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San Josemaría fue un viajero incansable que llevó amor y fe por (casi) toda América.

Desde 1970, se lanzó a viajar por el mundo para hablar de Jesucristo de una forma cercana y fresca. Tuvo muchas reuniones con personas de todos los ámbitos para charlar sobre la fe y cómo vivirla en la vida cotidiana.

En México, pasó un mes hablando con todo tipo de personas: madres, trabajadores, estudiantes, y hasta jóvenes profesionales. Les decía a los campesinos en Morelos: "Todos estamos en esto juntos, ¡y todos somos iguales! Queremos que mejoren sus vidas y las de sus hijos".

Dos años después, recorrió España y Portugal durante dos meses, ¡contestando preguntas sobre la vida cristiana con un vigor increíble! Siempre que podía, visitaba monasterios para pedir oraciones y mostrar su aprecio por los religiosos.

Luego, en 1974, se fue a Sudamérica. Pasó tiempo en Brasil, Argentina, Chile, Perú, Ecuador y Venezuela, hablando sobre la importancia de la solidaridad y el amor en la sociedad. En Brasil, habló sobre la necesidad de cuidar a los menos afortunados y promover la educación para todos.

En Argentina, les dijo a sus hijos sudamericanos: "Sembrad paz y alegría donde quiera que vayáis, sed amables y comprensivos con todos". Y en Venezuela, habló sobre la importancia de enseñar a los hijos el valor del trabajo y la responsabilidad.

San Josemaría siempre recordaba la importancia de la conversión y la confesión, y rezaba a la Virgen María en cada país que visitaba. A pesar de enfrentarse a enfermedades en Perú y Ecuador, nunca dejó de compartir su mensaje de amor y fe.

En 1975, volvió a América, visitando Guatemala y Venezuela. En Guatemala, habló sobre la importancia del trabajo honesto y dedicado, ¡ya sea construyendo rascacielos o tejiendo cestas! Aunque tuvo que acortar su viaje debido a la enfermedad, aceptó todo como parte de la voluntad de Dios.

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