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"En el mundo que habito hay más que solamente materia. Lo noto en mí mismo. Y fuera de mí también".

Le guste o no al mundo, soy libre. Lo noto dentro. Vibra muy adentro. Con fuerza.

Alguno me dice que, si eso es verdad, entonces no queda espacio para que exista Dios. Si hay algo o alguien que te fija las reglas, entonces ¿de qué libertad me hablas? Pero es curioso, porque mi experiencia de la libertad va más bien en la dirección opuesta. Apunta hacia Dios; lo muestra. De hecho, deja en el suelo el típico argumento con que se cuestiona su existencia: eso de que en el mundo no hay más que materia.

Si no hay espacio para lo espiritual, no hay espacio para Dios. Pero la verdad es que justo porque soy tan fuertemente libre es claro como el agua que soy más que un montón de átomos inconscientes. Soy de carne y hueso, pero no soy solo mi carne y mis huesos. La materia sin más no tiene libertad, ni conciencia de sí, ni creatividad. Hay una parte de mí que es espiritual, sutil, y sumamente real. Le guste o no a los materialistas, aunque modelado en materia, soy profundamente libre. Lo sé.

En el mundo que habito hay más que solamente materia. Lo noto en mí mismo. Y fuera de mí también. Me lo encuentro brillando en las maravillas de la naturaleza: basta abrir los ojos para notar inteligencia y bondad como huellas en lo micro y en lo macro, dentro de una pequeñísima célula y en la danza de las estrellas. Muchísima materia, pero inteligentemente ordenada. Bellamente ordenada. Más: cariñosamente ordenada.

¿En serio quiere alguien que me olvide de lo libre que soy? No conozco a nadie dispuesto a renunciar así de tontamente a su libertad ¿En serio creerse que tanta belleza y orden están ahí solo porque sí? Ese sería un creer al que no estoy dispuesto, sencillamente porque es increíble. Los porque sí son respuestas sin razones. Y aquí de lo que se trata es de ver, pensar y compartir.

Vaya sorpresas que nos descubrieron físicos del siglo pasado como Einstein y Lemaître. Vaya luz la que Gödel puso en las matemáticas. Más sorpresas en la biología. Los hallazgos experimentales y los números de las probabilidades son elocuentes. Cuanta más ciencia, más evidencia apuntando a la inteligencia, la bondad y el poder de Dios. El universo es maravilloso. Y mientas más nos asombra, más hace notar la mano de un artista.

La experiencia de la belleza natural, de la exactitud y del orden. La experiencia del amor. La sacudida interior de la libertad. Y el deseo tan real de una felicidad completa, sin el temor de que se termine y al mismo tiempo sin cansar jamás ni volverse repetitiva; saciando, pero sin saciar. Experiencias personales, propias, que nos muestran a Dios. No solo que existe, sino que tiene una inteligencia y un corazón infinitamente grandes. Y unos ojos abiertos, sonrientes, cálidos. Nos dice palabras profundas y llenas de cariño, aunque no sean palabras que se oigan como se oye un trueno o como se escucha el arder de una fogata. Palabras, luz, presencia animante y siempre consoladora.

"De Dios no brota sino el regalo de la vida y la invitación a protagonizarla con justicia".

Sin embargo, el mismo de hace un rato vuelve a la carga: ¿y, si es todo tan bonito, entonces por qué tantos dolores en el mundo? ¿Por qué el cansancio y los malentendidos, la muerte y las injusticias, la violencia y la oscuridad?

Quizá se moleste ese amigo, pero qué le vamos a hacer: vuelta a la libertad. Es claro como el agua que tantos de esos males provienen de nosotros mismos: del querer del hombre, de deseos torcidos y de malas acciones. De Dios no brota sino el regalo de la vida y la invitación a protagonizarla con justicia. Claro como el agua también que si Dios interviniera neutralizando los malos usos de la libertad, la libertad quedaría en nada. Pero no: es un don altísimo, que Él sostiene y alienta. Clara y luminosa la enseñanza cristiana de que Dios, respetando la libertad de cada uno, permite lo malo teniendo a la vista bienes mayores. De qué manera, en qué momento y con qué intensidad… la mayor parte de las veces supera nuestro modesto procesador. Pero el corazón puede confiar; es razonable confiar. Da verdadera paz confiar. De eso también tengo experiencia.

Cuánta sabiduría en Dostoievski y tantos de sus personajes. Qué maravillas laten en las melodías de Bach, Mozart y Beethoven. Qué belleza en los lienzos de Murillo. ¿Entender el universo y la historia desde (y hacia) la nada o desde la presencia inteligente y cariñosa de Dios? Tú sabrás.

Unas palabras de san Josemaría se unen al coro, llenas de fuerza: “La religión es la mayor rebeldía del hombre que no tolera vivir como una bestia, que no se conforma -no se aquieta- si no trata y conoce al Creador” (Amigos de Dios 38). Libres, libres, libres. Hijos.

Es cierto, esto ha sido quizá demasiado sintético y este tema es central. Además, hoy por hoy tantas veces es zanjado desde los prejuicios. Dos buenos libros, entonces: “Creer o no creer” de Joseph Ramos y “Dios, la ciencia, las pruebas” de Bolloré y Bonnassies. Una canción, de una cantante rusa, de familia judía, que llegó al Bronx a los 9 años: “Laughing With”, de Regina Spektor. Y un salmo: el 19.