisión en noviembre de 1933, poco después de pasar aquella enfermedad que había estado en el origen de la romería; y poco después también de haber interrumpido lo que él, en otra ocasión, llamó un «medio noviazgo». De esta relación se sabe solo que fue la chica quien quiso interrumpirla y que a él, según propia admisión, interrumpirla no le dolió particularmente. Sin embargo, por lo que escribe en este relato sobre la romería de Sonsoles, parece que algo de nostalgia sí sentía. En todo caso, en aquel momento era una persona firme en su vocación al celibato. San Josemaría podía confiar plenamente en él: de hecho, le había nombrado director de la primera residencia del Opus Dei, la de la calle Ferraz, laResidencia DYA.

En los párrafos siguientes, Ricardo Fernández Vallespín refiere otros detalles secundarios de aquella jornada, y en cierto momento cuenta cómo se desarrolló lo que estaba llamado a ser la primera romería: «Durante el camino dijo el Padre que con esta romería iniciábamos una costumbre en la Obra de Dios…». Y aquí conviene hacer un paréntesis para introducir lo que dice san Josemaría en sus cuartillas, por las que sabemos que la idea no le vino en aquel momento, «durante el camino», sino unas horas antes, en parte en la misa y en parte en el tren. Dice, en concreto, san Josemaría: «En la Misa, al hacer el memento, con empeño muy particular –más que mío− pedí a nuestro Jesús que aumentara en nosotros –en la Obra− el Amor a María, y que este Amor se tradujese en hechos. Ya en el tren, sin querer, anduve pensando en lo mismo: la Señora está contenta, sin duda, del cariño nuestro, cristalizado en costumbres virilmente marianas; su imagen, siempre con los nuestros; el saludo filial, al entrar y salir del cuarto; los pobres de la Virgen; la colecta de los sábados; omnes… ad Iesum per Mariam; Cristo, María, el Papa…». Con estas palabras está indicando algunas devociones, jaculatorias, etc., que se vivían ya en el Opus Dei en aquellos primeros años. Y sigue: «Pero, en el mes de mayo, hacía falta algo más. Entonces, entreví la “Romería de Mayo”, como costumbre que se ha de implantar –que se ha implantado− en la Obra».

De nuevo damos la palabra a Ricardo: «Empezando esta costumbre rezamos a la ida la primera parte del Rosario […]. Aplicamos esta primera parte del Rosario por las ramas de la Obra de S. Rafael y S. Gabriel». O sea, por los estudiantes y los jóvenes profesionales que se formaban en Ferraz. «Cuando terminamos el Rosario me adelanté a paso rápido y llegué al Santuario bastante antes que el Padre y Barredo, entré en la ermita, y de rodillas ante la Señora pedí perdón por haber tardado tanto tiempo en cumplir mi promesa», continúa la historia. Luego sigue: «Ya todos juntos rezamos la segunda parte del Santo Rosario […], aplicamos esta parte para pedir perseverancia a todos los hermanos y para que vengan más vocaciones a la Obra». Y un poco después concluye: «Durante la vuelta rezamos la tercera parte por las intenciones del Santo Padre». Con esto ya tenemos configurada la romería en su sustancia: una parte del rosario en el camino de ida, la segunda (la parte del día) en la casa de la Virgen y la tercera en el camino de vuelta.

En su reconstrucción de aquellas horas, Ricardo Fernández Vallespín recoge otros detalles menores: visita a la catedral, comida en un hotel, llamadas telefónicas que tuvo que hacer José María González Barredo, tren de vuelta a Madrid a las seis de la tarde, etc. Otros detalles anecdóticos aparecen en las cuartillas de san Josemaría, como el de una abubilla que le distrajo del rezo del rosario. Lo que no aparece en esas cuartillas es el detalle de las espigas de trigo que, según escribió años más tarde en la homilía Por María, hacia Jesús, recogió en el camino.

En sus notas, san Josemaría añade algunas otras cosas. Por ejemplo, lo que ya he comentado sobre la motivación de fondo que venía sintiendo él personalmente en relación con la Virgen, que es lo que le hizo reconocer y acoger la inspiración de establecer la romería de mayo como costumbre propia del Opus Dei. En cierto momento dice que, ya yendo de camino, vislumbró algo más concreto, como un «ceremonial» (así lo llama) de la costumbre, que es, en sustancia, ese rosario tripartito que ya conocemos por el relato de Ricardo, aunque previendo también (y parece ser que así se hizo en aquella ocasión) un responso y un Regina coeli después de cada parte del rosario. Esto, sin embargo, es un elemento accidental que cayó pronto en desuso y nunca llegó a normativizarse. Hay que tener en cuenta que en aquel momento el Opus Dei estaba todavía en fase de plasmación, in fieri: era todo, en cierto sentido, bastante provisional. Lo que sí explicita san Josemaría muy claramente es el espíritu con que se ha de hacer la romería: «Desde luego, nunca debe ser excursión artística, ni gira al campo, sino romería de oración y penitencia».

En la segunda mitad de sus notas, san Josemaría, tomando pie de una experiencia bastante común en toda ascensión a un lugar elevado, hace unas consideraciones ascéticas: «Desde Ávila, veníamos contemplando el Santuario y –es natural− al llegar a la falda del monte desapareció de nuestra vista la Casa de María. Comentamos: así hace Dios con nosotros muchas veces. Nos muestra claro el fin, y nos le da a contemplar, para afirmarnos en el camino de su amabilísima Voluntad. Y cuando ya estamos cerca de él, nos deja en tinieblas, abandonándonos aparentemente. Es la hora de la tentación: dudas, luchas, oscuridad, cansancio, deseos de tumbarse a lo largo… Pero no: adelante. La hora de la tentación es también la hora de la Fe y del abandono filial en el Padre-Dios. ¡Fuera dudas, vacilaciones e indecisiones! He visto el camino, lo emprendí y lo sigo». Y poco después añade, abundando en la misma idea: «Ya llegamos. Ya vemos de nuevo el Santuario de María: así es el alma que persevera en su camino de apostolado. Pasa la noche y ve con luz nueva, que no se extinguirá hasta la posesión de Dios-Amor».

Estas palabras son una llamada a la fe, a la confianza en Dios, y una invitación a mirar hacia delante. Si Fernández Vallespín, en el tren, miraba hacia atrás, san Josemaría mira hacia delante, al mañana, al más allá. Ante nosotros, viene a decir, está la casa de María. Y por María hemos de pasar, si queremos llegar a Jesús.