Ana María es de Guanajuato, México y es la segunda de nueve hermanos. Cuando se fue a estudiar Química Farmacobióloga a Ciudad de México, conoció a Guadalupe. Después de tantos años, cuenta que para ella hablar de Guadalupe es hablar de la santidad en la vida ordinaria. “Yo la veía tan natural, trabajando y riéndose con la gente, la vida normal, que nunca me imaginé que eso la llevaría a la santidad de altar”.
Durante su época de estudiante, Ana María decidió mudarse a la Residencia Copenhague para estar más cerca de Guadalupe, ya que allí era donde vivía. Así fue como se dio cuenta de que ella quería ser mexicana completamente, incluso intentaba aprender los dichos mexicanos. “Una vez le contó a san Josemaría que una residente por sus pistolas había iniciado una actividad. La reacción de San Josemaría fue asustarse por lo de sus pistolas; pero luego Guadalupe le aclaró que era una expresión que se utilizaba en México para decir que alguien hace algo por propia iniciativa, por su propia cuenta”.
Guadalupe era sobre todo muy sonriente, que comprendía a todas y que tenía muchos detalles con todas. Según cuenta Ana María del Carmen, un día recién llegada a la residencia tuvo que dirigirse a la avenida principal de México y llovía muy fuerte. Al regresar, iba muerta de frío. Recuerda que justo al entrar, Guadalupe les tenía preparada la chimenea, chocolate caliente y agua caliente para que se pudieran bañar. Y como éste, tenía muchos otros detalles del estilo.
Otro ejemplo, recuerda Ana María que un día llegó a la residencia con una preocupación y Guadalupe le recibió con una sonrisa y le dijo «chica, te estaba esperando». “Hablé con ella mi problema y sonriente me dijo que no me preocupara y eso me tranquilizó completamente”.
A sus 88 años, Ana María ha venido a Madrid desde México con mucho que agradecerle a la nueva Beata, porque afirma que “todo lo que le pido sale adelante”.