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Más que un compromiso.

La confirmación es un sacramento que presenta algunas dificultades para conocerlo y, sobre todo, para explicarlo. Por dos razones:

En primer lugar, debido a una visión más bien “unilateral”. Se suele entender como el sacramento en el cual el cristiano se compromete personalmente en el seguimiento de Jesús. Esto es verdad, pero la Confirmación es mucho más que un simple compromiso. Como todo sacramento, este se caracteriza por ser una acción de Dios en nosotros, más que una respuesta nuestra a Él.

Es cierto que la libertad es un elemento esencial a la hora de recibir un sacramento. Incluso el sacramento del bautismo, que ordinariamente recibimos de niños, se hace contando con la libertad de los padres, que presentan a su hijo para ser bautizado en la Iglesia.

La confirmación, también llamada crismación en la Iglesia de Oriente, es el sacramento mediante el cual recibimos al Espíritu Santo, Dios mismo y su gracia.

Nuestra vida de cristianos, ayudada y muchas veces sostenida por Dios, no consiste en un llenar un formulario de postulación al Cielo. Es, como lo dice san Pablo, una carrera. Todos, alguna vez, hemos participado en una carrera y sabemos que es un desafío donde está presente el esfuerzo personal, pero también la ayuda de muchas personas que nos acompañan. Esta visión tan unilateral de la confirmación hace que muchas veces la persona que se va a confirmar sienta que no está bien preparada para hacerlo. Y esto, en parte, es verdad: nadie está preparado o es “digno” de recibir la gracia de Dios ni a Dios mismo. Es Él quien se adelanta y suple las deficiencias que tenemos para recibir la ayuda que nos da en los sacramentos.

Con todo, la confirmación se presenta como un sacramento tremendamente necesario en nuestra vida. Precisamente porque somos débiles y las exigencias de la vida cristiana no son pocas, requiere que nosotros libremente acudamos a todos los medios que Dios nos ha dejado.

Los sacramentos, y todas las gracias que Dios nos da, cumplen una función concreta y específica.

Como guía en el camino.

Otra razón por la cual, a veces nos puede costar entender la confirmación y su necesidad, es aquella doctrina que nos dice que este sacramento “perfecciona” la gracia que hemos recibido en el Bautismo. ¿Es que el primer sacramento de la vida cristiana tiene algo de incompleto? Claramente no. Lo que sucede es que cada sacramento tiene un paralelismo con nuestra vida natural. Esa gracia maravillosa que recibimos en el bautismo necesita, al cabo del tiempo, una perfección. El bautismo es un sacramento perfecto para los inicios de la vida en Cristo y la confirmación lo es cuando esta vida cristiana, y también la edad de la persona, se va desarrollando. Es decir, ambos sacramentos se complementan.

Es muy impresionante pensar que en la confirmación recibimos al Espíritu Santo. La tercera persona de la Santísima Trinidad, Dios perfecto. La promesa de Jesús: “si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos. Y yo pediré al Padre y Él les dará otro Consolador (el Espíritu Santo) para que los acompañe siempre: el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede aceptar porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes sí lo conocen, porque vive con ustedes y estará en ustedes” (Juan 14 15 21). Es algo maravilloso y para nada nos habla de algo superfluo. Necesitamos del Espíritu Santo para entender con luz de Dios las cosas que nos rodean. El sentido de la vida, nuestra finalidad última y tantas otras cosas más. Un cristiano sin el Paráclito (otro nombre que recibe el Espíritu Santo) es una persona que está un poco perdida en su vida espiritual. El Espíritu Santo no da certezas, pero nos va guiando de manera misteriosa y mostrándonos la maravilla que es una vida con Jesús.

Hoy, como siempre, el cristiano está rodeado de muchas opciones y posibilidades, algunas de ellas maravillosas, pero otras no tanto. Las ideologías, los afectos, las adicciones, los ambientes llenos de vanidad y vaciedad, la falta de perspectiva para ver la vida como algo más que un dejarse llevar por lo inmediato y lo que me gusta, etc. Todos esto nos influye y puede ser causa de que a veces nos perdemos en nuestros objetivos espirituales. La certeza de que Dios está conmigo y, en este caso, que el Espíritu Santo me guía, da mucha paz al alma y nos hace más maduros y responsables.


Para llegar a la cumbre.

¿Qué pasaría si un montañista se adentrara en un monte desconocido sin ningún tipo de instrumento para ubicarse? Sería una locura. Es bien sabido que el clima en la montaña es tremendamente cambiante. El Espíritu Santo es nuestro satélite personal y la confirmación nuestro GPS. Siempre funcionando, incluso cuando no hay señal (o hay señales adversas). El Paráclito, por medio de la confirmación, nos guía, nos orienta y nos permite llegar a la cumbre, que es el Cielo. Y todo esto, después de haber gozado de una vida llena de desafíos.

Este sacramento, nos ayuda, además, a experimentar con más fuerzas nuestra unión con la Iglesia y nuestro sentido de permanencia en ella. Estamos en la misma “cordada”. Nunca estamos solos en la vida. Para reforzar esta idea, está establecido que quien administre este sacramento sea el Obispo, cabeza visible de Jesús en la Diócesis. El bautizado es presentado al Pastor por su padrino para que este lo confirme en su misión de cristiano. Así, recibiendo la persona y la fuerza del Espíritu Santo, lleve a buen término su gran misión en la tierra; coronar la cumbre.

Este sentido de pertenencia a la Iglesia, que la confirmación hace más visible, permite al confirmado tener más conciencia de que no está solo y que, de alguna manera, tiene una responsabilidad en ella. Al confirmarnos asumimos libremente la tarea de ayudar a otros en esta gran ascensión de la montaña de la fe. Es por esto que la confirmación nos ayuda a ayudar. No somos personas aisladas. Somos parte del Pueblo de Dios que camina, y lo hacemos juntos, ayudándonos unos a otros con nuestro ejemplo y con nuestras palabras de aliento, como hacen los buenos montañistas.

Por último, podemos decir que la manera en que se administra el sacramento de la Confirmación es mediante una unción con aceite. El ministro, imponiendo sus manos sobre la cabeza del confirmando y haciendo una cruz con crisma en su frente dice: "Por esta señal recibe el don del Espíritu Santo". El crisma es bendecido por obispo en una Misa del jueves santo. Se llama “Misa Crismal” y la celebra en unión con todos los sacerdotes de su diócesis. El crisma, confeccionado con aceite de oliva y algunas especias que le da una fragancia especial, simboliza la pertenencia a Cristo y tiene una gran tradición bíblica. Se ungen los altares, las iglesias, las manos del sacerdote, etc. El símbolo de la unción señala que esa persona o cosa es de Dios y a Él se dedica para siempre.