es
Buscar
Cerrar

Dios mismo hecho hombre, Nuestro Señor Jesucristo, demostró en la práctica y con su propia vida, que ser cristiano significa amar constantemente a los que nos rodean y, sobre todo, servir con caridad a los amigos. De este modo, es posible recordar una frase que ilustra bien estas ideas: “En un cristiano, en un hijo de Dios, la amistad y la caridad forman una sola cosa: la luz divina que da calor” (San Josemaría, Forja, 565).

Es Cristo quien viene a nuestro encuentro para llamarnos y así invitarnos a seguir su camino. “Que busques a Cristo: Que encuentres a Cristo: Que ames a Cristo” (San Josemaría, Camino, 382). Así como lo hicieron los apóstoles, debemos buscar a Cristo diariamente, en todo lo que hacemos, ya que esto es lo único que puede llenar completamente nuestro corazón. Sólo con Cristo vivimos una vida plena.

Paralelo a esto, a veces podemos encontrarnos con situaciones en las que reflexionamos mucho y no actuamos o en las que podemos actuar mucho sin reflexionar; o peor aún, ni reflexionamos ni actuamos. Por tanto, debemos actuar y reflexionar según el ejemplo y la vida de Cristo. Al igual que san Josemaría, es importante que miremos siempre a Cristo como a un amigo que está a nuestro lado, que nos espera cada día para compartir nuestras victorias y derrotas, nuestras angustias y preocupaciones.

“Que busques a Cristo.
Que encuentres a Cristo.
Que ames a Cristo.”
San Josemaría, Camino n. 382

Por eso, no hay nadie mejor que Jesús para acompañarnos en este camino hacia la santidad, nadie mejor que Él para mostrarnos su ejemplo de amor a los amigos. Por tanto, podemos utilizar todos estos ejemplos para identificarnos cada día más con Cristo, para ser ipse Christus (Cristo mismo).

En relación a esto, es necesario tener presente que, para ser amigo de Jesús, no es necesario ser un intelectual, no es necesario tener formalidades. Simplemente estar con Él, de la misma manera que lo estamos con un amigo, compartiendo nuestros sentimientos más íntimos sin importarnos nada más que estar ahí. “Me has escrito: ‘orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?’ —¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias…, ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: ‘¡tratarse!’” (San Josemaría, Camino, 91).

Por eso, cuando estemos cerca del sagrario, en la calle, en el colegio, en el gimnasio o con los amigos, podemos pensar en Dios, tal como decía san Josemaría: “Cuando te acercas al Sagrario piensa que ¡El!… te espera desde hace veinte siglos” (San Josemaría, Camino, 537). Nos espera y nos acompaña en cada paso del camino, aunque no nos demos cuenta. Y así, poco a poco, notamos que nuestra vida se convierte en un encuentro constante con Cristo.