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“¡Serviré a Dios con alegría! Una alegría que será fruto de mi Fe, de mi Esperanza y de mi Amor...”
San Josemaría, Surco n. 53

Cuando somos jóvenes nos preguntamos cuál sería la verdadera alegría de vivir. Y, en general, las respuestas que hoy nos dan están relacionadas con la libertad, pero, quizás, una libertad un poco distorsionada en su significado, en la que está presente el vivir sin límites y sin templanza. Con esto, la libertad insiste en la idea de rescatar la felicidad y la alegría, pero es necesario que esa libertad tenga su significado apuntado a la verdad: el de caminar junto a Cristo y, como resultado, convertirnos en jóvenes audazmente alegres. ¿Pero cómo se puede ser completamente feliz? “A menudo hay heridas por las derrotas de la propia historia, por los deseos frustrados, por las discriminaciones e injusticias sufridas, por no haberse sentido amados ni reconocidos” (Papa Francisco, Christus vivit).

En relación con este pasaje, es importante comprender que los dolores –cruces– que afrontamos serán amablemente acogidos y aliviados por Jesucristo, si decidimos construir una relación de amistad con Él. Por tanto, la idea de santidad en el mundo contemporáneo –y en la juventud– existe, cuando incorporamos la idea de que Dios nos invita diariamente a encontrarnos con Él en una oración mental –una breve conversación–, o con pequeñas exclamaciones a lo largo del día.

¿Estamos dispuestos a construir una amistad con Él?

Durante la juventud hay turbulencias, miedos, desesperanza y, muchas veces podemos sentirnos solos. Pero, la vida con Jesús nos promete compañía constante y total, consuelo y abrazos eternos. Ser santo viene a ser una decisión, al igual que el amor verdadero –que requiere sacrificio y entrega–. Y así, nada más tomar la decisión, hay una alegría infinita y continua al sabernos hijos de un Dios que quiere siempre nuestro bien, nuestra felicidad y nuestra libertad, que nos ama ante todo.

De esta manera, estará presente en nuestras vidas la frase de san Josemaría: “Por eso caminamos siempre felices con la Cruz” (San Josemaría, Surco n. 70). Así, la cruz –las dificultades y las desilusiones– no serán algo oscuro y solitario, sino algo feliz y alegre, ya que tendremos la presencia del Señor que, como nosotros, también fue joven y se entregó con alegría en su Cruz por todos. Por eso, llevar una cruz llena de incertidumbre nos traerá verdadera alegría y libertad. Porque la audacia de ser joven radica en la respuesta requerida a la invitación que Dios nos hace cada día: ¿estamos dispuestos o no a construir una amistad con Él?