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Jesús no se resiste a echar una mano a quien lo necesita


Escribir 1000 palabras sobre el sacramento de la Unción de Enfermos a gente joven: ¡nada fácil!

Lo más probable es que no pasen de leer el título y ¡a otra cosa! Pero este sacramento no tiene edad. Dejo caer algunas ideas sobre este gesto amoroso de Cristo sobre los enfermos. Está claro que al Señor le atraen los enfermos del cuerpo y, sobre todo, del alma como a las abejas el polen primaveral. Jesús no se resiste a echar una mano a quien lo necesita. Por esto quiso acompañarnos siempre (en la Eucaristía) y especialmente cuando nos acercamos al final de nuestros días en este mundo nuestro. Duele ver el sufrimiento de quienes queremos, pero también es cierto que es muy gratificante acompañar al que sufre. En cualquier encuentro con el dolor, la fe en Cristo hace la diferencia. Es impresionante cuánto ayuda el Señor a quien se deja ayudar. Él quiere aliviar a todos (el problema es que no todos se dejan ayudar…). Es lo que sucede con el sacramento de la Unción de los enfermos. Un sacramento –es decir un gesto vivo de Cristo Resucitado– que confiere fuerza (gracia sobrenatural) para vivir una dura enfermedad e incluso la muerte. En algunos casos es visible el efecto patente de pacificación del alma e incluso de alegría. En otros, la mayoría, sólo Dios ve los efectos de la recepción del sacramento. Es importante recibir este regalo del Señor estando consciente. Algunos piensan que el pariente enfermo se va a infartar al ver entrar el cura en la habitación… Y piensan: llamémoslo cuando ya no se dé cuenta. Una pena porque, aunque hay una buena intención, al hacerlo así se priva al enfermo de sentir (escuchar y ver y dejarse tocar en la frente y en las manos) a Cristo cercano en ese momento tan importante.

El rito consiste en: saludo / agua bendita / Introducción / Evangelio breve / breve homilía / Unción propiamente tal con el óleo consagrado por el obispo / rezo del Padrenuestro / bendición final. Se pide incluso el perdón de los pecados del enfermo. Lo ideal es que el enfermo se confiese de sus pecados con el sacerdote, reciba la Unción y luego el Viático (que así se llama la última comunión eucarística).

Jesús nos acompaña siempre, incluso en ese paso solitario de esta vida a la otra

Este sacramento es un motivo de alivio para el enfermo y de consuelo (e incluso alegría) para los familiares. Ser cristiano es lo más grande que nos ha pasado en la vida. Jesús nos acompaña siempre, incluso en ese paso solitario de esta vida a la otra. Tras el umbral de la muerte, estamos seguros, sobrevendrá el abrazo inconmensurable y eterno con el Amor de los amores. Y, entonces, ¡a gozar!