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Ser “santos de la puerta de al lado”. Parece una afirmación difícil de hacer, y más aún en los tiempos actuales, en los que la idea de ser joven se distingue de la idea de un camino de amistad construido junto a Jesucristo. Por eso, san Josemaría Escrivá, santo contemporáneo, nos abre las puertas a una gran esperanza, que es la posibilidad de ser santos –es decir, de ganar el cielo– en nuestra juventud, recorriendo con nuestra juventud un hermoso camino en la vida ordinaria, en los estudios y tareas, ofreciéndolos como sacrificio a Dios.

“Si eres joven, pero te sientes frágil, cansado o desilusionado, pídele a Jesús que te renueve. Con Él la esperanza no se puede extinguir” (Papa Francisco, Christus vivit). En esta frase vemos que la esperanza que nos dá Cristo nunca termina, ni siquiera en medio de nuestros defectos y mayores fracasos. Es posible que sintamos mucho miedo ante las tentaciones, ya que somos criaturas humanas y frágiles –y Dios lo sabe, después de todo, pues Él fue quien nos creó–. Sin embargo, en estos momentos es importante recordar que Jesús también sintió miedo en el clímax de su pasión antes de morir en la cruz, así como muchos santos tuvieron miedo de pasar por los grandes desafíos que la vida les puso por delante.

Ser joven significa correr riesgos, como lo hizo Cristo.

Con esto constatamos la gran generosidad de la entrega del joven Jesucristo, asustado por lo que estaba por venir que tal vez, si pudiera evitarlo, lo haría. Sin embargo, aún con el temor de las incertidumbres de su historia, se arriesgó por completo, aceptando con valentía la invitación a la que fue llamado. Aunque sudaba sangre, inmerso en las tribulaciones del sacrificio que tendría que hacer, muriendo por toda la humanidad, apuntó a la cima del Calvario y lo escaló con la fuerza de la fe y la alegría divina.

Así como Él y la invitación que la Iglesia nos hace diariamente, Dios, que es nuestro Padre, espera que nosotros también aceptemos seguirlo con alegría en nuestra vida diaria: santificando nuestros estudios y nuestras amistades, ofreciendo nuestros miedos, incertidumbres y deseos a la cruz para que seamos “santos de la puerta de al lado”. Y lo lograremos con la conciencia de que somos sus hijos en medio de este mundo que muchas veces no ve la felicidad como una identificación con un joven en su cruz.

Por eso, a pesar de nuestros defectos y desalientos, frutos de las dificultades cotidianas, el Señor ve nuestro corazón y nos pide que no dejemos de lado la lucha y de esta forma, seamos apóstoles con la misma valentía que tuvo Jesús. Porque sólo quien es joven es capaz de aceptar vivir por un ideal tan grande como el Cielo: ser joven significa correr riesgos, como lo hizo Cristo. Ser joven significa tener la audacia de entregarse diariamente por un propósito tan importante como la verdadera felicidad.