es
Buscar
Cerrar

Mi nombre es María. Ya sé; es el nombre más común que existe. Nunca me gustó mucho eso; en mi pueblo, la mitad de las mujeres se llaman igual que yo. Cuando se lo dije a mi madre, un poco en tono de queja, ella me dijo: “No es tan importante el nombre como lo que haces con él”.

Esas palabras me confundieron muchísimo. ¿Qué se puede hacer con un nombre? Solo sirve para que te pidan cosas y te regañen. Al menos mis padres solo lo usan para eso.

Creo que, justo por eso, toda mi vida me esforcé por destacar en algo. Y, si te soy sincera, la verdad es que nunca lo logré. Nunca ganaba en los juegos que organizaban los niños de las casas vecinas, y la única vez que intenté ayudar a mi mamá en la cocina terminé prendiendo fuego a la mesa. Mi padre se puso furioso, y después de eso me dediqué únicamente a lavar trastes.

En lo único que parecía ser realmente buena era hablando. Ya sé qué vas a pensar: todo el mundo puede hablar. Sí, pero yo de verdad tengo un don: nunca he sido tímida o me he quedado sin palabras. Excepto en una ocasión. Te la cuento.

Preguntas para considerar en tu oración

¿Crees de verdad que Dios te hizo así, como eres, por algo?

¿Te quieres como eres? Pide a Dios que te ayude a verte con Sus ojos.

    Todo empezó con un dolor muy fuerte en la cabeza. Nunca entendí bien qué lo ocasionó, pero sí recuerdo el ceño fruncido de mi padre sentado junto a mi cama día y noche, y el olor a menta que desprendía la ropa del médico que vino a verme.

    Poco a poco, fui perdiendo fuerza en los brazos y piernas, y comer me parecía insoportable. Nunca vi llorar a mis padres, pero una noche, cuando pensaron que dormía, los oí sollozar. Eso me rompió por dentro; fue la primera vez que pedí a Yahvé morir pronto. Ya no quería causarles más dolor.

    Mucha gente me ha preguntado qué se siente al morir. No sé si soy experta en la materia, pero sí recuerdo que se parece mucho a quedarse dormida. Fue como si un sopor muy profundo se fuera apoderando de mis huesos y de mis venas, al tiempo que mi respiración se hacía cada vez más lenta.

    ¿Miedo? Lo tuve al principio; lo notaba como un hueco muy frío en mi estómago, que a veces me hacía llorar. Pero los últimos días, recuerdo notar una gran paz interior. No lo sé; me encantaría decirte que era por mi valentía, pero creo que más bien era que no me daba mucha cuenta de lo que me estaba ocurriendo.

    Así pasaron los días y las semanas hasta, que una noche de luna llena, morí.

    Preguntas para considerar en tu oración

     ¿Has pensado en tu propia muerte? ¿Te da miedo? ¿Pláticas con Dios de eso?

    ¿Cómo te gustaría encontrarte con Dios después de morir?

    “Lo miré a los ojos. Fue tan solo un instante, pero me pareció una eternidad.

      Lo siguiente que recuerdo es ver un rostro muy sonriente. Tan sonriente que me hizo reír a mí y llorar a mi madre. “María”, fue lo primero que escuché decir a aquel hombre alto y de mirada amable.

      Ya te he dicho que no me gustaba mi nombre, pero cuando Él lo dijo me pareció el nombre más bonito del mundo. “¿Sabes que tu nombre significa la elegida por Dios”?, continuó Jesús, mientras me ofrecía su mano para levantarme de mi cama. “Es un nombre muy bonito; así se llama mi madre”, añadió con una sonrisa.

      Lo miré a los ojos. Fue tan solo un instante, pero me pareció una eternidad. Y, contrario a mi costumbre, me quedé sin palabras. En esos pocos segundos, me sentí verdaderamente mirada de una forma especialísima, única. Mi estómago eligió precisamente ese momento tan solemne para ponerse a rugir sin ninguna vergüenza.

      Lo que de verdad cambió mi vida fue escuchar a Jesús decir mi nombre.

      “Creo que esta niña tiene que comer”, dijo Jesús, divertido. Mi madre de inmediato se fue a la cocina. Mientras tanto, mi padre y yo acompañamos a Jesús y a sus discípulos a la puerta de la casa, después de insistir en que se quedaran a comer sin éxito. “El resto de nuestro grupo nos espera”, explicó el que se había presentado como Santiago.

      Todavía hasta hoy me sigue resultando extraño contar mi historia. Contrario a lo que mucha gente podría pensar, haber muerto y resucitado no es algo que me haga sentir especial. Lo que de verdad cambió mi vida fue escuchar a Jesús decir mi nombre. Me llamó por mi nombre; ese primer encuentro no fue el clímax, sino el inicio de lo que estaba llamada a ser. Fue entonces que comprendí lo que mi madre había querido decir con “hacer algo con tu nombre”. Yahvé me había elegido; era Su predilecta.

      Preguntas para considerar en tu oración

       ¿Te das cuenta que Dios te llama por tu nombre? ¿En qué momentos lo notas?

       La fidelidad consiste en muchos “sí” a lo largo de la vida. ¿Cómo respondes a lo que Dios te pide cada día?