Pier Giorgio era un joven como tú. Le encantaba el deporte, la naturaleza, el arte y las tertulias con amigos. Pero había algo que le hacía distinto: su vida no giraba en torno a sí mismo. En cada risa, cada excursión y cada gesto escondía un amor profundo a Dios que lo empujaba siempre a “ir más alto”.
Estas cinco frases no son citas bonitas para colgar en tu habitación. Son pistas de un camino exigente y fascinante, el que lleva a descubrir quién eres y para qué estás aquí. Porque Frassati no vivió una fe a medias: abrazó su vocación a la santidad con alegría y radicalidad, y nos demuestra que la vida cristiana no se trata de resignarse… sino de lanzarse. ¿Te atreves a subir con él?
1. «Jesús está conmigo. No tengo nada que temer»
Para Pier Giorgio Frassati, Jesús no era un personaje del pasado ni alguien lejano al que
recurrir solo en momentos difíciles. Era un amigo cercano, un compañero de viaje y el centro de su vida. En cada decisión, en cada reto y en cada alegría, sentía Su presencia constante.
Esa certeza le daba una confianza profunda: pase lo que pase, no estoy solo.
El Evangelio recoge una pregunta que Jesús hizo a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mt 16,15). Pier Giorgio lo tenía claro. Para él, Jesús era alguien que caminaba a su lado, que daba sentido a sus sueños y le sostenía en sus luchas. No veía la fe como un conjunto de normas o un peso, sino como la relación más viva y transformadora que podía tener.
Tu vocación: vivir con Él cada día
Cuando piensas en tu futuro, en tus planes y en las decisiones que tienes delante, ¿dejas espacio para Dios? Muchas veces puede parecer que seguirle es sinónimo de renunciar a lo que te gusta o de que te pedirá algo demasiado grande. Pero la realidad es otra: Jesús no está al margen esperando a “complicarte” la vida, sino caminando contigo para que la vivas con sentido y alegría.
La vocación no es un peso ni una meta inalcanzable; es la invitación a descubrir que tu vida, tal como es, puede ser compartida con Él. Es dejar que su presencia transforme lo pequeño: un rato de estudio, una conversación con un amigo, una decisión sobre tu carrera... Cuando sabes que Jesús está contigo, hasta lo incierto se vuelve más claro y el miedo pierde fuerza.
Vivir con Jesús no significa dejar de disfrutar la vida, sino aprender a disfrutarla de una forma más plena y auténtica. Dedicarle tiempo, conocerle mejor, y dejar que su mirada —una mirada llena de amor y confianza— te ayude a verte a ti mismo como realmente eres: valioso, único, llamado a algo grande.
La vocación no es solo “algo que decidir” en un momento concreto de la vida, sino una llamada a caminar cada día con Jesús, dejando que su mirada transforme la nuestra.
Cuando te fías de Él y le dejas espacio en tus planes, descubres que la vocación no es un plan perfectamente definido, con tareas o renuncias concretas, sino el camino que más profundamente responde a tus deseos de felicidad. Dios, que te creó, sabe mejor que nadie cómo llenar tu vida de sentido. Él no te llama a ser alguien distinto a ti, sino a ser plenamente tú, en la mejor versión que soñó para ti desde siempre.
Quizás puedes empezar por preguntarte: para mí, ¿quién es Jesús?
Preguntas para pensar hoy
● ¿Cómo vivo mi relación con Jesús en lo cotidiano?
● ¿Me doy cuenta de que Él está a mi lado en cada momento?
● Con mis talentos y circunstancias hoy, ¿qué noto que me pide Jesús hoy?
● Cuando siento vértigo por el futuro, ¿lo hablo con Él?
● ¿Estoy dispuesto a responder a su llamada, empezando por lo pequeño de cada
día?
Consejos para crecer en esa amistad con Jesús
● Empieza el día acogiendo la invitación de Jesús a acompañarle: no hace falta decir mucho, solo reconocer que vas con Él.
● Busca en la Eucaristía la fuerza para seguir caminando: es el momento para recargar esa energía espiritual.
● Practica la presencia de Jesús en lo sencillo: cuando estudies, hables con amigos o enfrentes dificultades, recuerda que Él está contigo.
● Habla con alguien de confianza —un amigo, un sacerdote, un guía espiritual— que pueda ayudarte a ver que no estás solo y te acompañe en este camino de fe.
2. “Un católico no puede evitar ser feliz; la tristeza debe estar desterrada de su alma.”
Pier Giorgio Frassati no era solo un joven con ideales profundos; era alguien que irradiaba una alegría auténtica, contagiosa, incluso en medio de las dificultades. Su sonrisa y buen humor sorprendían a quienes lo conocían, porque no se trataba de una felicidad superficial o momentánea, sino de una luz interior que brotaba de su relación viva con Jesús.
Sus amigos y familiares coincidían en algo: Pier Giorgio vivía con una alegría que no se compraba ni con comodidades ni con éxitos temporales. Esa alegría era fruto de una fe profunda que le daba sentido a todo. Su amigo y compañero de estudios, el sacerdote Alfredo Zardini, recordaba: "Siempre estaba alegre y sereno, como si llevara en el corazón una alegría que nadie podía quitarle."
Y no era solo una actitud externa. Su padre, Humberto Frassati, también reconocía esa luz
que iluminaba a su hijo: "Pier Giorgio vivía con un gozo que venía del fondo de su alma, una alegría que encontraba en servir y amar a los demás."
interior no solo transforma nuestra existencia, sino que puede ser un faro para quienes nos rodean
¿Cómo se conecta la alegría con la fe?
La felicidad de Pier Giorgio no se debía a que no tuviera problemas, sino que era consecuencia de saber que Jesús estaba presente, acompañando cada paso, en las alegrías y en las pruebas. Esa certeza le daba fuerza para vivir con entusiasmo, para comprometerse con los demás y para afrontar la vida con esperanza.
Pero esa alegría no era automática: nacía de una relación viva con Dios. Hoy, en un mundo que ofrece mil “sucedáneos” de felicidad —planes constantes, likes en redes, compras, diversión sin descanso— es fácil confundirse y pensar que la alegría se puede fabricar. Sin embargo, todos sabemos lo efímero que es eso: después de un buen plan o de conseguir lo que tanto deseábamos, a menudo vuelve el vacío. Pier Giorgio nos recuerda que la alegría verdadera no viene de tener más, sino de estar más cerca del único que puede llenar el corazón: Cristo.
El Papa Francisco lo decía sin rodeos: “No podemos ser cristianos con cara de funeral”.
Cuando dejamos que Dios habite en nosotros, eso se refleja hacia fuera: en la paz de nuestra mirada, en una sonrisa sincera, en la capacidad de encontrar belleza incluso en lo
pequeño y en medio de las dificultades. La alegría cristiana no es ingenuidad ni euforia superficial; es saber que, pase lo que pase, nuestra vida está en las mejores manos.
Además, esta alegría es contagiosa. Igual que la tristeza se transmite, también lo hace la
alegría auténtica: la que surge de sentirse profundamente amado por Dios. Vivir con esa luz
interior no solo transforma nuestra existencia, sino que puede ser un faro para quienes nos
rodean. Una sonrisa, una actitud serena, una palabra de ánimo pueden ser el inicio de un
cambio en la vida de otra persona.
Preguntas que te pueden ayudar a descubrir esa alegría
● ¿Qué cosas hoy te roban la alegría? ¿Son realmente tan importantes?
● ¿Por qué cosas te sientes agradecido en tu vida? ¿Cómo las estás cuidando?
● ¿Eres una persona que transmite alegría a los demás?
● ¿Qué hábitos o situaciones te suelen quitar la paz? ¿Ya has hablado con Dios sobre
eso?
💡 Tips para acercarte a la alegría que Pier vivió:
1️⃣ Mirada agradecida
Cada día, toma un momento para dar gracias por algo concreto que hayas vivido. Esa práctica cambia la mirada y hace que veas la vida como un regalo.
2️⃣ Mira un crucifijo o imagen que te ayude a caer en la cuenta de lo que Jesús hizo por ti, personalmente, no solo por la humanidad en general, sino por ti, por tu nombre y tu historia. Eso puede
reavivar el amor y la alegría en tu alma.
3️⃣ Busca servir a otros, sin esperar nada a cambio
El amor activo, el darse sin cálculo, es un camino seguro para descubrir la alegría
auténtica.
4️⃣ No olvides la confesión
Renovar el corazón, dejar atrás el peso del error y volver a empezar con Dios trae paz y
ligereza al alma. Pier la vivió como un sacramento liberador, que le daba fuerza para seguir.
3. “Nuestra verdadera patria es el cielo.”
Cuando la montaña te susurra a dónde perteneces
Pier Giorgio Frassati amaba la montaña. No solo por el deporte o la diversión con sus amigos, sino porque en esas alturas sentía algo más profundo. Cuando contemplaba los paisajes infinitos, el cielo inmenso y la naturaleza que lo rodeaba, experimentaba una sensación de paz y de encuentro con Dios. Para él, cada cima conquistada era un recordatorio de que la vida terrenal es solo un paso hacia la verdadera patria: el Cielo.
Sus amigos recuerdan que en esos momentos Pier parecía comprender que la vida no se
reduce a lo inmediato ni a lo material, sino que es un viaje hacia un hogar mucho más grande y verdadero: el Cielo. No era un escape, sino una claridad que le ayudaba a valorar cada paso, a no perder el tiempo en cosas superficiales, y a vivir con la mirada puesta en esa “verdadera patria”.
Mirar la vida con ojos que no se conforman
En nuestra vida cotidiana, es fácil caer en la trampa de buscar satisfacción en lo inmediato: el plan perfecto con amigos, la última compra, o lograr ese reconocimiento que tanto ansiamos. Parecen metas importantes y nos esforzamos mucho por alcanzarlas. Pero, ¿te has preguntado alguna vez qué pasa después de conseguirlas? Muchas veces, la alegría es ¿fugaz, y ese vacío que sentíamos antes vuelve a aparecer, a veces con más fuerza. Es como si algo en nuestro interior no se llenara por completo.
Esta experiencia no es nueva ni extraña. A San Agustín, le pasaba lo mismo y lo expresó con una frase profunda que nos invita a mirar más allá: “Nos hiciste Señor para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti.” Esto significa que, por mucho que logremos o tengamos, siempre habrá una parte de nosotros que anhela algo más grande, algo eterno. Esa inquietud es una llamada a abrir los ojos y descubrir que nuestra verdadera casa no está en las cosas pasajeras, sino en Dios.
Mirar la vida con ojos de eternidad cambia por completo la forma en que valoramos lo que
nos rodea. Ya no nos quedamos atrapados en comparaciones, en la prisa por tener esa experiencia que todos nos recomiendan o en el temor a perdernos algo. Aprendemos a distinguir entre lo que realmente importa y lo que es pasajero. Nos damos cuenta de que la felicidad verdadera no se compra ni se conquista con méritos superficiales, sino que nace de vivir en comunión con Dios, en la confianza de que Él guía nuestros pasos.
Esta perspectiva no nos invita a escapar de la realidad, sino a verla con mayor profundidad y significado. Es como mirar lo de siempre, pero con unas gafas 3D - con una tercera dimensión. Nos libera de la ansiedad que produce la búsqueda constante de éxito o aprobación, porque sabemos que nuestra identidad y valor no dependen de eso. Vivir con la mirada puesta en el cielo es descubrir que lo pequeño y sencillo también tiene valor eterno, porque está impregnado del amor de Dios que nos acompaña siempre.
Preguntas para reflexionar
● ¿Qué cosas que ahora parecen urgentes o importantes te roban la paz?
● ¿En qué momentos o con que cosas notas que te quedas en lo superficial y te olvidas de lo que realmente importa?
● ¿Cómo cambiaría tu vida si realmente creyeras que tu hogar definitivo está en el Cielo?
● Si tu vida terminara hoy, ¿estarías contento con el modo cómo la has vivido? ¿Qué
cambiarías?
Consejos para mantener la mirada en lo eterno
1️⃣ Haz un examen de conciencia
Al final del día, detente a mirar tus actos y tus intenciones. ¿Van hacia la vida que quieres construir?
2️⃣ Busca acompañamiento espiritual
Un sacerdote o amigo con experiencia que te ayude a poner el foco en lo que no se ve, a
mantener una mirada grande en lo concreto de tu día a día.
3️⃣ Cuida tu tiempo y prioridades
Piensa si lo que haces refleja tu verdadera vocación o solo lo urgente y superficial. Si hace
falta, haz un horario que te guíe y te ayude a aprovechar el tiempo en lo importante.
4️⃣ Medita el Evangelio
Jesús era perfecto Dios sí, pero también perfecto hombre. Y nos dijo “Yo soy el camino, la
verdad y la vida”. Para llegar hacía el cielo, tenemos su ejemplo, sus palabras, sus gestos,
que nos siguen guiando hoy.
4. "Hace falta dar, no solo de lo que sobra."
Un corazón para los pobres
Frassati nació en una familia con una posición económica bastante privilegiada en Turín, Italia. Su padre era un político y empresario influyente, y su entorno social le ofrecía comodidades y oportunidades que muchos jóvenes ni siquiera podían imaginar. Sin embargo, lo que realmente definía a Pier no era su vida de lujo, sino su profunda sensibilidad hacia los más necesitados.
Lejos de conformarse con dar solo lo que le sobraba o con gestos simbólicos, Pier se comprometía de verdad. Frecuentemente se le veía participando en obras de caridad, visitando hospitales, ayudando a los enfermos y colaborando con asociaciones que trabajaban por los pobres y marginados. Para muchos de su entorno, esta dedicación de Pier llegaba a ser desconcertante: ¿cómo podía alguien de su clase social preocuparse tanto por quienes vivían en la pobreza?
Pier no solo daba dinero o cosas materiales, sino que daba tiempo, amistad y su presencia
sincera. Para él, la caridad era un modo de vida, un reflejo de su fe viva y de su convicción
de que el amor cristiano exige un compromiso real, que va mucho más allá de la comodidad
o la conveniencia.
Cuando murió, su funeral fue una muestra clara del cariño que había cultivado: a él acudieron no solo familiares y amigos, sino también muchos pobres y personas humildes que le habían conocido y ayudado. Esto habla de la huella profunda que dejó en quienes más lo necesitaban.
Más allá del confort, la llamada a dar desde el corazón
En la vida de hoy, es muy fácil caer en la tentación de dar solo lo que nos sobra: unas monedas, un poco de tiempo cuando realmente no tenemos mucho más que hacer, o ayudar de forma que no nos complique demasiado la rutina. Muchas veces nos quedamos cómodos y ponemos en primer lugar otras cosas, como estudiar, salir con amigos o simplemente descansar. Pero Pier nos invita a ir un paso más allá, a ver la caridad desde otra perspectiva.
Dar solo lo que sobra puede parecer suficiente, pero no cambia nada de verdad - ni en nuestra vida ni en la de los demás. Lo que realmente transforma es cuando decidimos involucrarnos de verdad, cuando abrimos el corazón y dejamos que la realidad de quienes nos rodean nos toque, incluso si eso implica algún sacrificio o molestia.
La Madre Teresa de Calcuta solía responder, cuando alguien le preguntaba cuánto debía dar a los pobres: “Da hasta que duela”. Y es que solo cuando notamos el peso de nuestra entrega, cuando nos cuesta renunciar a algo propio — tiempo, comodidad, planes, dinero — estamos comenzando a amar de verdad. Pier Giorgio vivía esto de forma radical, no porque le sobrara, sino porque entendía que el amor auténtico pide algo de nosotros: pide atrevernos a ir más allá de lo fácil, y que entreguemos no solo cosas, sino parte de nosotros mismos.
Muchas veces queremos hacer el bien, nos conmueven las necesidades de otros y admiramos a quienes se entregan, pero en el momento de la verdad nos falta dar el paso del sacrificio. Queremos ayudar sin que duela, sin que nos cambie demasiado la vida. Pero la caridad verdadera, la que transforma, siempre tiene un precio: el de nuestra propia generosidad.
Y, paradójicamente, es cuando damos con todo el corazón — hasta que cuesta —cuando experimentamos una alegría más profunda, una paz distinta a cualquier otra. Porque en ese momento descubrimos que Dios no se deja ganar en generosidad: Él llena con su alegría el vacío que sentimos al renunciar a algo por los demás. Lo que parecía una pérdida se convierte en un regalo mucho mayor.
Preguntas para reflexionar
● ¿En qué momentos del día o de la semana te das cuenta de que priorizas tu comodidad o tus planes por encima de ayudar o estar atento a los demás?
● ¿Qué cosas pequeñas podrías hacer para ayudar a alguien?
● ¿Sientes que usas tus talentos y capacidades para el bien de otros? ¿O muchas veces los guardas solo para ti?
● ¿Cómo te hace sentir realmente cuando das tiempo o atención a alguien que lo
necesita? ¿Notas que te aporta algo?
● ¿Qué te impide comprometerte más con los demás y salir de tu zona de confort?
Consejos prácticos
1️⃣ Antes de sentarte a descansar, mira si puedes hacer algo por los demás. Un pequeño gesto antes de relajarte puede cambiar el día de alguien. A veces, solo hace falta estar atento.
2️⃣ Pregunta al Señor qué talentos te ha dado y cómo puedes ponerlos al servicio de los
demás.
3️⃣ Dedica un momento para reflexionar y pedirle a Dios que te ayude a descubrir y usar tus
dones para ayudar.
4️⃣ Detecta tu zona o hábitos de confort. Reconocer qué rutinas o lugares (el sofá, TikTok, etc.) te hacen meterte demasiado en ti mismo es el primer paso. No se trata de eliminarlos, sino de no priorizarlos. Al abrir TikTok, por ejemplo, di algo como: “Señor, si mientras estoy en esto, alguien me necesita, házmelo
ver y ayudame a ayudar.”
5. Vivir sin fe no es vivir, sino simplemente existir
Una mirada profunda a la fe según Pier Giorgio Frassati
Pier Giorgio Frassati no veía la fe como un conjunto de dogmas o rituales vacíos, sino como la fuerza que da sentido y vida a todo lo que hacemos. En una carta a un amigo, él mismo escribió con convicción que “vivir sin fe, sin un patrimonio que defender, no es vivir sino simplemente existir”. Esta frase nos invita a preguntarnos qué significa realmente vivir, y cómo la fe puede transformar nuestra existencia cotidiana.
Pier sabía que la vida universitaria, con sus retos, incertidumbres y momentos de soledad, podía ser abrumadora. Pero para él, la fe era ese faro constante que iluminaba su camino, dándole esperanza y valentía para afrontar cada día. No era una realidad abstracta, sino algo que impregnaba todo: sus estudios, su amistad con los más necesitados, sus momentos de alegría y también de sacrificio.
La fe es esa fuerza que evita que simplemente “vegetemos”, que nos impulsa a comprometernos con un propósito más grande que nosotros mismos. Sin ella, muchas veces podemos sentir que la vida pierde color o sentido, y que solo “existimos”, pasando por los días sin una razón profunda que nos sostenga.
¿Qué sería vivir sin la fuerza de la fe?
A veces, ser fiel a lo que realmente creemos puede ser un reto, sobre todo cuando todo a
nuestro alrededor parece decirnos que lo más fácil o popular es dejar esas convicciones a
un lado. Puede que sientas la presión de “encajar”, de seguir el ritmo de los demás, o simplemente de no complicarte la vida. Pero la verdad es que ser coherente con tus valores no solo es importante para que los demás confíen en ti, sino, sobre todo, para que tú mismo seas auténtico y libre.
Quizás hayas visto que cuando cedes o te alejas de lo que crees, algo dentro se resiente, y aunque parezca que todo va bien, en el fondo falta algo. Esa sensación no es casual: tu corazón está hecho para algo más grande que solo cumplir con las expectativas sociales o académicas. Y aunque a veces cueste, ser fiel a tus valores da un sentido distinto a cada paso que das, incluso a los que parecen más pequeños o rutinarios.
La fe es justamente esa mirada que invita a no quedarnos en lo superficial, a buscar un sentido más profundo en lo cotidiano. No te promete una vida sin dificultades, pero sí una compañía constante y un propósito que sostiene incluso cuando las cosas no salen como esperas. Es ese “algo más” que transforma lo ordinario en extraordinario y te permite vivir con libertad y alegría auténtica.
Esta confianza no es ingenua, sino una decisión consciente de fiarte de que, a largo plazo,
la coherencia con tus valores y con lo que crees es lo que verdaderamente da sentido y plenitud. No siempre será fácil, ni rápido, ni cómodo, pero será auténtico y te permitirá construir una vida con propósito.
Por eso, mirar la vida de santos como Pier Giorgio Frassati, Carlo Acutis, la Madre Teresa o San Josemaría, no es solo admirar sus gestos grandiosos, sino descubrir que su fortaleza venía de esa confianza profunda en Dios, de una fe viva que les acompañaba en cada detalle, en cada decisión pequeña o grande. Esa misma fe puede ser el motor que te impulse a ti a vivir con sentido, a no perderte en lo urgente y a mantener los ojos en lo que realmente importa.
Preguntas para ti
● ¿En qué momentos sientes que tu vida se vuelve solo una rutina o “existir” sin sentido?
● ¿Cómo cambia tu forma de enfrentar las dificultades si te sabes acompañado por la fe?
● ¿Qué te gustaría que la fe te ayudara a transformar en tu día a día?
💡Consejos para fortalecer tu fe hoy
1️⃣ Reconoce la fe como un regalo personal.
2️⃣ Tómate un momento para agradecer que tienes la oportunidad de creer y confiar en Dios, incluso en las dudas y dificultades.
3️⃣ Busca testimonios y amigos que vivan la fe con pasión. Compartir experiencias con otros que caminan con fe puede inspirarte y fortalecer tu propio camino.
4️⃣ Dedica tiempo a la oración personal. Aunque sea breve, la oración diaria es el espacio donde la fe se hace vida y te ayuda a ser consciente de la presencia real de Dios en ti.
No temas las preguntas y los momentos de duda son parte del crecimiento y te acercan a una fe más madura y auténtica. Busca formarte bien y buscar referencias y respuestas a las preguntas que te surjan.