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“Para ser santos no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos. Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra.” (Papa Francisco, Gaudete et exsultate, 14).

¡La santidad depende del hoy y del ahora!

Él que desea ser santo, desea un corazón conformado al de Cristo. Amar con amor sobrenatural, a Cristo y a los demás. ¡La santidad depende del hoy y del ahora! “Hoy no hay suficientes mujeres ni hombres buenos. —Además, quien sólo se contenta con ser “casi bueno”, no es suficientemente bueno: necesita ser “revolucionario”. (...) ¡Cristo quiere inconformes!, ¡rebeldes del Amor!” (San Josemaría, Surco, 128).

Necesitamos esto: amar y sentirnos amados por Dios, y el destino de nuestros afectos debe estar dirigido a Dios y a las personas más cercanas a nosotros. Nuestro Señor tiene expectativas de nosotros, tal como nosotros tenemos de nuestros amigos y, por lo tanto, debemos responder a su amor por nosotros. De este modo, no podemos cansarnos de amar, porque la caridad –el amor– debe estar siempre en nuestro corazón. Por tanto, debemos cuidar este pobre corazón nuestro, llenarlo del verdadero amor de Cristo por nosotros para hacernos sujetos que amen y que se sientan amados.

Por eso, las hazañas extraordinarias no son necesarias, y si un pequeño gesto de caridad hacia el Señor, cumpliendo con amor los pequeños deberes de cada momento. Amar a Dios nos hace cada vez más santos y es a través de este amor que llegaremos al cielo. “Si el amor, incluso el amor humano, da tantos consuelos aquí, ¿cómo será el Amor en el Cielo?” (San Josemaría, Camino, 428). Esta, finalmente, es nuestra misión aquí en la tierra: amar y luchar.