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El Bautismo es el primer sacramento que recibe el cristiano en su vida de peregrinaje en esta vida. Junto con la Eucaristía y la Confirmación forman parte de los llamados sacramentos de la Iniciación Cristiana, que marcan el principio de nuestro caminar como cristianos. Todos los otros sacramentos están destinados a fortalecer y sostener esa vida de Dios en nuestra alma.

El ser humano, al nacer, trae consigo un sinfín de posibilidades. 

Es impresionante pensar lo que puede llegar a ser una criatura que tiene solo horas de vida fuera del seno materno. Beethoven, Fray Angélico, Einstein o Gabriela Mistral fueron, en su momento, casi pura potencialidad. Con el paso del tiempo, a través del esfuerzo personal y la ayuda de tantas personas, vamos teniendo la posibilidad de ir creciendo humanamente y desplegando todas nuestras habilidades. Probablemente no llegaremos a componer grandes sinfonías, ni descubrir teorías asombrosas, pero nuestra vida podrá ser muy plena y feliz, además de un servicio a la humanidad si le abrimos nuestras vidas a Cristo y sus enseñanzas.

El desarrollo de nuestra espiritualidad, de esa “vida para adentro”, también es posible. Es una meta tan alta como la santidad y Dios tiene que ayudarnos, porque de lo contrario sería imposible lograrlo. Y lo primero que hace Dios como Buen Padre es remover los obstáculos que dificultan o, más drásticamente, imposibilitan ese caminar a la felicidad que es la satisfacción total de los más profundos anhelos del ser humano, y que encuentra su total realización en el cielo.

El primer obstáculo insalvable 
por nuestras propias fuerzas 
es el pecado original.

El pecado original tiene su origen en esa primera transgresión de Adán y Eva. Esta mancha la heredamos con la condición humana. Todo hombre nace con el pecado original en su alma. Un verdadero “tapón” que impide la vida espiritual y, a su vez, esa posibilidad maravillosa del Cielo.

Y nos preguntamos: y aquellas personas que, sin culpa personal, mueren sin haber recibido el bautismo, ¿están privadas de la felicidad? Lo que la Iglesia enseña es que, según lo que Dios nos ha revelado, el Bautismo es la puerta del Cielo. Dios es Dios y puede usar otros métodos para dar la felicidad eterna a todos esos millones de personas que no conocieron la fe en Cristo. Pero parece sensato seguir las enseñanzas que Dios nos ha entregado. Por esta razón, la Iglesia siempre ha recomendado bautizar a los niños recién nacidos. Los padres que lo hacen así, les dan a su hijo el mayor de los regalos: la posibilidad real de ser muy felices en esta tierra y además, como si fuera poco, la felicidad eterna del Cielo.

En el caso de las personas adultas, el bautismo, además de borrar el pecado original, perdona todos los pecados personales. A diferencia de los niños, la persona recorre un itinerario de fe que se llama catecumenado. Siendo consciente del paso que está dando, parece más lógico que este se dé con mayor preparación y siguiendo un camino orientado a encarnar en la vida diaria aquella vida iniciada en el bautismo.

Pero volvamos al ejemplo de la password. El bautismo, ya lo hemos dicho, nos abre las puertas del Cielo y desde ese momento se convierte en una posibilidad real de felicidad eterna. Además, Dios, en su amor infinito de Padre, nos invita a entrar en su familia. Sí, el Bautismo nos hace hijos de Dios. Ya no somos unos sujetos aislados que luchan por ser buenos. Somos una familia, la familia de Dios. Esta gran verdad nos la dio a conocer Jesús cuando nos enseñó la oración del Padrenuestro.

La dimensión más concreta de esta realidad de la filiación divina es que con este sacramento pasamos a formar parte de la Iglesia. Ya estamos en casa. Todo ahora nos es familiar. Es muy simbólico el hecho de que esté dispuesto que el rito del Bautismo se inicie fuera del templo, expresando así que esa criatura podrá entrar como hijo en la Iglesia cuando reciba el primero de los sacramentos. 

«Ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos 
de los santos, y miembros de 
la familia de Dios.»
Efesios 2,19

El Bautismo nos abre las puertas del cielo. Nos ofrece la posibilidad real de esa gloria y felicidad sin medida. Pero no solo muestra el cielo y lo hace posible y se plantea como meta personal, sino que este sacramento nos abre la posibilidad de recibir todas las ayudas necesarias para lograr esa meta. Concretamente nos hace aptos para recibir los otros seis sacramentos instituidos por Jesús y que la Iglesia nos administra: penitencia, eucaristía, confirmación, matrimonio, orden sacerdotal y unción de los enfermos.

Seamos agradecidos con Dios de este inmerecido regalo que nos permite la mayor de las audacias de nuestra vida: la santidad.