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En abril, la diócesis de Madrid reunió a representantes de distintos movimientos, instituciones y carismas presentes en Madrid para preparar un evento interdiocesano. Contactaron con la Oficina de Comunicación del Opus Dei y pidieron a alguien que trabajara con jóvenes. Y ahí aparecimos nosotras: Pilu y Pilar. Nunca imaginamos hasta qué punto nos sentiríamos parte de algo tan grande.

La primera reunión fue en la parroquia de San Juan de la Cruz, sede de la Delegación de Juventud de Madrid. Allí se lanzó la idea de un encuentro jubilar por el Año de la Esperanza que reuniera a jóvenes de las tres diócesis de Madrid para ofrecerles un espacio de encuentro con Cristo y con otros jóvenes, donde descubrieran que no están solos en la fe y poder compartir y comunicar esperanza. La jornada tendría dos bloques: por la mañana para adolescentes y por la tarde para jóvenes.

De extraños a equipo: “los Imparables”

Tras presentarnos, compartimos nuestras expectativas y, en un brainstorming, fuimos plasmando en pósits lo que buscan los jóvenes hoy: libertad, sentido, vocación, esperanza, autenticidad… De ahí nacieron los temas del evento. Salimos con el corazón encendido, un grupo de WhatsApp recién creado y una idea clara: queríamos vivir la Iglesia en plural. Nos auto-llamamos “los Imparables”, inspirados en San Pablo, e invitamos a familiares y amigos a unirse a la organización; varios dijeron que sí de inmediato. Así empezamos nosotras y pronto se sumaron Teresa, Carlos y Blanca.

Preparar un evento así es también construir Iglesia

Formamos los comités del evento —logística, voluntarios, comunicación, música, liturgia y ponentes— y nosotras nos sumamos al comité de talleres y ponentes, donde hicimos equipo con Sara y Blanca. En esas reuniones, además de diseñar las ponencias, compartíamos experiencia como formadores de gente joven y salían muchas preguntas sobre los distintos movimientos. Nuestro trabajo consistió en definir, contactar y cuadrar ponentes, temáticas, espacios y tiempos. Nos esperaba una audiencia exigente.

Los talleres abordaron temas clave para la vida de los jóvenes: afectividad, libertad, identidad, vocación, salud mental, belleza, cristianos perseguidos o cómo vivir con sentido. También soñábamos con un live podcast con influencers que hablaran en directo a los participantes y permitir que los jóvenes se apuntaran a los talleres que más les interesaban.

Durante meses estuvimos sumergidas en reuniones, zooms, lluvias de ideas y whatsapps, siempre empezando cada encuentro con una Misa y terminando con una cena sencilla. Hubo momentos que nos marcaron: los sacerdotes y los influencers rezando junto al obispo Monseñor José Cobo antes del live podcast, o aquella noche previa al evento, en la explanada de la Almudena, pidiendo al Espíritu Santo por todo lo que ocurriría al día siguiente. Fue emocionante sentirnos empapadas por Él, preparadas para ser auténticos apóstoles en medio de la organización.

Momento en el que Monseñor Cobo reza con los influencers antes del live podcast

27 de septiembre: la esperanza se hizo multitud

El gran día llegó: sábado 27 de septiembre. La jornada se dividió en dos grandes momentos.

Por la mañana, adolescentes de 12 a 15 años participaron en un espectáculo de magia, una gymkhana por el centro de Madrid. Por la tarde, jóvenes a partir de 16 años asistieron a los talleres y ponencias sobre temas importantes para la vida de fe, con espacio para el diálogo, el acompañamiento y testimonios con reflexiones impactantes.

La Misa fue un momento clave. Al entrar las tres diócesis juntas en la Catedral, resonó una pregunta fuerte: “¿Quién decís que soy yo?”. El cardenal y obispo de Madrid, Monseñor José Cobo, nos recordó que la esperanza no es ingenua, sino llama que transforma. Y que nuestra fe pide decisiones concretas. En la homilía salieron ideas como: escuchar a Jesús, caminar juntos y transformar el mundo.

Participaron más de 7.000 jóvenes y adolescentes. Hubo música, dinámicas, ratos de silencio y oración, confesiones, encuentros, concierto y hasta un DJ.

Lo que vivimos en el WOW fue un regalazo. Un momento de gracia potente. De esos que no se te olvidan. Fue como una segunda llamada después del Jubileo de agosto, una oportunidad para volver a recoger lo que el Espíritu Santo sembró en nosotros, como si Él nos hubiera vuelto a reunir para no dejarlo enfriar.

Más que un evento: un “nosotros”

Cuando participas en algo así, te das cuenta de que muchas realidades eclesiales conviven en la Iglesia. Estar unidos en medio de toda esta aventura visibiliza cada carisma y lo hace brillar junto a los demás. Y cuando eso ocurre, la Iglesia entera se ensancha.

Hoy, cuando recordamos el 27 de septiembre, nos decimos: la esperanza merece convocarse, merece contagiarse. Que el WOW sea el primero de muchos encuentros así, en los que caminar juntos sea una costumbre.

Para nosotras organizar este evento ha supuesto un auténtico enriquecimiento. Hemos aprendido a trabajar confluyendo muchas y variadas perspectivas donde hemos descubierto otros carismas y compartido diversas maneras de llegar a la gente joven. Nos hemos empapado de oración para poder transmitir el amor que Dios nos tiene y, sobre todo, hemos disfrutado viviendo la unidad que nos lleva a trabajar por el mismo motivo, una persona: Jesucristo.

Pilu y Pilar con parte del staff del WOW

Nos ha tocado profundamente ver cuánto cariño y agradecimiento hay al Opus Dei entre muchos de los voluntarios y organizadores. Varios de ellos nos contaron que en algún momento de su vida habían conocido a alguien de la Obra o asistido a alguna actividad que organizase el Opus Dei. Fue bonito ver ese recuerdo agradecido, también hacía san Josemaría.

Todo ello nos ha dejado más encendidas que al inicio, por eso ya ha valido la pena. No se trata solo del WOW: se trata de las amistades que han surgido, de lo que hemos compartido sirviendo en lo que la diócesis necesitaba, nuestro encuentro personal con Dios en todo este tinglado y de lo que hemos querido transmitir a miles de jóvenes.

En algún momento nos parecía como cuando juega la Selección. En nuestro caso la “Selección de la Iglesia” significa que cada uno pone su talento, pero todos jugamos con la misma bandera. Que la esperanza marque el ritmo del partido. Que no nos cansemos de contagiarla.