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«Levántate, come, porque 
un gran camino te queda.»

No comprendí la frase hasta que me la explicaron. Se encuentra en la Biblia, en el Primer Libro de los Reyes. Se trata de la historia de Elías. Este profeta predicó contra el falso culto del dios Baal al cual se habían entregado los israelitas. A la esposa del rey Ajab, que se llamaba Jezabel, le pareció muy mal la predicación de Elías, pues ella había introducido el culto a este dios falso, y lo amenazó de muerte. Lleno de miedo, el pobre Elías huyó y por el camino desfalleció de hambre y sed. Entonces, estando dormido, oyó una voz que le decía las palabras que hemos citado. Al despertar encontró junto a él agua y un pan. Con estos alimentos pudo caminar muchos días y salvarse de la malvada Jezabel.

La de Elías es una historia muy dura. Tenía la misión de reconducir al pueblo elegido al culto del verdadero Dios y ser fiel a su misión de profeta. Tareas muy difíciles y en parte desalentadoras. Pero obedeció la voz de Dios: comió, bebió y se salvó.

La Iglesia Católica siempre ha visto en esta historia, y en esta milagrosa intervención de Dios que salvó a Elías, un símbolo de la Eucaristía.

El sacramento de la Eucaristía es Pan para el camino. Para el camino de la vida. Es defensa que nos libra de los enemigos y fuerza para vivir nuestra vocación de cristianos.

Las palabras de Jesús que nos permiten ver en este sacramento su presencia real en el pan y el vino consagrados, fueron pronunciadas por Él en la última cena con sus discípulos antes de morir y resucitar. En esa comida Jesús tomó pan, lo bendijo y dijo

«Este es mi cuerpo que será entregado por ustedes.»

poco después tomó una copa de vino y dijo

«Esta es mi sangre que será derramada por ustedes.»

Apoyados en estas palabras, la fe nos enseña que en la Eucaristía está Jesús mismo. No se trata de un simbolismo, de una realidad evocadora. Es una realidad total y plena. En cada trozo de pan y vino, consagrados por el sacerdote en la Misa, está Cristo, con su sangre, alma y divinidad. Cristo entero.

Cuando Jesús anunció que se quería quedar para ser alimento de nuestra alma en la forma de pan, muchos de sus discípulos encontraron que estas palabras eran muy duras e imposibles de creer. Y lo dejaron. Jesús nunca se retractó ni “matizó” lo que dijo. La Eucaristía es Él mismo. No hay ningún simbolismo como lo podría haber en otras realidades de la vida. Por ejemplo, cuando decimos que la música es alimento del espíritu.

La tremenda historia de Elías es de alguna manera la nuestra. Como al profeta, Dios nos ha dado una misión que primeramente es la de caminar según su voluntad para llegar a la felicidad eterna. Y por otra parte, la de anunciar que Cristo resucitado es el único salvador de la humanidad. Debemos ir contra los “Baales” interiores y exteriores.

Si todos los sacramentos son la presencia de Dios entre nosotros, la Eucaristía lo es por excelencia. Es muy hermoso pensar que Dios se rebaja a nosotros y se hace alimento espiritual del cristiano. El alimento es algo fundamental para nuestra vida. Lo recibimos de múltiples formas, desde el momento de nuestra concepción hasta el final de nuestra vida. Se entiende muy bien que el Señor escogiera esta forma de presencia entre nosotros: la de alimento.

Hoy estamos muy preocupados por la calidad de los alimentos que comemos. Los estantes de los supermercados nos ofrecen una infinidad de productos para todos los gustos. Podemos leer en las etiquetas las especificaciones concretas de todo lo que consumimos. El ser humano ha ido clasificando y diversificado su dieta de manera prodigiosa. Tenemos que comer una dieta balanceada que contenga todos los elementos necesarios para el desarrollo y salud de nuestro cuerpo. La Eucaristía posee todo lo que necesitamos para la vida del espíritu. En ella encontramos a Cristo mismo y nos nutrimos de Él. Jesús se no da en cada Comunión como alimento espiritual. Él es la fuerza para nuestra debilidad.

Si el profeta Elías hubiera sabido que ese pan que recibió en pleno desierto era figura del que con los siglos sería el Cuerpo de ese Dios que él predicaba y que estaría presente en el Sagrario, habría muerto de felicidad.

Todos nosotros, guardando la limpieza de nuestra alma, podemos recibir el Cuerpo de Cristo. De ese modo podemos caminar salvándonos de todas las reinas Jezabel que encontraremos en el mundo. Podemos recuperar las fuerzas desfallecientes de nuestra alma, levantarnos de nuestras flaquezas una y otra vez y seguir.

La Eucaristía se hace realidad en el mundo en cada sacrificio de la Misa. En ella, que es el memorial de la pasión y muerte de Jesús, Él baja al altar y se vuelve a ofrecer al Padre para salvarnos. La Misa es meterse por unos momentos en esa comunión de amor entre el Padre y el Hijo. Ese amor de la Misa es el Espíritu Santo. Por eso, este sacrificio es algo infinito. Es la acción salvadora de la Trinidad que se realiza en la tierra. Por esta razón la Iglesia, buena madre, nos dice que acudamos a Misa al menos una vez a la semana. Con la intención de escuchar la Palabra de Dios y recibir el alimento de vida eterna. Quien come mi carne y bebe mi sangre tendrá la vida eterna dijo Jesús, y lo sigue diciendo a cada uno de nosotros. Tenemos necesidad de la eucaristía y de la Misa dominical.

También la Eucaristía es Presencia de Dios en nuestro mundo y en nuestra vida. Cuando el sacerdote reserva al Santísimo sacramento (otro nombre que recibe la eucaristía) en el sagrario de la iglesia, ahí se queda Él. Es Dios cercano y podemos acercarnos a Él cuantas veces queramos y hablarle, y pedirle, y darle gracias y, sobre todo, adorarlo como el Dios de nuestra vida. La visita a Jesús en el sagrario es una bonita costumbre que ha cambiado muchas vidas: 

«Comenzaste con tu visita diaria… 
—No me extraña que me digas: empiezo a querer con locura la luz del Sagrario.»
San Josemaría, Surco 688

En el libro del profeta Isaías se dice: 

«Por tanto, el Señor mismo os dará señal: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel.»

Emmanuel significa “Dios con nosotros” Este es uno de los nombres que recibe Jesús. La Eucaristía es ese Dios con nosotros. No un Dios lejano, allá en las estrellas, no un Dios inaccesible en su grandeza, no un Dios que le dio cuerda al mundo y se marchó. Un Dios cercano. La Misa, el sagrario,  la Presencia Real de Jesús es el gran tesoro de la humanidad. Es tu tesoro y mi tesoro.

Termino transcribiendo una bella y sencilla oración que San Josemaría recomendaba para hacer crecer nuestro amor a la eucaristía. Él la recitaba muchas veces al día, especialmente cuando se preparaba para celebrar la santa Misa.

«Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra santísima Madre; con el espíritu y fervor de los santos.»