Vivo cerca de la cripta en la que está enterrada Montse Grases, en Barcelona, y suelo ir a rezarle con cierta frecuencia.
El pasado 27 de abril me encontraba por la calle un tanto apurada. Era la víspera de un viaje y necesitaba solucionar un asunto antes de irme. Llevaba más de media hora preguntando en muchas tiendas sin éxito. Se me acababa el tiempo.
De repente me acordé de que era el santo de Montse y decidí acudir a ella. Recé una estampa en medio de la calle y entré en la última tienda.
Cuál fue mi sorpresa al encontrar ahí mi solución, y sobre todo al leer el nombre de la dependienta en su chaqueta: Montse.